Cuando el juez lo condenó por un caso de violencia de género, a Bilal le preocupaba lo que pudiera pasar si entraba en prisión, así que cuando en el juzgado le ofrecieron la opción de realizar Trabajos en Beneficio de la Comunidad para conmutar la pena no dudó en aceptarla. Le impusieron tres meses y una orden de alejamiento de su expareja durante cinco años. Es todo lo que queda de aquella pesadilla. "Fue todo por un insulto? ya sabes, cuando te cabreas dices cosas", se explica este joven de ascendencia marroquí.

Una parte de estos trabajos sociales la completó en el Comité Ciudadano AntiSida de Coruña (Casco), colaborando en su Punto de Calor. "Ayudaba con cualquier tarea: dando las comidas, fregando platos, lo que fuese. Se trataba de ayudar a la gente". A este local ubicado en la calle Padre Sarmiento, junto a la Casa de las Ciencias, llegan a diario los que no tienen otro sitio a donde ir. A darse una ducha caliente. A tomar un café. A hacerse test de VIH. "Yo estuve muy bien allí, fueron veinte días en los que no hubo ningún problema", asegura Bilal.

A lo largo de 2017 pasaron por la entidad 21 personas, de los que 17 completaron sus trabajos en beneficio de la comunidad y solo cuatro (uno de ellos porque su expediente fue trasladado a Ferrol) no lo hicieron. Aunque la mayoría de los condenados sí cumplen con su cometido, no siempre es así. Algunos no siguen las normas marcadas. Otros ni siquiera se presentan. "Hay de todo", explica Iván Casanova, responsable del Punto de Calor.

Los Trabajos en Beneficio de la Comunidad son una medida alternativa al ingreso en prisión cada vez más demanda por su función reeducativa. Al cumplirse en libertad, evita la ruptura con la vida familiar y laboral del penado. En los últimos años su uso no ha parado de crecer, tanto que la administración apenas puede hacer frente a todas las peticiones. El Gobierno busca más instituciones que colaboren en estos programas de reintegración y en este marco hace unos meses firmó con Casco un convenio para formalizar la colaboración que llevaba prestando desde hace años, los últimos tres de forma regular. "Yo fui a Casco porque un amigo me dijo que fuese con ellos, que me iban a tratar bien", asegura Bilal.

En su caso todo salió como estaba previsto. Tan bien que Bilal sigue en contacto con sus compañeros de Casco. Hasta juega en su equipo de fútbol sala. Su mayor problema ahora es laboral. Cuando su jefe lo manda a trabajar a una localidad cercana a la ciudad donde reside su expareja. "No puedo ir a menos de 500 metros, pero si tu jefe te manda, ¿qué haces? Te tienes que callar porque si le dices que no puedes, te echan".

Y eso es lo único que Bilal no puede permitirse. Ahora que ha conseguido rehacer su vida, no quiere que nada le salga mal. "Todos cometemos errores, pero todos tenemos derecho a una segunda oportunidad", concluye.