La empresa Gas Natural Fenosa lleva 22 años patrocinando un concierto navideño a la Orquesta Sinfónica de Galicia. Esa suerte de apéndice que lleva Gas Natural hace referencia a aquella empresa gallega que portaba como anagrama Fenosa cuyo significado era en realidad Fuerzas Eléctricas del Noroeste, Sociedad Anónima; pero muchos hemos querido ver en esas siglas lo que significan en gallego: Fe nosa. Nuestra fe. El transcurso del tiempo y los avatares sufridos por la empresa nos han hecho descreídos. Perdida la sede coruñesa, nos queda el pequeño consuelo del apéndice y este otro pequeño consuelo del concierto sinfónico que se renueva cada año. El de éste ha sido especialmente feliz: un programa de notable calidad y belleza y, al mismo tiempo, asequible para un público más heterogéneo y menos entendido que el habitual. Aunque, en términos generales, el comportamiento ha sido excelente, ciertos intentos para aplaudir entre algunos movimientos de las sinfonías revelan esa condición de heterogeneidad e inhabitualidad. Todo se perdona por el respeto con que se escucharon las obras; por los nutridos aplausos que se dedicaron a nuestra orquesta, una de las mejores (si no la mejor) de España; y por el profundo sentido del ritmo que tiene esta audiencia, que abarrotaba el auditorio, al acompasar con sus palmas la infaltable Marcha Radetzky, de Johann Strauss padre, que se ofreció como bis. Brillante actuación de la Sinfónica. Lo mejor, la preciosa lectura de la maravillosa sinfonía schubertiana, con momentos de tan admirable sentido canoro, como el Andantino. Dima ha estado espléndido aquí, regulando con sensibilidad el volumen y estimulando el cantabile de que es capaz esta soberbia agrupación. Magnífica la interpretación del poema sinfónico de Sibelius. La sinfonía de Chaikovsky fue aclamada aunque, por momentos, pareció un poco sobrepasada de volumen. Pero hay que ser prudente: parece vana pretensión enseñar a un ruso cómo ha de interpretar a Chaikovsky.