Nací en Cuatro Caminos, donde vivían mis padres, Manuel y Dolores, y mis cuatro hermanos: Sara, Pili, Tomás y Emiliano. Mi padre trabajó en la armadora Contrasa, situada en la avenida de La Marina y murió muy joven, por lo que mi madre tuvo que ponerse a trabajar para sacarnos adelante, por lo que tengo que agradecerle todo lo que hizo para que nos faltara de nada.

Al poco de mi nacimiento nos trasladamos a Ponte da Pedra, donde solo había cuatro casas al lado de la Granja Agrícola, por lo que todos los días iba a pie hasta la escuela de San Vicente de Elviña, donde estudié hasta los diez años. Luego pasé al colegio Coca, que era de mis tías Celia y Marisa. A la segunda le llamábamos la profesora Soriano porque era la única mujer que conducía una pequeña moto de esa marca. A los trece años me puse a trabajar en Industrias Castaño, en el alto del Penedo, que se dedicaba a la fabricación de lámparas. Luego entré en la imprenta Fontán como aprendiz y allí desarrollé toda mi vida laboral.

Los componentes de mi pandilla fueron Cholas, Mechu, Tonio, Manolo, Quique, Carlos y José Antonio, con quienes mantengo una gran amistad. Nuestra infancia transcurrió en la calle y en plena naturaleza, ya que todos los alrededores eran campo. Recuerdo cuando se empezó a construir la avenida de Alfonso Molina y que la mayoría de los trabajadores eran mujeres que machacaban las piedras para convertirlas en gravilla y a las que llamaban las viudas de negro. Trabajaban de sol a sol e incluso bajo la lluvia hasta que al final la avenida partió en dos la Granja Agrícola y cambió por completo la zona, ya que antes podíamos jugar tranquilamente en cualquier sitio porque los coches pasaban de Pascuas a Ramos.

A los trece años entré en los infantiles del Oza, lo que a mi padre no le gustó mucho, y dos años después pasé al Relámpago de Elviña, que sería mi club de toda la vida, ya que estuve 53 años en el mismo y tuve como compañeros a Juan Ramón, Rafa, Tuto, Manolo, Parada, Cholas, Zurdo, Mecho y Manolito, con quienes en los años sesenta gané varios campeonatos de liga, como el de 1987, en el que ganamos la final al Sigrás. En 1973 me retiré como jugador, pero continué en el club como entrenador en todas las categorías, aunque también fui directivo y hoy en día sigo siendo socio.

En la época en que jugaba al fútbol y también trabajaba, iba con mi pandilla al centro para parar en bares como el Priorato, Otero y Siete Puertas, además de en la Bolera y en la sala de máquinas recreativas El Cerebro, frente al cine Coruña, que siempre estaba llena de gente. En verano íbamos a las playas del Lazareto, las Cañas, As Xubias y a Santa Cristina. A esta última llegábamos cruzando la ría en la lancha de remos que tenían los hermanos conocidos como los Rubios, a quienes muchas veces ayudábamos a remar para ahorrarnos el pago.

En verano también alquilábamos bicicletas en la calle del Orzán para darnos paseos hasta las afueras, donde nos enganchábamos a algún camión para no tener que pedalear. En muchas ocasiones nos enganchamos además al tranvía Siboney y en el de Riazor para no tener que pagar. En los setenta me casé con Cristina, a quien conocí en las fiestas de Elviña y con quien tengo dos hijas, Silvia y Mireia, la segunda de las cuales nos dio un nieto llamado Jacobo.