Álex Sanjurjo.Cerceda"Bienvenidos a la otra Cerceda". Así reza una pintada en un cartel de la carretera que pasa junto a la central térmica de Meirama, a la altura de A Lousa. Esta aldea, de apenas una docena de casas, está situada a la sombra de este monstruo productor de energía. Las imágenes aéreas de la zona dan la impresión de que un inmenso pulpo -las instalaciones de Unión Fenosa- ha extendido sus tentáculos con el fin de asfixiar a este puñado de viviendas. Y si hay un adjetivo que define el ambiente que se vive en A Lousa es precisamente asfixiante."Éste es el paraíso que tenemos en A Lousa", comenta, entre irónico y resignado, Juan Manuel Castro. Pero la resignación es sólo aparente, ya que Castro encabeza el movimiento vecinal A Outra Cerceda, que se enfrenta a Limeisa, la filial de Fenosa que gestiona la mina de Meirama y el almacenamiento de carbón. Como había hecho casi tres décadas atrás Moncho Valcarce, el cura de As Encrobas, Castro encauza las reivindicaciones de los vecinos hacia el fin deseado: eliminar el carbón de sus vidas.A Lousa, y más concretamente el núcleo conocido como A Lousa de Arriba, es una pequeña aldea aprisionada entre dos colosos: la chimenea de vapor de la central y el parque de almacenamiento del carbón que alimenta a la térmica. El primero de ellos resulta apabullante por su tamaño, sobre todo si se contempla desde las casas que están a unas decenas de metros de distancia, aunque es el menos dañino, ya que el vapor de agua que emite no es contaminante. Según relatan los vecinos, la chimenea produce molestias de forma continuada -un persistente zumbido- debido a su sistema de refrigeración, consistente en la aplicación de potentes chorros de agua en la base de la misma. Pero lo peor es cuando se produce una fuga de vapor en el inmenso tronco de hormigón: "Es como si hubiese un terremoto", aseguran los que lo han sufrido. La auténtica bestia negra, metáfora útil en este caso, de los vecinos de A Lousa es el carbón; para ser exactos, el polvillo que desprende durante su proceso de transporte y almacenamiento. El parque en el que se acumula el mineral es un enorme cobertizo rectangular de 750 metros de largo por 100 de ancho; algo así como 16 campos de fútbol colocados en paralelo. Aquí se almacenan los millones de toneladas que consume cada año la central para la producción de energía eléctrica y que proceden de la casi extinta mina de Meirama -de la que se extrae el lignito pardo- y de la importación -hulla bituminosa de Indonesia y subbituminosa procedente de Rusia y Suráfrica-.La aldea de A Lousa está impregnada por esta carbonilla, tan fina que se cuela por puertas y ventanas y se incrusta en cualquier superficie tiñéndola de negro. Un riachuelo que tiene su curso paralelo al parque de carbones transporta unos lodos negros y viscosos, que recuerdan al chapapote que se depositaba en las rocas de la costa tras el desastre del Prestige: "Es el fuel de A Lousa", lamenta Juan Castro. La empresa, según los vecinos, limpia las cunetas de vez en cuando, entre ellas la que está ocupada por el regato. Los vecinos aseguran que estas actuaciones son un simple "lavado de cara", y que los años de sedimentos de carbonillas han penetrado en las tierras de A Lousa. Castro va más allá. Azada en mano se dirige a una finca propiedad de su familia y levanta un terrón en las inmediaciones de una salida de vertidos de la empresa. La tierra, por debajo de la hierba, es completamente negra. Los responsables de Limeisa reconocen que la actividad que desarrollan -extracción y almacenamiento del carbón que devora la central térmica- "es molesta, pero no más que la de cualquier otra fábrica". Admiten que no son "una industria limpia", pero señalan que hacen lo que pueden para minimizar los inconvenientes "con la tecnología más avanzada". Según explican, el respeto al entorno es su "segunda prioridad", sólo superada por la seguridad de sus trabajadores y por encima de "ganar dinero". La filial de Unión Fenosa ha tomado, según aseguran sus responsables, una serie de medidas para reducir la presencia de carbonilla en A Lousa. Una de estas actuaciones ha sido la colocación de aspersores de agua en puntos estratégicos, que humedecen el carbón para que desprenda menos polvillo. Estos aspersores, que expelen agua tratada químicamente para que fije las partículas de carbón, están situados en el parque de almacenamiento y en los puntos de descarga del carbón que llega en los trenes antes de ser almacenado. Según la empresa, estos dispositivos están programados para funcionar de forma periódica, aunque los vecinos de A Lousa aseguran que sólo se activan "cuando hay cámaras y periodistas cerca".Limeisa ha levantado, además, un muro vegetal en uno de los lados del parque de almacenamiento, que tiene como objetivo que el viento dominante no entre en el cobertizo y disperse el polvillo del carbón. Este muro vegetal cubre menos de la mitad de la altura de la nave, que está abierta por sus cuatro caras. Los vecinos relaman que Limeisa cierre por completo el parque, de forma que el carbón quede aislado por completo en su interior. La empresa no está de acuerdo. Asegura que la enorme cubierta, premio nacional de estructuras en 1983, no puede ser cerrada por los lados, porque no resistiría el empuje del viento.Otro de los compromisos adquiridos por Limeisa ante los vecinos fue el de medir las emisiones de polvillo para determinar si los niveles registrados superan o no los límites tolerados por la salud. La empresa, tras realizar estas mediciones, ha llegado a la conclusión de que las emisiones de carbonilla están dentro de los parámetros admisibles y descartan controlar los niveles de polvillo de forma periódica: "Los estudios de medición son muy costosos y consideramos que el que hemos realizado es suficiente". Los afectados de A Lousa tienen su propia versión. Aseguran que los medidores han sido colocados por Limeisa en puntos en los que la exposición no es significativa y exigen que una empresa independiente contratada por la Administración se encargue de controlar las emisiones de carbonilla.Los vecinos de esta pequeña aldea se quejan también del tráfico de camiones -cada vez menor, según Limeisa- que llevan carbón desde el puerto de A Coruña hasta las instalaciones de la central. Además de las molestias acústicas ocasionadas por el tránsito de estos vehículos pesados, los afectados señalan que, tras su paso por la zona de almacenamiento de carbones, la carbonilla se adhiere a los camiones, que la van desprendiendo cuando abandonan el recinto industrial. Limeisa ha instalado varios puntos de lavado de ruedas, en los que se limpian los bajos de los vehículos. Los vecinos señalan que ésta es otra de las medidas que funcionan muy de cuando en cuando.Compra de fincasLimeisa, además de estas medidas, ha decidido llevar a cabo, por recomendación de la Xunta, la adquisición de las viviendas y fincas más próximas al parque de almacenamiento de carbones, algo que exaspera a los integrantes de A Outra Cerceda: "Queremos una solución colectiva que nos libre del carbón, pero no queremos abandonar nuestras casas", lamenta Juan Castro, que es consciente que muchos de sus convecinos, hartos de tantos años de protestas , acabaran vendiendo.La extinción y cierre de la mina de lignito, el 31 de diciembre de este año, no significará para los vecinos de A Lousa el fin del carbón en sus vidas. La central de Fenosa todavía tiene cuerda para, por lo menos, dos décadas más. La sangre negra de Meirama, casi inexistente ya, dejará de alimentar al coloso de las dos chimeneas.La central saciará su apetito a partir de entonces con carbón procedente de otras partes del mundo: "Es peor el de fuera que el de aquí", explica una vecina, "porque es mucho más fino y se te mete más adentro".