Nací en la calle Noia cuando toda la zona era un monte. Mi padre, Vicente, fue albañil hasta la Guerra Civil, en la que quedó mutilado, por lo que al acabar le dieron trabajo en el Ayuntamiento en el departamento de jardines. Mi madre, Antonia, se dedicó toda su vida a las labores del hogar y a cuidar de mí y mis hermanos Antonio, Vicente y Olegario.

Fueron unos años muy difíciles, en las que todas las familias lo pasaron mal, ya que había que hacer colas con la cartilla de racionamiento para poder llevar un poco de comida a casa. Mi madre tenía que hacer milagros para darnos de comer, ya que los huevos, la leche, el pan y el aceite eran un lujo, por lo que había que comprar al fiado en las tiendas. Los viernes se aprovechaban todas las sobras de las comidas para hacer ropa vieja o croquetas, ya que no se desperdiciaba nada, puesto que el pan duro se aprovechaba para hacer sopas.

Mi primer colegio fue el Concepción Arenal y luego fui al de Rafael Vidal en la plazoleta de la Paz. Más tarde pasé al Koka en la calle Noia, donde estuve hasta los trece años, edad a la que me puse a trabajar, al igual que mi hermano mayor. Mi primer trabajo fue en una fábrica de cartones en la calle Industrial y después en la Camisería Inglesa, en la calle Real y en la cafetería La Mezquita de Rúa Nueva. Más tarde comencé a trabajar de albañil ayudando a mi padre en las chapuzas que hacía, hasta que me establecí por mi cuenta en esta actividad, que desarrollé el resto de mi vida.

Me casé con María de los Remedios, a quien conocí en una boda en Monelos en la que aposté con mis amigos a que me la ligaba, lo que al final ocurrió y ahora tenemos un hijo llamado Óscar.

Mi pandilla estuvo formada por Isa, Manolo, Luis, Pepiño, los hermanos Tomé, Veloso, Muiños, los Santodomingo, Morocho, Serafín, Amable, Conchita, Mari Carmen y María Elena. Muchas veces llegábamos jugando hasta Monelos y la Granja Agrícola, donde íbamos a coger grillos y cañas en la balsa de agua que había junto al molino y que procedía del río de Monelos. Hasta aquel lugar estaba totalmente limpio, pero más adelante ya estaba sucia y a la altura del cine en invierno se desbordaba, hasta el punto de que alguna vez estuvo cerca de llegar a entrar en la sala.

También íbamos al campo de la Peña y a la estación del Norte, así como al monte junto al lavadero cercano al cine España, donde en los años sesenta se construyó la iglesia de San Pedro de Mezonzo. También solíamos visitar el bar El Ranchito, en A Falperra, cerca de la sede del club de fútbol Victoria. A los doce años comencé a jugar en el Relámpago de Elviña, ya que su presidente, Manolito el de Viajes Meliá, vino a ficharme. Estuve varios años en el club, donde tuve como compañeros a Quique, Manuel Rey, Sande, Pepe, Carlos, Monelos y Amor, con quienes conservo una gran amistad.

Tengo un gran recuerdo de las fiestas de barrio de mi juventud, ya que las atracciones como las lanchas, los caballitos y las casetas de tiro eran lo máximo para nosotros. Cuando tiraban las bombas de palenque, salíamos corriendo para coger la caña que caía del cielo, ya que luego la usábamos para jugar, ya que como no había juguetes, cualquier cosa nos valía para hacernos espadas o pistolas. Los arcos y flechas los hacíamos con varillas de paraguas rotos y organizábamos competiciones disparando a los portalones de madera de nuestras casas, que dejábamos como si tuvieran la carcoma.