Nací y me crié en la calle de Torre, donde vivía mi familia, formada por mis padres, Juan y Josefa, y mis hermanos Manolo y Maricarmen. Mi padre trabajó siempre como cocinero en la marina mercante en grandes trasatlánticos como el Reina del mar y el Reina del Pacífico, de la compañía Mala Real Inglesa, que venían varias veces a la ciudad y fondeaban frente al castillo de San Antón, desde donde traían a los pasajeros en sus propias lanchas hasta el puerto para que visitaran la ciudad. Mi padre terminó su vida laboral en otros trasatlánticos, el Begoña y el Guadalupe. Mi madre trabajó por su parte como vendedora de pescado en el mercado de San Agustín.

Mi primer colegio el de Santo Tomás, con el profesor don Carlos, en el que estuve hasta los ocho años, momento en el que pasé al Montel Touzet, donde estudié hasta los trece, edad a la que me echaron porque no me gustaba estudiar y, sobre todo, porque hacía todo lo posible para pasar el tiempo jugando y divirtiéndome, además de latar para jugar al fútbol. Por eso, cuando llegó a casa el aviso del colegio, mis padres me pusieron a trabajar de forma automática para que supiera lo que era la vida y dejara de darles disgustos, ya que cuando jugaba en la calle o en el colegio lo hacía muy duro y daba balonazos o rompía cristales.

Empecé a trabajar en la fábrica Izquierdo Manufacturas, en Marqués de Pontejos, donde se hacían las mejores gabardinas de la ciudad y en la que estuve unos veinte años. De allí pasé a la empresa de Vicente Romero, en la calle Entrepeñas, en la que trabajé otros veinte años hasta que cerró en 2005.

Mi pandilla de la infancia estuvo formada por Pirulo, Canzobre, Calibre, Ulo, Manolete, Cedillo, Loliño, Carlos Fabas y Kubalita, con quienes lo pasé fenomenal jugando en la calle y haciendo muchas trastadas. Nunca nos llegaba el tiempo para jugar al fútbol en los campos de Marte, la Torre y la Luna. Mi primer equipo fue el Promesas de la calle de la Torre, tras lo que a los doce años entré en el Sporting Coruñés con Tella como entrenador. Allí estuve dos años y después pasé al Español un año, tras el que entré en el Obrero de Oleiros, donde permanecí tres años, en uno de los cuales fuimos campeones de As Mariñas.

En la época de quinceañeros bajábamos por las calles de los vinos y parábamos en La Bombilla, el Siete Puertas y sobre todo en el Otero, donde nos reuníamos muchos de los que jugábamos al fútbol. El Club del Mar era nuestro lugar favorito para bañarnos en verano, época en la que íbamos a todos los bailes de la ciudad, como La Granja, Santa Lucía y Vizcaya, además de los de los alrededores como El Seijal y la Perla de Mera.

Nuestra pandilla también fue una de las que a veces se dedicaba a recoger chatarra o botellas vacías que vendíamos en la ferranchina de Balbina para obtener un dinerillo y gastarlo en el cine Hércules o los futbolines de Ángel Rebollo, así como alquilando bicicletas en el Orzán o en el quiosco de Basilio, a quien le tocó la lotería. De aquellos años también me acuerdo de Clemente y su bicicleta, así como de Moncho Huevo, quienes fueron muy famosos.

Junto con mis amigos Marcote, Toñito y Sebas, formé parte a los dieciocho años la orquesta Montecarlo, con la que actuamos en las fiestas de los pueblos cercanos, en los que muchas veces las pasábamos canutas debido a las condiciones en las que actuábamos, en palcos con cuatro tablas y con una instalación eléctrica muy mala. Posteriormente estuve en la orquesta Sintonía y en el grupo Los Breogán. Al cerrar la empresa en la que trabajaba me dediqué a la música de forma individual tocando en varios trasatlánticos que navegaban por el Caribe. Me casé y dos hijos y nietos, y en la actualidad me sigo reuniendo con mis amigos de siempre, así como interpretando música y componiendo.