Un saco de dormir encima de unos palés, unas bolsas y mensajes por las paredes, esas que les faltan cuando viven en la calle. La facultad de Ciencias da Educación inauguró ayer la exposición Cartografía Social do Dereito ao Hábitat, un trabajo realizado por 174 estudiantes, tres docentes y 47 entidades sociales. Es una fotografía de la ciudad en la que se retratan las necesidades de las personas inmigrantes, de las minorías y de las que no tienen hogar, también los recursos que hay a su disposición y cómo la ciudad, a veces, se pone en su contra. Y suenan las voces de las protagonistas, de las que se vieron un día sin un techo bajo el que guarecerse. Habla una mujer que le sirvió de aval a su marido en unos préstamos que pidió y que ella, tras quedarse viuda, no pudo devolver. "Me quedé sin casa y sin nada", cuenta.

"Yo estaba en un albergue por las noches y, después, me iba a la biblioteca por el día, pero y el domingo, ¿qué haces el domingo? No te puedes quedar un día entero en un bar porque tampoco tienes dinero para pagar un café", explica otra mujer su experiencia.

Recorrieron 662 kilómetros, en los que marcaron en mapas baños públicos, entidades que les ofrecen a los inmigrantes y a las personas sin hogar una ducha, comida, ropa o un café caliente, pero también bancos en los que nadie se puede acostar, asientos en la vía pública en los que los reposabrazos garantizan que no habrá personas durmiendo por la noche, y también plazas "privatizadas" en las que las terrazas se comen el espacio de los vecinos.

En las paredes del cubículo en el que suenan las voces de las afectadas cuelgan mensajes de otras personas que hablan de su experiencia en la ciudad, desde el lado de los que duermen en la calle y desde el otro, del del que hace todo lo posible porque esa situación no se repita. Porque en esta exposición se habla del acceso al hábitat, del sinhogarismo amplio, el que afecta a las personas que no tienen una vivienda, pero también del de las que la tienen en unas condiciones que no son las adecuadas, por ejemplo, las familias que viven apiñadas en un piso pequeño o las que tienen problemas de movilidad y no pueden adaptarlas a sus necesidades.

"Mucha gente, por la crisis, se tuvo que ir de su vivienda a otra en peores condiciones o a infraviviendas", dice uno de los testimonios. "Imagina que te echan del sitio en el que duermes a las ocho de la mañana, que tienes que ir a comer a la otra punta de la ciudad, esperar cola, volver al sitio de dormir, pero no puedes hasta las ocho y media de la tarde, que hace frío, que no conoces a nadie, que no tienes sitio al llegar, que no tienes dinero... Es muy complicado. Son supervivientes", relata una psicóloga que colaboró en el trabajo.

Cuenta la profesora Laura Cruz, de la Facultad de Ciencias da Educación, que a los estudiantes que participaron en este estudio, recorrer la ciudad y hablar con usuarios y profesionales de la red de recursos para las personas en exclusión social, les ayudó a ver una realidad que se suele esconder, una realidad que habla de personas con una vida normalizada que, un día, se ven en la calle, sin dinero, con frío y sin saber a quién acudir.

Son los propios usuarios los que también reclaman visibilidad, los que quieren que su situación se conozca, al menos, para no sentirse tan solos y para hablar de que el sinhogarismo no es cosa solo de otros.