Nací en la ciudad de Santiago de Compostela, en el hospital General, hoy Hostal de los Reyes Católicos. A los meses, mi madre, Gloria Vilas, ya fallecida, se vino a A Coruña a vivir en la calle del Orzán. Aquí se puso a trabajar como sirvienta y limpiadora en distintas casas de la ciudad. Por este motivo, me metió en la Casa Cuna La Milagrosa, en la que estuve bastantes años, hasta que pasé al Hogar Calvo Sotelo, donde mi madre trabajaba como cocinera, además de seguir sirviendo en distintas casas de los señoritos de A Coruña, como así se les llamaba.

Mi madre siempre me venía a buscar a la Casa Cuna los fines de semana y festivos, y algunas veces me llevaba a donde ella trabajaba, y me quedaba quieto en la casa hasta que ella remataba el trabajo. Pero yo, con tal de estar con mi madre, era feliz. Se puede decir que así fue mi infancia hace 70 años. Aunque esté mal decirlo, por causas de la vida de esa época de los años 40, no estaba bien visto que se supiera que tenías un hijo ingresado en la Casa Cuna.

Mi vida empezó a cambiar a los doces años, cuando mi madre me metió en el colegio Eusebio da Guarda, en la plaza de Pontevedra, debido a que comenzó a trabajar en él como cocinera. Ahí estuve dos años estudiando y haciendo pasantías que me pagaba, con su esfuerzo, mi madre, a la cual sigo agradeciendo todo lo que hizo por mí para salir adelante, aunque los estudios no me gustaban mucho y siempre estaba castigado en clase por no prestar atención a los libros. Lo único que me gustaba era jugar al fútbol en cualquier sitio, en el recreo o donde hubiera chicos. Por este motivo, dejé los estudios, me fui a vivir con mi madre a la calle del Orzán y comencé a trabajar para ayudarla.

Mi primer trabajo fue como chaval de recados en la confitería La Ibense, en los Cantones. Tiraba de un carro y repartía pasteles de pedidos que hacían las casas de la zona centro. Este trabajo no duró mucho tiempo ya que cuando repartía los pasteles siempre comía varios y al final se dieron cuenta de que en las bandejas faltaban pasteles cuando se los llevaba a los clientes. Y me pusieron en la calle.

De aquí pasé al taller de ruedas de coche Domingo Rey, donde estuve trabajando hasta que me fue al servicio militar, destinado en las baterías del monte de San Pedro. Como me gustaba mucho dormir cuando me tocaba guardia, me escondía en las torreta de los grandes cañones y me ponía a dormir. Esto me costó algunos arrestos, como hacer más guardias. En los catorce meses que estuve prestando servicio en San Pedro hicimos dos prácticas de tiro real con estos grandes cañones, que hacían un ruido enorme.

Cuando acabé la mili, volví de nuevo a trabajar, en la empresa Auto Disco, en la que desarrollé el resto de mi vida laboral, hasta que me jubilé.

Me casé con Mariluz, a quien conocí en el baile del Salle. Me la presentó mi amigo Manolo Mata, ya fallecido. Tenemos dos hijos, Miguel y Rubén, que ya nos han dado tres nietos: Ana, Eva y Migui Eder.

Mis amigos de siempre fueron Rivas, los gemelos Tito y Lila, los hermanos Mata - Luis y Manolo-, Siñeiro y Minocha. Con todos lo pasé muy bien y tengo gratos recuerdos de cuando jugábamos por los campos de la zona de los Puentes, adonde solíamos ir a buscar agua a las fuentes de la zona.

Por las circunstancias de mi infancia nunca tuve juguetes nuevos. Los pocos que tuve eran los que me daban, estropeados, en algunas de las casas en las que servía mi madre. Los aproveché a tope mientras pude.

Me acuerdo mucho de las sesiones de cine a las que asistíamos en pandilla en los desaparecidos Cines España, Doré, Monelos, Gaiteira, Finisterre y Hércules, sin olvidarme de lo bien que lo pasábamos en las fiestas de los barrios más conocidos de A Coruña, como San Luis, Vizcaya, Gurugú, San Pedro de Visma, Silva y Santa Margarita, y también en las de fuera, como Eirís y Palavea, adonde llegábamos después de traspasar leiras y caminos.

Cuando bajábamos al centro, sobre todo los jueves, solíamos ir al baile de La Granja, a la sesión del Jueves Rosa, en la que todas eran mujeres. Todos los hombres que asistíamos no dábamos abasto para bailar con tanta mujer. A la salida, solíamos parar en El Priorato, donde teníamos otros amigos que jugaban al fútbol, afición que llevaba dentro desde los doce años, cuando fiché por el Ciudad Jardín, en categoría infantil. En este equipo estuve dos años. A los catorce, pasé al Oza Juvenil, donde estuve otros dos años. Después, hasta mi boda, seguí jugando en diferentes peñas de fútbol, como la Barrabás y la San Juan del Campo de Marte.

Tiempo después de casarme, fiché por el Ciudad Jardín de modestos. Estuve dos años y volvía a fichar por el Cambre, donde tuve de entrenador a Mahía, que ya había estado conmigo en el Ciudad Jardín. Del Cambre pasé al Brexo Lema hasta que el presidente del Maravillas, Luis, hermano de Canito, actual presidente, me ofreció fichar por ese club. Le dije que sí, siempre que me consiguiera la carta de libertad del Brexo. Él lo consiguió y de inmediato pasé a jugar en el Maravillas, equipo que llevaba 22 años sin ascender.

Al entrar yo como defensa central y al fichar también a varios veteranos amigos míos, conseguimos, con el resto del antiguo equipo, ascender a Primera en 1977. En aquel año, ganamos por primera vez la Copa de A Coruña, enfrentándonos al Imperátor en el antiguo campo de La Granja con Viñas de entrenador, aunque también jugaba. Con 29 años me retiré del fútbol modesto y seguí jugando en el fútbol sala, en el cafetería Oxford. Con éste equipo ganamos cinco trofeos Teresa Herrera y dos copas del Club del Mar.

En la actualidad, me dedico a entrenar a los prebenjamines del Maravillas y dirijo a los veteranos de este club, donde jugaron mis hijos y sigue la sala familiar mi nieto Eder. Pertenezco a la Peña El Trincado, en la que están viejos compañeros de fútbol y hacemos campeonatos de tute y dominó.

Como cierre de estos recuerdos, me queda por decir que en verano nuestra playa fue Riazor, donde aprendí a nadar en el famoso cagallón, aunque con más de un susto, como cuando alquilábamos las bicicletas en el Orzán. Como sabía pedalear muy mal, siempre me caía, sobre todo cuando me metía en los raíles del tranvía de Riazor.