¿Qué es lo que se hace tras los muros de hormigón visto del Oceanográfico? El técnico de investigación Joaquín Valencia explica que estudian ecología marina básica, como pueden ser temas de plancton, la vida de los animales del fondo marino, corrientes, masas de agua y, en algún momento, también mareas rojas...

"Fue una investigación que se inició en este centro junto al de Vigo porque en 1976 hubo una intoxicación muy grande debido al consumo de mejillón contaminado y, partir de ahí, se vio la necesidad de hacer ese control", explica Valencia, aunque, actualmente, ese estudio lo lleva el Instituto Tecnolóxico para o Control do Medio Mariño (Intecmar), que es quien hace los análisis que determinan si una ría puede seguir abierta o debe vetar la extracción por la presencia de contaminantes.

Los investigadores también estudian el cultivo de especies, como la volandeira o la zamburiña, que si son rentables pueden dar el salto a la industria alimenticia, como pasó ya en otras ocasiones, como con el rodaballo o la dorada. Aunque, actualmente, en A Coruña, no se hacen estos estudios de cultivo, ya que esa rama se quedó sin profesionales que la pudiesen desarrollar tras la jubilación de los trabajadores que la llevaban.

Del centro de A Coruña salen, sin embargo, investigadores para el Gran Sol o para el Mediterráneo, ya que, actualmente, hay un estudio en marcha para conocer las consecuencias del efecto invernadero en los océanos, como por ejemplo, con el aumento de la acidez en las aguas.

"Somos una institución que asesora al Gobierno en temas pesqueros, tenemos observadores en lonjas, que miden las cajas, las pesan, también a bordo, en buques comerciales, que cogen muestras y que, después, elaboran un informe que sirve para asesorar a la Unión Europea en temas de cupos de capturas", explica Santiago Parra. En realidad, son estudios que se centran en la cantidad de una especie hay en un caladero determinado para decidir cuál es la proporción que se puede pescar.

"Nuestros estudios son importantes para que el Gobierno sepa qué tiene que pelear en la Unión Europea con otros países", zanja Parra. Pero ¿y les hacen caso? No siempre en todo lo que les dicen, comentan. Y es que, las decisiones políticas no solo tienen en cuenta los informes biológicos sino también los socioeconómicos. "A lo mejor, en algún caso, hubiese sido mejor cerrar la pesca de la sardina, pero no podemos dejar sin trabajo a tanta gente y se mantiene abierta, aunque solo sea un poco", explica Parra, que apuesta por "el equilibrio", por "mantener los recursos y hacerlo de una manera sostenible".

Y, ¿qué pasa cuando hay una catástrofe en el mar? Pues el Oceanográfico juega un papel muy relevante, ya que cuenta con datos históricos que le permiten saber si la zona se ha regenerado o si ha sufrido un daño irreversible.

"En el año setenta hubo un choque de dos barcos en Bastiagueiro, uno de ellos llevaba pesticidas y causó una mortandad muy importante en toda la ría. Se hicieron estudios del fondo y salió todo el pescado muerto. A raíz de esa contaminación hubo que trasladar las bateas que había en la ría de A Coruña y que ya nunca volvieron...", relata Valencia.

Las catástrofes del Mar Egeo y del Prestige ya cogieron al centro más rodado, con más personal y medios para poder hacer un estudio exhaustivo de las consecuencias de lo que había pasado y es que, para entonces, a muchas instituciones les interesaba participar en sus investigaciones, desde universidades a otros centros de estudio.

Tras la catástrofe del Mar Egeo, los técnicos analizaron qué contaminantes quedaron en los sedimentos -en el fondo- y cuáles se habían quedado en el agua. "Ese vertido de fuel tan ligero, que es casi como gasolina, lo primero que hace es difundirse por todo el agua, lo que más nos interesaba era saber qué nivel de hidrocarburos había en el agua y, después, cómo se acumulaban. Se hicieron estudios de peces y de infaunales [los organismos que viven enterrados en la arena]. El efecto duró hasta tres años", explica Parra. En los primeros años, la mortalidad más acusada fue la de las especies sensibles, como las pulgas de agua, que desaparecieron totalmente. Y, además, aparecieron otras especies "oportunistas" que se reprodujeron mucho más, creando unos picos que, después, con el tiempo, se rebajaron. "Es una manera de demostrar que hubo un efecto", resume Parra.

En el Prestige se estudiaron, sobre todo, las comunidades de peces que viven asociadas al fondo y que se pescan en la costa gallega, como la merluza. "Vimos efectos significativos en algunas especies y, en otras no. Había mortandad donde había caído una mancha de chapapote, por ejemplo, si caía en una piedra con percebes, se morían todos, pero el efecto no fue tan claro como el del Mar Egeo con los infaunales", resume Parra.

¿Y ahora? El Oceanográfico mantiene el reto de seguir adelante, de continuar con sus investigaciones a pesar de que la inversión en su labor baja año tras año.

"Las nuestras son ciencias caras, se necesitan embarcaciones [A Coruña tiene a Lura y a Volandeira], aparatos muy costosos, algunos que tenemos ya están anticuados...", lamenta el director del centro, ya que la institución se enfrenta a recortes y no siempre puede llevar adelante todos los proyectos que quiere, normalmente, "los retos más costosos" los asumen creando consorcios con otras instituciones y organismos y también compartiendo recursos, por ejemplo, un robot submarino no tripulado que tiene el Instituto Español de Oceanografía.

La jefa de negociado del centro, Miriam Rodríguez, explica que desde el Oceanográfico han visto crecer a generaciones de niños y que esperan que siga siendo así. "Tenemos un público muy fiel", comenta y es que, entre esos muros de hormigón visto, en ese edificio lleno de recovecos y despachos forrados de carpetas atiborradas de papeles, de máquinas que imprimen datos sobre la historia del mar en la ciudad, hay también un equipo humano que se abre a la llegada de estudiantes, de investigadores en prácticas y a la de amantes del mar, que siempre quieren saber más.