Nací y me crié en la calle Metal, en el barrio de Labañou, donde vivían mis abuelos Bonifacio y Matilde, además de mis padres, Antonio e Irene, y mis hermanas Mari e Irene. En mi nacimiento ayudó como si fuera una comadrona la madre de Fernando Paredes, jugador del Valladolid cuya familia hacía poco tiempo que se había afincado en el barrio.

Mi padre fue muy conocido en las fiestas de los barrios porque fue batería en la orquesta Mallo, que fue muy popular en la comarca, mientras que mi madre se dedicó a las labores de la casa y a cuidar de sus hijos. Aún recuerdo cuando me llevaba con ella hasta el centro para ver actuar a mi padre en el Kiosko Alfonso, ya que en verano el cine se cerraba y se convertía en sala de fiestas y cafetería en la que actuaban conocidos artistas y grupos musicales. También tengo en la memoria la famosa Tómbola de Caridad de los jardines de Méndez Núñez, cuyos boletos coleccionábamos los niños cuando la gente los tiraba porque tenían postalillas por detrás.

Mi primer colegio fue el Hogar de Santa Margarita, en el que estuve dos años, tras los que pasé al colegio público que se abrió en Labañou y en el que estudié hasta los trece años, edad en la que me puse a trabajar como chaval de los recados, un empleo que entonces se conseguía en cualquier empresa para aprender los oficios que se hacían en ella.

Mis amigos del barrio de aquellos años, que lo siguen siendo, fueron José María Mantiñán, Machín, Perolo, Parada, Miguel y Carlos Pan, Rumbo, Luis Rosales, Mitolis y mis primos Toto y Manel, mientras que a mí me conocían como Quelique. Jugábamos en la capilla de las casas de planta baja de Labañou, en la zona que era conocida como los Pilones, así como en la del consultorio, donde solíamos hacer trastadas. También íbamos a jugar a la pelota en el campo llamado Caga na Pedra, situado donde hoy está el Millennium, y en la zona de Os Rosales cuando aún no existía el colegio Calasanz.

Mi pandilla se las ingeniaba para conseguir algunos reales buscando chatarra o tesoros, como les llamábamos, cuando íbamos a la furna donde el camión de la basura del Ayuntamiento tiraba la basura al mar desde una pequeña plataforma de hormigón. Cuando la marea estaba baja llegábamos allí y algunas veces encontrábamos monedas o alguna cosa de interés que iba entre los residuos.

Recuerdo que cuando tenía que bajar al centro o la plaza de Pontevedra, lo hacía en el viejo autocar llamado la Pachanga, ya que el conductor era mi padrino, Pepe, quien me dejaba subir sin pagar.

Empecé a jugar al fútbol a los catorce años en el equipo Sporting Santallana, donde tuvimos de entrenador a Machín de Labañou. Dos años después entré en el club Sin Querer, donde no jugué mucho por decisión del entrenador, a pesar de lo cual fue mi equipo de siempre y en el que estuve hasta los diecisiete años, edad a la que dejé de jugar hasta los veinte.

Fue entonces cuando me pasé al fútbol sala en equipos como el Comfort, Breogán y Palleiro, en los que jugué durante una década hasta que me hice árbitro en la Asociación Liga Coruñesa, cuyo presidente fue el malogrado Suárez, de quien tengo un gran recuerdo.

En el arbitraje tuve a grandes compañeros que llegaron a Segunda División, como Ferreiro, Varela, Bestilleiro y Manolo Francos. Fui árbitro durante veinte años y tuve que dejarlo por una grave lesión. Durante ese tiempo tuve la oportunidad de pitar importantes partidos de mi categoría, como el del Cerceda contra el Celta B en una pretemporada, así como uno amistoso del Fabril en el que jugó Mauro Silva mientras se recuperaba de una lesión.

Me casé con Gloria, que era vecina del Agra dos Mallos, con quien tengo dos hijos, Ester y José Antonio, quienes nos dieron dos nietos, Lucía y Brais. En la actualidad me sigo reuniendo con los amigos de siempre en los campos de A Grela, donde organizamos grandes tertulias de fútbol a las que acuden personas como Manuel Trigo, Luis el camarero, el cartero, Vilas, Canito, Cedillo y Mitolis.