A la entrada del Centro Oceanográfico de A Coruña hay un contenedor como los que llevan los buques mercantes, una caja metálica que esconde un laboratorio portátil donde los investigadores de la entidad analizan muestras con componentes radioactivos, porque ese edificio con tejado de olas marrones, añadidos metálicos y pantalán con barco amarrado encierra cincuenta años de historia e investigación sobre los océanos y los mares de todo el mundo.

Cuenta el director del centro, Santiago Parra, que la "joya de la corona" de esta institución no es su embarcación ni sus costosísimos aparatos, sino los archivos que tiene con las mediciones realizadas durante más de treinta años en tres puntos de la ría coruñesa y que les permite saber cómo eran entonces el mar y sus habitantes, cómo son ahora y prever en qué se convertirán en el futuro si nada cambia la tendencia que siguen.

En estos documentos históricos, "de los más antiguos no solo de España sino también de Europa", explica Parra, hay registros de cómo afectaron a las aguas coruñesas catástrofes marinas como el Mar Egeo o el hundimiento del Prestige.

El Oceanográfico coruñés lucha por conocer la vida de los mares, pero también contra los números, ya que se enfrenta a restricciones presupuestarias, como la que les llevará a salir el próximo martes a las puertas de su centro para leer un manifiesto, a las 12.00 horas. Y es que, los trabajadores -de los diez centros que forman el Instituto Español de Oceanografía- han consensuado un texto en el que se quejan de las malas condiciones económicas en las que se ven obligados a trabajar. Tanto es así que, en A Coruña, según explica la funcionaria y delegada sindical en el centro, Carmen Vázquez, los investigadores tienen que pactar entre ellos qué inversiones priorizan, de modo que tienen que elegir entre la reparación de un aparato que están utilizando o la compra de un dispositivo para la puesta en marcha de un nuevo estudio. Son batallas diarias que se libran en los despachos, pero que interfieren también en la labor de los técnicos, de los que se embarcan rumbo al Gran Sol como observadores para ver qué pescado entra en el barco y para documentar cuáles son sus medidas, pero también de los que analizan cómo ha cambiado la temperatura o la acidez del océano.

Pero ¿cómo se implantó el Oceanográfico en la ciudad? Cuenta Joaquín Valencia, que es técnico de investigación del centro coruñés, que la idea de montar un laboratorio de este tipo en Galicia surgió en el siglo XIX, a raíz de las crisis pesqueras que había entonces. El primer laboratorio de biología marina que se implantó en España fue en Santander, a finales del siglo XIX, el primero de Galicia fue el de Vigo, abrió sus puertas en 1917, y, aunque "había reivindicaciones de que se instalase uno en A Coruña" no lo hizo hasta 1968. Primero, su sede estuvo en un local del muelle de Linares Rivas y, a finales de los años setenta, ya se levantó el edificio que sirve de sede al Oceanográfico.

Durante los primeros años, en el centro se hacían "cursos de capataz mariscador, se colaboraba con el plan marisquero y pesquero de Galicia, que tenía como objetivo mejorar la explotación de los recursos", recuerda Joaquín Valencia, que asegura que, a pesar del paso del tiempo, algunas de las funciones del Oceanográfico se mantienen, aunque adaptadas a las necesidades actuales. "En estos cincuenta años, el instituto trabaja mucho en la evaluación de caladeros de pesca, en stocks pesqueros, por ejemplo de pez espada y de peces de fondo", explica.

Cuando abrió sus puertas por primera vez el instituto España estaba gobernada por el dictador Francisco Franco. Competencias como la pesca fueron descentralizadas con la llegada de la democracia y asumidas, en este caso, por la Xunta. Lo que inició una nueva etapa en sus labores.