Escribo esta columna todavía impactado por la triste (y siempre inesperada) noticia del fallecimiento de Ángel Gómez Hervada, quien, por encima de todo, era un buen amigo, una excelente persona. Su afabilidad, humildad y simpatía son virtudes que adornaron una corta pero intensa trayectoria vital, fundamentalmente dedicada a la radio y a la ciudad de A Coruña.

Anca, como así lo conocían sus numerosísimos amigos, era, en definitiva, lo que todos definimos como un buen tipo que llevaba la radio en la sangre. Tanto es así que la emisora que dirigió con buen tino desde 1989, año en el que relevó al frente de la misma a su tía, Rafaela Hervada, encarna los auténticos valores de la radio, un medio de comunicación próximo en el que prevalece la libertad de expresión, con una mirada preferencial hacia los sectores más vulnerables en la permanente búsqueda de construir una ciudadanía crítica capaz de generar cambios en la inmensa tarea de fortalecer una sociedad más justa.

Esos valores que tan bien representaba Anca le han hecho merecedor de numerosas distinciones, entre las que quizás la que más le haya satisfecho sea la medalla de oro de la ciudad de A Coruña, que le fue otorgada en octubre de 2009 por el entonces alcalde, Javier Losada.

Para un coruñés de pro, como era el fallecido director de Radio Coruña, nada como el reconocimiento de la ciudad que él adoraba y que supo defender en cada minuto de su vida con la caballerosidad de un auténtico coruñés militante, sin duda merecedor del que quizás sea el mayor de los homenajes que una ciudad pueda dispensar a uno de los suyos: que su nombre figure en el nomenclátor de la misma para que su recuerdo permanezca indeleble en la memoria colectiva de los ciudadanos.

La radio y la ciudad de A Coruña han perdido físicamente a uno de sus referentes. Pero estoy seguro de que su espíritu se mantendrá vivo en el recuerdo de todos los coruñeses.