Nací en Ourense, aunque desde pequeño venía a esta ciudad en vacaciones a pasar temporadas en casa de mis tíos, Antonio y Elisa, quienes vivían en la calle Arcadio Vilela. Mi familia la formaban también mis padres, Macario y Milagros, y mi hermana María Milagros, todos ellos fallecidos.

Cuando mis padres decidieron trasladarse aquí, me enviaron a estudiar al Liceo La Paz, en el que estudié hasta el Preuniversitario y donde el director era Augusto César Lendoiro. Allí tuve como compañeros a Javier Díaz Vázquez, Joaquín José Cotarelo y José Luis Canedo, de quienes guardo un grato recuerdo de aquellos años de estudio, en los que hicimos todo lo posible por pasarlo bien en nuestro tiempo libre.

Recuerdo que antes de que se construyera el barrio de Os Mallos todos los chavales jugábamos en el famoso campo de la Peña, donde también iban muchas madres del barrio a poner la ropa a secar y se hacían las fiestas, que tuvieron mucha fama tras la desaparición de las de las calles San Luis y Vizcaya.

Mi pandilla de juventud estuvo formada por José Rivadulla Pérez, Ángel Díaz Méndez, Antonio Mouriño y José Luis Gil, con quienes disfruté jugando a la pelota y a otros juegos. Los domingos y festivos los dejábamos para ir al cine y ver aquellas películas de aventuras. Siempre me acordaré de que la primera sala a la que me llevó mi padre fue la España, que me pareció grandiosa porque tenía dos pisos. Con la pandilla fui después a ese mismo cine y los Doré, Gaiteira y Monelos, aunque también íbamos algunas veces al Hércules, que nos quedaba algo lejos.

A partir de los quince años empezamos a acudir a todas las salas de fiestas de la ciudad y los alrededores, como La Granja, el Sallyv, el Nikars de As Xubias, El Seijal y La Perla de Mera. Cuando bajábamos al centro, pasábamos por las calles de los vinos haciendo el recorrido por las cafeterías y bares más conocidos, así como por la sala de juegos El Cerebro, frente al cine Coruña, que siempre estaba llena de jóvenes haciendo cola para jugar en las primeras máquinas electrónicas que llegaron a la ciudad, al igual que para los futbolines y billares que tenía en el piso de arriba.

También me acuerdo cuando íbamos al cine Rosalía de Castro a ver películas de mayores y comprábamos entradas de general o galería porque eran las más baratas, aunque teníamos que mirar que no estuviera en la puerta vigilando el inspector de policía que pedía el carné a los jóvenes. Pero si estaba en la puerta de butacas, el portero del cine dejaba pasar a todo el mundo, aunque luego había que encontrar un sitio en los bancos para sentarse, porque si no había que hacerlo en las escaleras, ya que estábamos convencidos de que vendían más entradas de las que se podía.

En verano íbamos a las playas de Riazor y Lazareto. De esa última recuerdo que la gente esperaba en el Puntal a que abrieran el acceso hasta que se marcharan los niños de las colonias del Sanatorio de Oza. Al terminar los estudios trabajé como entrenador del equipo de voleibol del Liceo hasta que me fui a la mili a Valencia. Al acabarla entré a trabajar de contable en Dragados y Construcciones.

Mi primer destino en la empresa, en la que también trabajé en el departamento de personal y como topógrafo, fue en Viveiro y luego Páramo del Sil para la construcción de una central térmica. Al cabo de casi una década entré en Mapfre, en la que terminé mi vida laboral. En esa época jugué bastantes años en el equipo de fútbol sala Lagares, donde tuve como compañeros a Gajino, Rivadulla, Antonio y los hermanos Carlos y Roberto Baltar. Me casé con Susana y tengo una hija llamada Cristina.