Nací en Limiñón, en el municipio de Abegondo, aunque cuando aún era un niño me trasladé a la ciudad. Mis padres, José y Manuela, vivieron del campo junto con mis abuelos, Manuel y Manuela, así como con mis hermanos Fina, Mari Carmen, Faustino, Fernando y Carlos. Al acabar la Segunda Guerra Mundial llegaron los problemas, ya que las tierras solo daban para sobrevivir y quienes trabajaban el campo tuvieron que dedicarse al estraperlo con los productos agrícolas evitando los fielatos que había a la entrada de las ciudades.

Entre mis recuerdos de la infancia está el de cuando el guerrillero Foucellas vivió una semana en cada de mi tío Manuel, que tenía una gran hacienda, por lo que era conocido como el tío de la quiniela. A Foucellas le daban cobijo entonces personas de toda la comarca, aunque cuando la Guardia Civil se enteró de que había estado en casa de mi tío, estuvo un mes allí esperando a que volviese para detenerlo.

Precisamente al lado de esa casa, la pandilla de mi hermano Carlos encontró una bomba de la Guerra Civil con la que estuvieron jugando toda la mañana, ya que los adultos les dijeron que estaba estropeada, aunque a las tres de la tarde explotó y mató a mi hermano y a su amigo Antonio de Vara, hijo del rico del pueblo.

Los amigos de mi infancia fueron César, Luis, Mundito, Carlos, Elena, y los hermanos Ramón y Toñito. Fui un chaval un poco travieso, al igual que toda la pandilla, ya que hicimos todo tipo de trastadas para pasarlo bien, como la de quemarle el pajar a los padres de César. Recuerdo que con las cañas de los melones formábamos grupos musicales y que con la madera de los abedules hacíamos flautas y tiratacos. También recuerdo cuando una vaca que había enloquecido se escapó del matadero de Montellos y anduvo por la comarca, donde mató a dos personas e hirió a otras, por lo que a todos los niños nos tuvieron recluidos varios días en las casas hasta que un cazador la mató de un tiro.

Mis primeros estudios los hice en el instituto laboral de Betanzos y al trasladarnos a la ciudad, donde me instalé en casa de mis tíos en la calle Baldaio, los continué en una pequeña academia que fue el origen de la Karbo y en la que estudié hasta los dieciocho años. En aquel tiempo mi pandilla estaba formaba por Raúl, Manolo, Melito, Miguel Saboya, Manolito el de Villar, los hermanos Manel y Fernando Eiroa, Juan, los hermanos Balay, David, Pucho, Perrete y Manolito el lechero. Jugábamos al fútbol en la explanada de la estación de San Cristóbal, la Huerta del Cura y el campo de la Peña.

En esa época empecé a jugar al fútbol en el Victoria, donde tuve como entrenador a Ribera, un personaje muy conocido en el fútbol modesto. Un año después pasé al Vioño, en el que jugué contra el Deportivo en el estaban los hermanos Collazo y Piño. Allí tuve de entrenador a Maninches, cuñado de Amancio y hermano de Manel, uno de los mejores jugadores que tuvo el Vioño, además de Platas, que acabó jugando en Las Palmas. Solo jugué una temporada en los modestos, ya que una grave lesión de rodilla me impidió continuar. Cuando me recuperé, pasé a jugar en la peña Órdenes, cuyo primer partido fue contra el Lugo B en la inauguración del campo de Friol.

Fui el primer discjockey de Os Mallos, ya que en la cafetería Conde Duque, en la calle Francisco Catoira, hice audiciones con un magnetofón que un amigo había traído de Estados Unidos cuando aquí ese aparato solo lo podían tener los ricos. Al mismo tiempo que estudiaba, empecé a trabajar en la empresa Cocorase, que fue el origen de Piensos Biona y estaba situada en Cuatro Caminos, al lado de la fundición Wonenburger. Allí trabajé como oficinista en unas instalaciones que tenían las primeras cámaras frigoríficas que hubo en la ciudad para conservar la fruta.

Recuerdo que cuando trabajaba allí, al poco de inaugurarse la Fuente de las Pajaritas, se cayó dentro de ella el coche deportivo de un conocido coruñés, que resultó ileso y que tras salir del vehículo se fue tan tranquilo a tomar un café a un local de la calle Concepción Arenal. Aquella cafetería era conocida por todos los jóvenes porque tenía una gramola que los dueños habían traído de América y en la que los discos se veían en una pantalla, por lo que era toda una novedad.

Casi todos mis compañeros en la empresa eran militares retirados y en donde estaba situada años después se instalaron los ingenieros que construyeron el viaducto de Alfonso Molina, que obligó a reformar toda la zona de Cuatro Caminos. Entonces entré en Domingo Nieto Coloniales, en Juana de Vega, donde conocí a comerciantes maragatos como Aniceto Rodríguez, César Blanco y los propietarios de Madrid-Coruña y Casa Gato.

Me casé y tengo un hijo llamado Manuel, además de un nieto, Anxo.