Místico, ecléctico, filósofo o artista. Cualquier adjetivo es ya a estas alturas válido para Franco Battiato, cantautor italiano de 72 años que comenzaba con apenas 23 su particular conquista del mundo artístico. A lo largo de cinco décadas, y siempre con su característico pañuelo al cuello (porque las corbatas, asegura, son para los ladrones), el de Sicilia ha escrito libros, dirigido películas, pintado cuadros y cultivado todo tipo de géneros musicales, que desde el pop a la ópera han alcanzado el título de disco de culto. Sus canciones, en las que brillan temas como Voglio vederti danzare y Centro de gravità permanente, las repasa esta noche a las 22.00 horas junto a un cuarteto de cuerda y piano en el Auditorio Gaviota del Palexco, adonde llega dejando atrás su apartado hogar a los pies del volcán Etna, en Milo.

El concierto supondrá su presentación ante los coruñeses de Le nostre anime, el último de los álbumes que Battiato ha sacado hasta la fecha. El italiano se ha esforzado por entretejer en él todas las caras de su creatividad, tan poliédrica que uno no puede evitar despistarse en sus formas, y que incluye tanto filosofía como política y religión. "Nuestras almas buscan otros cuerpos, en otros mundos donde no hay dolor", dice el artista, firme creyente de la reencarnación, en la canción que da nombre al disco. Porque su espiritualidad, como él mismo reconoce, es un rasgo casi tan marcado en su persona como la música, y en las dos es igual de ecléctico. Pensar que las religiones tienden a ser parecidas no ha impedido que las haya puesto a prueba todas, igual que sentir escasa simpatía por el mundo de los políticos no ha evitado que se convirtiese, en su momento, en uno de ellos.

Ocurrió hace poco más de dos años, y supuso una carrera breve. Como asesor de Cultura y Turismo para el Gobierno regional de Sicilia, el artista duró unos cinco meses, tras los que salió escaldado por unas polémicas declaraciones en el Parlamento Europeo. Probablemente para Battiato, amante de la experimentación en todas sus apuestas, el fracaso no fue demasiado importante. Es siempre una posibilidad para los que arriesgan, y él lo ha hecho desde sus inicios, que comenzaron mucho antes de que se subiera a un escenario.

Si hace memoria, recuerda que fue a los trece cuando su padre le compró su primera guitarra. Se enamoró entonces de ella, y por consiguiente de la música, el único amor duradero para alguien que, como él, confiesa no haber sido conquistado desde los 18. Diez años después de ese flechazo, el italiano estaría haciendo versiones pop, pasando por el rock psicodélico con Osage Tribe y llegando, en los setenta, a la música electrónica, a la que regresaría en 2014 con Joe Patti's Experimental Group. Nómadas, Bandera blanca y La cura serían algunos de los temas que quedarían en la memoria colectiva durante este tiempo, una época en la que también encontró hueco para el cine, con filmes como Perduto amor y Musikanten, y hasta para el festival de Eurovisión, en el que quedó en quinta posición con el tema I treni di Tozeur en la edición de 1984.

Dice que le pidieron que volviera, pero alguien tan dispuesto a probarlo todo no se puede permitir el lujo de repetirse demasiado. Sí lo hace, no obstante, en un par de cosas: la meditación y los libros. Battiato tiene por costumbre releer hasta en las madrugadas, así como realizar técnicas de reflexión varias veces al día para librarse de sus pensamientos. ¿Y para inspirarse? Ha hablado con filósofos, ha compuesto canciones enteras a partir de la escritura de una frase al día, y ha observado el espacio, del que es admirador, y que le ha valido incluso que nombraran en su honor a un asteroide, el (18556) Battiato.

Viendo el panorama, parece poco lo que le queda por hacer. Él está en cierto modo de acuerdo, porque menciona la muerte como una de sus pocas asignaturas pendientes. Hasta que llegue, sin embargo, permanecerá sobre los escenarios, su hábitat natural. Ese sitio en el que aún puede seguir haciendo brillar todas las dimensiones de su mente.