El Conservatorio Superior de Música de nuestra ciudad tiene la gran fortuna de contar con el maestro checo Ivan Klansky para impartir clases magistrales y dar, además, un concierto en cada visita. Esta es la cuarta vez que viene a nuestra ciudad, donde parece encontrarse a gusto. Por nuestra parte, en cada ocasión que le escuchamos, nos vuelve a maravillar la maestría de su técnica, la impecable regulación de la dinámica, la elegancia expositiva, la intensidad de la expresión, y, acaso sobre todo, la pasión con que transmite la música que parece conmoverlo, traspasarlo, como si la fluencia de los sonidos fuese la que realmente moviese las manos del intérprete. Unas manos que pueden acariciar el teclado en los pasajes líricos o íntimos; o pulsarlo con intensidad y hasta con violencia en aquellos otros tumultuosos o de intenso dramatismo; o desgranar las notas como las cuentas de un collar, con ese toque que en otros tiempos se denominaba perlado y que se hace tan evidente en los pasajes de virtuosismo; e incluso suspenderse con elegancia en el aire esperando el momento de la próxima intervención. Klansky es un grande del teclado y sus versiones tienen algo muy especial que las diferencia de cualesquiera otras. Hemos escuchado muchas veces la célebre marcha fúnebre de la Sonata en Si menor o el bellísimo Nocturno póstumo en Do sostenido menor, que ofreció como bis. Pero en sus manos sonaron de otra manera.