El primer concierto del primer festival coruñés de música contemporánea ha constituido un éxito memorable. El público, que llenaba la iglesia de Santiago, se mostró absolutamente fascinado y siguió en admirable silencio, durante una hora, el desarrollo de una música que nada tiene de fácil, ni para el oyente ni para los ejecutantes. Música que crea un universo colmado de imágenes sonoras mediante la utilización cuidadosísima de timbres singulares que, como leves pinceladas, al ser percibidas en su conjunto, integran un cuadro de extraña y singular belleza. Un universo sonoro cuya sugestiva riqueza parece emular el deseo que ya formulaba Mahler en su tiempo de construir un mundo en cada una de sus sinfonías. En esta suerte de cantata -tal como define la obra Estíbaliz Espinosa, con notable acierto- podemos hallar la expresión de sentimientos de temor, de angustia, y también de ternura y de expansión lírica; hay cabida para el inquietante paisaje lunar y para lo fantasmagórico y lo misterioso. Y tal vez también para lo trágico; de hecho, lo helénico se halla ominipresente hasta en los subtítulos (Párodos, Estásimo, Éxodo) y hasta en el propio nombre -Resis- del festival. Y todo ello con un lenguaje original, refinado, jamás vulgar, donde se mide cada aportación tímbrica al conjunto del modo más adecuado. Y tal vez en gran medida el secreto de la fascinación que se ejerce sobre el oyente se deba a la utilización expectante de un elemento musical no siempre valorado: el silencio. Un músico completo: así es Hugo. Y no sólo por su admirable talento compositivo; también por su desempeño como director: claro, preciso. De ese modo pudo llevar a buen puerto una obra de enorme complejidad en su aparente sencillez. Los intérpretes, extraordinarios; y, aunque no es posible dedicar unas líneas a cada uno de ellos, hay que destacar a la soprano, Carolina Pérez, impecable en la emisión y la entonación -no siempre fácil- y con sorprendente amplitud de registros: de los más graves a los más agudos.