Cuando el sábado pasado desperté con la noticia de la muerte de Alberto Martí, aquel Alberto tan querido por mi familia cuya presencia junto a mi padre me acompañó hasta más allá de mi adolescencia, sentí que, con él, desaparecía un importante eslabón de la cadena de afectos personales que ha marcado mi vida.

Fue un tiempo en que, en casa, a cualquier hora sonaba el teléfono y en muchos casos, tras recibir un mensaje urgente, mi padre marcaba su número: "Prepárate, Alberto, te recojo en cinco minutos".

La irrupción del fotoperiodismo en la prensa coruñesa

Mal podríamos hablar de la evolución del modelo definido por el entonces joven director de La Voz de Galicia sin dedicar un importante lugar en el mismo al fotoperiodismo y, junto a él, a uno de sus más grandes amigos: Alberto Martí Villardefrancos.

Con el avance de la tecnología, la fotografía, que hasta entonces tan solo había desempeñado una función muy secundaria en la prensa escrita, comenzaba ya a jugar un fundamental papel en su contenido. Hasta aquel momento la falta de calidad de la impresión había reducido el rol del fotógrafo a dar cuenta de un determinado acto o suceso sin que la calidad cultural de su trabajo pareciera tener mayor trascendencia. En el futuro, el desarrollo técnico-instrumental de la fotografía permitiría ya su desarrollo como forma autónoma de creación cultural.

Con la década de los cuarenta finalizada, la "objetividad" fotográfica había comenzado a convertirse por sí misma en un medio de comunicación independiente. La fotografía había quitado espacio al texto como nota característica de un nuevo tiempo.

"Una imagen -se dijo entonces- vale más que mil palabras".

A partir de aquel momento, el recién nombrado director del periódico, entusiasmado con el nuevo periodismo americano, se plantea la necesidad de lograr conformar una unidad entre el texto de sus noticias y las imágenes a ellas ligadas. La fotografía abre así, en su diario, una nueva ventana al mundo. Para él, la fotografía había dejado de ser un mensaje aislado o neutro pasando a convertirse en protagonista de muchas de las noticias publicadas. Cualquier cosa que pasase en el ámbito de influencia del periódico y tuviese interés para el público debería ser reflejada fotográficamente y para eso siempre contará con la presencia de un gran reportero gráfico: Alberto Martí.

Desde el final de la Guerra Mundial, Bocelo se había convertido en un ávido seguidor de una publicación clave para la historia del periodismo del siglo XX, la revista Life. En ella las fotografías -que él en muchos casos "robó" para su periódico- juegan un papel determinante. Miles de políticos, actrices, astronautas, animales, guerras, paisajes? van pasando por sus páginas de la mano de los mejores reporteros gráficos mundiales hasta que la reputación de Life como una de las más respetadas muestras de fotoperiodismo llegase a ser indiscutible.

Life cambió para siempre el periodismo mundial enseñándole cómo utilizar la fotografía, y hoy no podríamos imaginarnos un periódico de la calidad de El País al margen del excepcional material fotográfico en él publicado. Si observamos cualquiera de los periódicos actuales constataremos que, en su portada, una fotografía de impacto protagoniza la información del día realzando el poder de la imagen en el mundo de la información.

Es este el marco en el que debemos situar la presencia de Alberto Martí en la prensa gallega y su íntima relación con su amigo Lolo de Llano.

Cada una de sus fotografías nos muestra una historia concreta. Alberto la intuye y la sigue, buscando la objetividad de su trabajo sin olvidar la calidad de la imagen ofrecida. Después de todo, una fotografía no solo se basa en el dominio de una técnica, que se puede adquirir a través del uso continuado de una cámara, sino en un dominio estético, fruto de una indudable sensibilidad creativa que, en su caso, llevará al periódico a introducir su presencia ocupando buena parte del espacio de la plana en que se sitúa.

Durante muchos años Alberto, siempre con una bonhomía y un humor a prueba de bomba, está en todas partes: actos oficiales, sucesos, acontecimientos deportivos? reflejando objetivamente lo acontecido.

"La importancia de la función fotográfica en el deporte -escribió Bocelo- puede comprenderse por medio de una anécdota real ocurrida en el estadio de Riazor en el transcurso de un partido de liga que fue ganado por el Deportivo al Atlético de Madrid por un gol de diferencia. Un delantero atlético tira a gol, y Acuña, en una de sus sensacionales estiradas, logra despejar la pelota con el puño cuando entraba por el ángulo. ¿Fue gol o no fue gol? El árbitro, tras vacilar un poco, mandó seguir el juego. Al día siguiente Alberto me trajo a la redacción una fotografía preciosa en la que demostraba claramente que el puño de Acuña había golpeado la pelota cuando esta había traspasado la raya. Periodísticamente, la foto tenía enorme valor. Pero? la directiva deportivista se enteró y me rogó, y suplicó, que la foto no fuera publicada, porque como prueba podía significar la validez del gol, y el perjuicio sería enorme. Entre el éxito periodístico y la seguridad deportivista, opté por la segunda, consciente de que me hacía cómplice de una pequeña inmoralidad. Huelga decir que a ninguno de los dos le pesó mi decisión?".

