Cobre de los contadores de la luz, engranajes de motores e incluso una silla. Cualquier cosa es susceptible de convertirse en arte en las manos de Javi Bermejo, creador de figuras y composiciones a partir de lo que otros tiran. Sus obras, 5 estructuras calificadas como sobras de arte y una veintena de robots de todos los tamaños, permanecen vigilantes hasta finales de mes en la Cervezoteca Malte (Galera, 47), ejemplificando con sus tablas, arandelas y tornillos la multitud de posibilidades que ofrecen las piezas desechadas por el ser humano.

"Siempre me ha llamado la atención este mundo, todo lo que se puede hacer con los objetos", cuenta Bermejo, para el que el reciclaje ha sido una constante desde sus inicios como artista. Ferreterías y tiendas de electrónica le proveen del material necesario para sus figuras, que también encuentra en calles y playas. "En la playa hay de todo. En Santiago te encuentras peregrinos y en la playa, madera", dice el autor residente en Compostela, señalando una de las tablas de las pasarelas de estos arenales como uno de los objetos más curiosos de su exhibición Sobras de arte y robotizz.

Las latas de especias y las de disolvente son otros de los instrumentos de los que se ha valido el artista en su muestra. Las emplea en su mayoría para los tórax de los androides, que pueden conllevar desde día a años de trabajo, y que, terminen siendo grandes o pequeños, siempre acaban, según Bermejo, inspirando ternura. "Los robots son muy riquiños, mi madre dice que tienen corazón", comenta el escultor, que lleva alrededor de dos años y medio inmerso en la creación de estas figuras. La inspiración para emprenderlas la tomó de otro artista industrial, Sátapra, que fabrica y vende sus robots de desguace en su Factoría de Androides, y de una de esas situaciones singulares en los que la falta de ideas obliga a jugárselo todo a la imaginación. "Tenía un cumpleaños y no sabía qué llevar. Al final regalé un robot, y gustó mucho", explica Bermejo, deteniéndose en la calle para recoger una tuerca.

A diferencia del fotoperiodista escondido bajo el nombre de Gran Sátapra, Bermejo no pinta sus androides. Los colores y estampados de las piezas que ensambla permanecen intactos en sus robots, pero no en sus sobras, en las que permite la intervención de lijas y acrílicos para ensamblar las curiosas combinaciones. "Una sobra puede ser cualquier cosa, como un cajón que encuentras y al que añades unos corchos", dice el artista, que rechaza, sin embargo, el término collage. "No son planas, tienen su vida para dentro y para fuera", afirma.

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Invasión de androides reciclados en Cervezoteca Malte

Las sobras de Bermejo llegaron a su taller mucho antes que sus robots. El escultor cuenta que fue en su infancia cuando empezó a construirlas, alentado por las piezas entre las que navegaba en el local de su padre. "Tenía una tienda de antigüedades, y ahí ya me dedicaba a juntar objetos", explica el artista, que con sus obras busca "transmitir tensiones" y disfrutar, un objetivo que cumple sin problemas. "Si me tengo que volver con todo me vuelvo, me lo paso muy bien creándolas", asegura Bermejo, que vende las obras por cifras que oscilan entre los 30 y los 150 euros.

Tanto las sobras como los androides nacen en lo que llama su habitaller, una habitación-taller donde además de piezas une notas como Javi Pretty. Su música ecléctica, que abarca desde ritmos latinos hasta rythm & blues, es una buena banda sonora para su faceta más plástica que, en ocasiones, requiere grandes dosis de paciencia. "A veces lo que estás haciendo no te llama, lo cambias, te enfadas... Pero al final te das cuenta de que en la simpleza está el gusto. No hacen falta mogollón de cosas para decir que todo sobra y todo es obra", declara.