"Yo en la vida tuve muchas oportunidades". En la sonrisa socarrona de Fernando Salgueiro se esconde el drama de una generación, la que se enganchó a la heroína a finales de los 80 y al dinero fácil del narcotráfico en los años siguientes, mas también el orgullo de quien logró salir adelante. A pesar de todo. A pesar de que no todos pensaban que lo lograría.

"La segunda oportunidad más grande que tuve fue salir de la heroína y curarme de la hepatitis. Aunque soy medio cafre, tengo cinco hijos y me siento una persona muy afortunada", asegura en el segundo piso de la sede de la Asociación Ciudadana de Lucha contra la Droga en Coruña (Aclad) donde completa a la vez su pena de trabajos comunitarios por narcotráfico y su tratamiento contra la adicción.

Fue en este mismo lugar donde la vida de Fernando empezó a cambiar hace ya demasiados años. "Acudí a mi madre y le dije que había que buscar una solución". Estaba enganchado a la heroína, como muchos chicos de aquellos tiempos. Después vendría la cocaína y los problemas con la noche. "Yo estuve muy apegado al mundo de la noche. Una vez que te metes es complicado salir. Dos años que pagué fue por peleas".

Aunque ya había comenzado a rehacer su vida y había formado su propia familia, Fernando cometió un nuevo error en su vida. El tráfico de hachís lo llevó a la cárcel. Primero a Badajoz y después a Teixeiro. "La prisión te corta la vida. Yo a mi cuarto hijo lo vi una hora al nacer", se lamenta, en un reproche que sobre todo tiene un destinatario: él mismo. Y sus errores.

En 2015, el juez le ofreció suspender la pena -y la multa asociada- por Trabajos en Beneficio de la Comunidad hasta diciembre de 2019-. Una nueva oportunidad, otra más, para Fernando, que está decidido a no volver a equivocarse.

Seguir su tratamiento en Aclad, además de mitigar las posibilidades de una recaída en las drogas, le sirve al mismo tiempo para pagar su deuda con la sociedad. Para empezar de nuevo un poco más cada día.

Fernando participa en la Unidad de Día del centro contra la drogodependencia. Acude a primera hora a hacer deporte. Cardio, bádminton o piscina. Aunque a él lo que le apasiona es el muay thai, el conocido como boxeo tailandés. "Estoy molido aún del otro día", bromea.

El resto de la mañana lo pasa en el centro, bajo la supervisión de las educadoras sociales. Acude a los grupos de control de ira y a talleres. Si hay que hacer pulseras, se hacen. Este programa es una "bicoca", reconoce. Su tiempo libre es todo para sus hijos.

Más allá de las estadísticas, los expertos destacan la utilidad de estos programas. "Al darles la oportunidad de un tratamiento, van viendo sus beneficios y haciendo otro tipo de vida", apunta una de las responsables de Aclad, Julia García. Si cometen cualquier delito, como conducir bajos los efectos del alcohol, pierden sus beneficios y tienen que cumplir la pena íntegra. Por eso, la gran mayoría no vuelve a delinquir. "Llevan una vida normalizada. El tratamiento les cambia la vida por completo", asegura García.

Lo que ocurre, añade Fernando, es que no todo el mundo se merece una segunda oportunidad: "Hay gente que es mala". Para ellos no queda más alternativa que la prisión.