Alberto Martí, lo mismo fotografiaba al dictador jugando con sus nietos que a un pobre viejo comiendo en la Cocina Económica (para él, su foto preferida), institución que, con el tiempo, él presidiría poniendo en el empeño un juvenil entusiasmo que nadie sabe de dónde podía salir; una boda de "interés social" o la imagen de un asesino que acaba de dar muerte a su esposa?

En una ocasión -recuerda Bocelo- Alberto asistía a un entierro en un pueblecito cercano. Un muchacho, repentinamente dolido por viejos resentimientos, echó mano a un cuchillo en el mismo cementerio, y propinó una cuchillada a un hombre con quien, evidentemente, no simpatizaba, al parecer por cuestión de intereses. El cuchillo se quebró, pero profundizó lo bastante como para abrir otra sepultura en el mismo cementerio.

Alberto dialogaba poco después con el impulsivo muchacho. Cordial, charlatán, no hay manera de callarlo ni ante un homicida.

-Pero, hombre -le preguntó-. ¿Cómo se te ocurrió hacer este disparate?

El muchacho miró con cierta conformidad para las esposas que ya lo inmovilizaban, y respondió calmosamente:

-Nos había envenenado las gallinas.

-¿Hace mucho tiempo?

-Hace nueve años?

Nunca pude comprender la segunda pregunta de Alberto. Yo entiendo que un hombre mate a otro porque le envenenaron las gallinas, lo mismo lo hace en el momento que en el próximo siglo. Es un predestinado al asesinato. Pero, ¿a quién se le puede ocurrir entablar conversación después del crimen preguntándole cuánto tiempo transcurrió desde aquel vil suceso? Desde luego a Alberto, si así cree poder ganarse la confianza del próximo protagonista de su cámara.

Las dificultades no existían para el fotógrafo cuando de conseguir una buena instantánea se trataba. Podía acercarse temerariamente a un fuego, subirse a la punta de una grúa portuaria o enfrentarse al viento para lograr la mejor información sobre el desbordamiento de la presa del Eume.

Recuerdo -rememoraba su viejo amigo- cuando nos llamaron un día para avisarnos de que el embalse de A Capela estaba desbordándose entre el vendaval y el diluvio. El enorme dique acumulaba agua hasta los bordes, y los aliviaderos vertían una inmensa catarata de sesenta metros de ancho por cien de profundidad.

Alberto necesitaba convertir aquel drama dantesco en fotografía. Y lo hizo. El viento era tal, que tomar posiciones de curioso significaba arriesgar la vida, pues podía lanzar a cualquiera a aquel inmenso infierno de agua.

-No te vaya a llevar la máquina -le advertí.

-No, la llevo prendida con correas. No te?

Se interrumpió para hacer un extraño gesto con la mano, como si quisiera cazar una mosca.

-¡Mis gafas! ¡Mis gafas de 600 pesetas!

Como no llevaban correas, el viento pudo más. Hoy son agua simplemente.

Cualquier situación noticiable cuenta, entonces, con Alberto como espectador y, mientras, diversos aspectos de su ciudad y sus gentes van quedando recogidos por su cámara para, en muchos casos, ser reproducidos por el periódico. A finales de los cincuenta, el periódico enriquece su aspecto con distintas y magníficas fotos suyas de la ciudad y su gente que, entonces, comienzan a contar con cuidados pies, sin firma, redactados por Caparrós, Pontón, Naya? o el propio Bocelo.

Fotos como Comida marinera o El pan de cada día se convertirían así en excelentes ejemplos del mejor fotoperiodismo y otras, como la de aquellos dos rapaces -niños de doce o catorce años- sentados en sus maletas al haber llegado tarde al barco, en auténtico símbolo de un drama como la emigración.

Cuando solo me quedaba dar la forma final de estos recuerdos, que bien podrían constituir el obituario de mi padre a uno de sus más queridos amigos, LA OPINIÓN me conmueve con una inesperada alegría. En una columna de su contraportada Aurelia Lombao recuerda a sus lectores que el próximo año se cumple el centenario del nacimiento de Bocelo, un muy querido amigo de Alberto, y el 20 aniversario de su muerte. Llama a instituciones, profesionales y simples ciudadanos a recuperar su presencia en nuestra memoria.

Una iniciativa de este tipo -dice- sería, sin duda, un excelente servicio a la ciudadanía, sobre todo a las generaciones más jóvenes que se han visto perjudicadas por nuestro incomprensible y negligente silencio.

Hoy, como tantas veces, la casualidad nos lleva al recuerdo conjunto de hombres como Lolo de Llano y Alberto Martí, aquellos dos personajes, tan populares en La Coruña de su tiempo y tan ligados al nacimiento de un nuevo periodismo gallego. Por mi parte quisiera creer que, como afirma Aurelia Lombao y celebraría nuestro queridísimo Alberto, la presencia de mi padre -un cronista muchas veces elogiado por columnistas con la importancia de Wenceslao Fernández Flórez, Álvaro Cunqueiro, Jorge Mañach, Ánxel Fole?- pueda, aún, ser recuperada como una parte fundamental de nuestra memoria histórica.