En el jardín de San Carlos no solo se esconden los secretos de la tumba del general escocés Sir John Moore, muerto en la batalla de Elviña en 1809, sino que también hay un hueco para los fondos documentales no solo de A Coruña sino de toda la Comunidad Autónoma. Se encuentran en los depósitos del Archivo del Reino Galicia. Su origen se remonta a 1529, cuando se ordenó la custodia de los procedimientos de la Real Audiencia de Galicia, un organismo creado por los Reyes Católicos. Antes de su llegada a la ciudad, el archivo se instaló en Betanzos, en un edificio que constaba de siete bóvedas con siete llaves, una para cada provincia del Reino de Galicia. En 1956, los documentos llegaron al jardín de San Carlos.

En total, 6.300 metros cuadrados de inmueble de los cuales solo un 25% están destinado a zona administrativa. El resto, depósitos. Hay dos zonas, la A y la B, y en cada planta hay un pasillo de comunicación para acceder a los documentos. Ahí solo pueden entrar el personal autorizado. La directora desde 2008, Carmen Prieto, tiene acceso a los 26 locales de 250 metros cuadrados cada uno. Con estanterías compactas para duplicar el espacio, la base de datos permite localizar un archivo en menos de cinco minutos. "Lo que se ve en las películas de que el señor entra en los depósitos es mentira. No pasa en ningún país del mundo", confiesa Prieto.

Cualquier interesado puede acudir a sala de consulta para hacer un repaso al pasado. Eso sí, hay fondos documentales que están restringidos y que solo unas pocas personas pueden acceder a ellos. Aunque son muchos los investigadores que acuden al archivo para formarse y desarrollar sus trabajos, también hay curiosos que buscan un trozo de sus antepasados.

Las fotografías son uno de los reclamos. Desde hace unos años, la entidad ha iniciado un proceso de digitalización para poder compartir imágenes a través de su página web y evitar con los documentos originales se deterioren por el uso. "Es una forma de difundir y conservar", aclara la directora. Los negativos fotográficos en vidrio, por ejemplo, se encuentran en una cámara refrigeradora con el fin de que no se saque de ahí porque supone una variación muy brusca de sus condiciones estables de temperatura y humedad. Y es que las condiciones ambientales también son importantes para mantener los archivos en el mejor estado posible. La temperatura suele estar entre los 17 y 21 grados mientras que la humedad oscila entre 40 y 60. Si hay un desajuste, el sistema de aireación sube y compensa.

El sistema de detención de humo y extinción por gas inerte también es uno de los más novedosos. El valor de lo que guarda el Archivo del Reino de Galicia es tal, que perderlo por un fuego se consideraría una catástrofe. Para evitarlo, el sistema es de doble respuesta por si hay una falsa alarma, todos los huecos se taparían automáticamente en caso de incendio y las puertas son cortafuegos, por lo que aguantarían 45 minutos hasta que pase el calor. "Afortunadamente nunca lo hemos tenido que usar", comenta Carmen Prieto, que explica que todas estas medidas se toman para evitar "lamentar algún desastre" como pudo ocurrir en el pasado durante las guerras, en las que se destruyeron muchos documentos. En verano también se realizan campañas de fumigación.

Además de los documentos facilitados por distintos organismos de las administraciones judiciales, institucionales o corporativas; también hay colecciones privadas. "Cuando recibimos una documentación, primero se hace un cotejo para ver lo que se recibe y después se describe para que la gente sepa qué información contiene y la búsqueda sea más sencilla. La siguiente fase sería la digitalización", detalla la directora. Algunos de los documentos han estado trescientos años sin abrirse.

De entre toda la documentación, Carmen Prieto se centra en los archivos históricos además de los documentos cartográficos. Destaca por ejemplo una carta firmada por los Reyes Católicos aunque tampoco se olvida de un tumbo del monasterio de Sobrado dos Monxes, un registro de las propiedades y rentas del mismo. "Se llama tumbo porque había que guardarlo tumbado. Es bonito y está encuadernado en piel", señala. En el inmueble del edificio ubicado en el jardín de San Carlos, que antes de ser archivo fue casa de la cultura, se pueden encontrar desde pergaminos del año 867 hasta datos catastrales o la causa judicial sobre Manuel Blanco Romasanta, conocido como el hombre lobo de Allariz.

En cuanto a las donaciones, y teniendo en cuenta que el espacio del que dispone el Archivo del Reino de Galicia es muy reducido, se admiten solo "si son interesantes". "Como, por ejemplo, colecciones de fotografías, archivos de industrias, de familias o incluso de pazos de Galicia". Lo que no se realizan son restauraciones privadas. "Tenemos solo tres restauradores así que solo en último extremo se someterían a los procesos de mejora pero tendrían que ser archivos propios". Si algún interesado acude a hablar con profesionales sobre cómo tratar un documento, recibiría indicaciones básicas pero no se aceptaría realizarlo en el propio inmueble.

"El laboratorio es lo que más interesa. Organizamos visitas todo el año con programas escolares y los miércoles, salvo en verano, para el público en general". Además de enseñar las instalaciones, los trabajadores se encargan de realizar una pequeña selección de documentos relacionada con los visitantes. "Si viene alguien de Cambre, sacamos algo de allí. O si vienen profesores, buscamos algo relacionado con la educación". Además del laboratorio y los depósitos, el edificio cuenta con una sala de consulta, una sala de conferencias, una sala de exposiciones que está pendiente de reformas y una sala de cursos que se presta a otras entidades.

Las restauraciones

Eva García, Jorge Medín y Águeda Guardias son los restauradores encargados de devolver la utilidad a los documentos deteriorados. Suele ser un proceso largo y costoso, porque lo que solo se desarrolla si merece la pena. Según los cálculos de Eva García, en restaurar un libro se tardaría "dos meses", aunque siempre se intercalan los trabajos porque los tiempos de espera de los procesos son muy largos y no conviene acelerarlos. "Un documento siempre se puede recuperar", afirma la restauradora, que cree que "la cuestión está en cuánto se recupera".

Para recuperar la información, se realiza una limpieza para, a continuación, desmontar el documento y colocarlo en un soporte. "Ahí se ve si hay que eliminar manchas o tiene un tipo de tratamiento específico", explica. Luego comenzaría la parte acuosa, en la que a través de un lavado se elimina la suciedad que haya penetrado en la estructura del documento. "El papel de pasta de trapo salía de fábrica con un PH neutro o ligeramente alcalino", apunta. Por lo que el envejecimiento del documento se ve a través de ese PH. "Le sometemos a lavados hasta recuperar el PH de origen y ahí decimos que el papel está sano y le devolvemos la utilidad física". Para ello, se fabrica papel nuevo encima del original. También se comprueba que la tinta no es soluble. Sobre planos, mapas o dibujos se realizan otros tratamientos porque los lavados sí podrían destrozar la información.

Hay muy pocos documentos que no puedan ser recuperados, salvo algunos del siglo XX que fueron fabricados con papel de pasta de madera. Además, según la restauradora, Eva García, "lo bueno de la documentación de archivo es que no es más que el reflejo de un ex pendiente por lo que se suele repetir la información a lo largo del documento". Por eso si una parte está muy dañada, probablemente se pueda recuperar más adelante. Todo con el fin de dar luz a información del pasado que repercute en el presente.