Nací en la calle San Luis, en la que viví hasta los catorce años con mis padres, Alfredo y Elena, y mis hermanos Chiruca y Manolo. Al trasladarnos a la calle de A Falperra, donde viví hasta que me casé, mi pandilla de juventud estuvo formada por amigos de este barrio. Estudié en el colegio del Ángel, en la plaza de Lugo, donde estuve dos años, y luego en el Dequidt hasta el bachiller, pero como me gustaba más jugar que estudiar, mis padres me pusieron a trabajar.

Empecé con mi padre, que tenía un taller de chapa y pintura en Juan Flórez, al lado de la carbonería La Doméstica, y estuve allí hasta que en 1958 se inauguró Emesa, en la que estuve hasta que fui a la mili. Al terminarla volví con mi padre, que se trasladó a un bajo de la calle Betanzos hasta los Trolebuses Coruña-Carballo se instalaron allí, por lo que tuvo que cambiar de local.

Yo entré en la Constructora Coruñesa, situada junto a la antigua fábrica de jabones La Toja y en la que trabajé hasta mi jubilación. También estuve empleado como mecánico en el Liceo La Paz cuando el equipo del colegio subió a Primera División.

Los amigos que formaron mi pandilla fueron Manolete, Coché, Franco, Carmiña y Rosita, con quienes pasé los mejores años de mi juventud, que fueron difíciles para la mayoría de nosotros, ya que apenas teníamos cosas para jugar. Una bujaina era todo un lujo, por lo que la cuidábamos como si fuera un tesoro y si se rompía de tanto jugar con ella, teníamos que esperar a reunir muchas propinas de los domingos para comprar otra.

Recuerdo que hacíamos trastadas de todo tipo por la zona de Santa Margarita, donde estaban los camiones de transmisión de Radio Nacional, y en la estructura del antiguo Palacete, donde ponían a secar pulpos y boquerones que solíamos coger para organizar nuestras fiestas con ellos. En la calle que hoy lleva hasta el Palacio de la Ópera hacíamos competiciones de escalada bajando por las piedras de la cantera y en la explanada que daba a la avenida de Finisterre, por la que subía el trolebús de Carballo, jugábamos a la pelota.

A los once años entré en el equipo de la Sexta del Ensanche, hoy Oidor Gregorio Tovar, hasta que tuve edad para fichar por el Unión Sportiva, en el que estuve hasta los veintiún años y en el que tenía que compaginar el juego con el trabajo, por lo que era bastante sacrificado. Después jugué en el Español un par de años y luego en el Juvenil de Almeiras y en el Iñás, hasta que volví al Unión Sportiva, en el que me retiré del fútbol, aunque seguí en el equipo de fútbol sala del club. En esos años fundé además con mis amigos Moncho Dopico, Carlos Mazorra, José Luis Suárez y Mos el club Calasanz, aunque también fui entrenador de juveniles en el Montañeros y presidente del Santa Margarita, en el que continúo como directivo. En mis años de jugador tuve como compañeros a Botana, Granda, Chicho, Soto, Carreras, Breijo, Franco y Moll.

Los chavales esperábamos con ilusión a las fiestas de los barrios, como las de las calles Vizcaya y San Luis, además de las de Monelos, A Falperra y Gurugú. El cine España fue en el que vi mi primera película y en el que disfruté de todas aquellas de aventuras que luego intentábamos revivir con nuestros juegos, como las batallitas con espadas de madera y tirachinas que hacíamos en Santa Margarita. A veces acabábamos en la Casa de Socorro para nos hicieran una cura, por lo que cuando llegábamos a casa con heridas nos deban unos buenos cachetes.

Bajar al centro solos cuando éramos pequeños era una aventura, al igual que ir en pandilla a Monelos, la Granja Agrícola o Palavea, así como ir en verano a las playas del Lazareto, las Cañas, As Xubias Riazor. Si íbamos a Santa Cristina o Bastiagueiro nos enganchábamos en el tranvía Siboney para no pagar y cuando desapareció, cruzábamos la ría en la famosa lancha Chinita.

Me casé con Mari Carmen, de la ronda de Nelle, con quien tengo dos hijos, Alfredo y Ana, y una nieta llamada Carmela.