Nací en la avenida de Montserrat, donde viví con mis padres, Ricardo y Mari, así como con mis hermanos Rosa, Olga, Emilio, Marita, José y Carmela. Mi padre trabajó toda su vida en la construcción, mientras que mi madre lo hizo en la hostelería, tanto aquí como en Inglaterra, a donde fueron los dos hasta que él falleció.

A los pocos años de mi nacimiento, mi familia se trasladó a vivir a las entonces recién inauguradas casas sociales de Palavea, por lo que se puede decir que mi infancia comenzó allí, ya que mis primeros amigos los hice en el barrio, como Marica, Mari, Julita, Mari Carmen, Toñito, Tito y Belínguez. Jugábamos en los alrededores de nuestras casas, que eran campos en los que podíamos estar tranquilamente y en los que niños y niñas practicábamos los mismos juegos.

Mi único colegio fue el de Palavea, que dirigía la profesora Chelo, a quien sigo viendo de vez en cuando y de la que guardo un grato recuerdo por lo bien que se portaba con los alumnos. A los trece años dejé de estudiar y empecé a aprender a coser con la conocida modista Pitusa, tras lo que fui a trabajar por temporadas a la conservera de Rey en el muelle de A Palloza.

Después de casarme entré en la droguería Castro, donde estuve cuatro años hasta que nacieron mis hijos. Cuando se hicieron mayores trabajé como limpiadora en casas particulares y luego pasé a la hostelería en la cafetería de Camilo, el del Maravillas, en la calle Asturias, tras lo que lo hice en otras como Calixto, Cocos, Antoxos y Clavel de Oro, hasta que terminé mi carrera laboral en el Rincón del Pincho, situado en Cuatro Caminos.

Puede decirse que fui una niña y una jovencita que disfrutó todo lo que pudo a pesar de que trabajó mucho, aunque mi juventud fue difícil porque mis padres eran muy estrictos y no me dejaban bajar al centro si no iba acompañada de un familiar. Por eso no pude pasarlo bien hasta que conocí a mi marido y empezamos a salir como novios, al principio sin que lo supieran mis padres y acompañados por uno de mis hermanos hasta llegar al centro, donde volvíamos a reunirnos para regresar, siempre para llegar a casa antes de las nueve.

De mi niñez recuerdo mucho las fiestas de Palavea y San Vicente de Elviña, ya que nos dejaban ir en pandilla. En Elviña lo pasaba fenomenal porque me quedaba a dormir en casa de mi abuela Rita, que vivía en la zona de la cantera. Para llegar hasta allí teníamos que recorrer caminos, campos y huertas, lo que aprovechábamos para coger fruta y comerla mientras caminábamos.

Con mi hermana Carmela lo pasaba muy bien, sobe todo porque trabajaba y nos daba una propina con la que tenía para salir con mis amigas, aunque también iba con ella a los cines del puente de A Pasaxe y de O Portádego, a los que íbamos andando la mayoría de las veces. En carnavales nos disfrazábamos para ir a los bailes de El Seijal,Vilaboa y el Circo de Artesanos, siempre acompañadas por hermanos o hermanas que nos vigilaban para que cuando bailáramos con algún chico corriera el aire entre los dos.

En verano solíamos ir a la playa de Santa Cristina y a la ría en la zona de Fonteculler, siempre cargados de tortillas, bocadillos o empanadas y un par de gaseosas para pasar el día. Recuerdo que cuando venía Franco a la ciudad en Palavea nos enterábamos enseguida porque engalanaban con banderas la avenida de Lavedra. Cuando los guardias civiles acordonaban la carretera, todo el barrio salía a ver pasar la comitiva, de la que lo que más nos llamaba la atención era la gran escolta de motoristas que acompañaban el Rolls Royce en el que iban Franco y su mujer.

En la actualidad, ya jubilada, me dedico a disfrutar de mis nietos y llevarlos a jugar al fútbol con su abuelo, que es su entrenador, además de reunirme con nuevos amigos como Mari, Martínez, Alberto, Elena, Merchi y Juan Carlos.