Considerada como una de las mejores actrices europeas, Isabelle Huppert no parece tener ni un instante de descanso. Ha protagonizado media docena de películas en menos de dos años y será una de las figuras más deslumbrantes del próximo Festival de Cannes, donde ejercerá como presidenta del jurado. Volverá así a pisar la alfombra roja de un certamen que la ha premiado dos veces como mejor intérprete femenina, por Violette Nozière y La pianista, en 1978 y 2001. "Cannes y yo tenemos una larga historia, y este encuentro, como espectadora privilegiada, corona definitivamente mi amor por el festival", afirma.

-Estamos acostumbrados a verla en papeles de mujeres frías, posesivas, temperamentales... Uno podría llegar a pensar que Isabelle Huppert es alguien distante, de trato difícil. ¿Es consciente?

-No. Lo cierto es que me lo han dicho muchas veces, pero me cuesta entenderlo. Los actores no somos del todo conscientes del efecto que producimos en los demás a través de los personajes, porque uno es completamente diferente en su vida privada. Sé que he hecho papeles muy particulares, complejos... Y la gente tiende a confundir a la actriz con los personajes. A veces tendría que tenerlo en cuenta.

-Lo cierto es que en la pantalla ha vivido relaciones que escapan de las convenciones. Resultan sombrías, nocivas incluso... ¿Entiende siempre el modo de ser de los personajes?

-Sí, claro. Lo que espero es que los espectadores también lo entiendan, incluso cuando éstos son un poco ambiguos. De todas formas, tampoco hay por qué entenderlo todo. Los personajes que hago también son a menudo portadores de una interrogación.

-¿Es así también el que ha interpretado en la película de Alessandro Capone L'amour caché?

-Sí, también es muy complejo. Hago de una madre a quien no le gusta su hija. Es una película sobre el amor maternal, pero no como se suele entender habitualmente.

-Ese amor maternal entendido desde otra perspectiva nos podría llevar a hablar de Ma mère o Propiedad privada, que han podido verse aquí.

-La verdad es que he hecho muchos papeles de madre últimamente: Ma mère, Propiedad privada, L'amour caché, Home, White Material, Un barrage contre le pacifique... Y en algunos casos, como los tres últimos, son madres increíblemente fuertes, que luchan, que se encuentran muy unidas a sus hijos.

-Un barrage contre le Pacifique y White material la han llevado a trabajar en dos países lejanos, Camboya y Camerún.

-La verdad es que, en ese sentido, el año pasado fue muy particular, porque el azar quiso que los tres papeles que hice de madre se rodasen en Camboya, Camerún y Bulgaria, donde se hizo Home. Realmente, fueron tres viajes interiores, pero también tres viajes en el gran sentido de la palabra.

-Usted ya rodó en África con Tavernier la adaptación de 1.280 almas, de Jim Thompson.

-Sí, pero se hizo en Senegal. Camerún es muy diferente, porque tiene que ver con una África más profunda, donde la existencia es mucho más dura. De algún modo, Senegal está más cercano a nosotros. Pero Camerún es otra cosa. Y la experiencia ha sido más intensa.

-Volviendo a las madres, podríamos hablar de otra, Medea. La hizo en teatro hace años y ahora ha vuelto a reencontrarse con ella en el cine.

-Bueno, Médée miracle tiene que ver con el mito de Medea, pero revisitado por Tonino de Bernardi. Es una película de autor experimental. La historia tiene más que ver con una divagación poética y contemporánea en torno al personaje. De Bernardi es un cineasta italiano muy vanguardista. Él toma a Medea para llevarla hacia sus propias ideas.

-En este filme entona una conocida canción. Lo hizo también en los créditos de Las hermanas enfadadas. Incluso llegó a grabar un disco con Jean-Louis Murat. ¿Ha pensado en volver a cantar?

-Sí, pero antes tendría que dar con el partenaire adecuado para hacerlo y de momento, aún no lo he encontrado. Quiero decir, me gustaría mucho, pero no puedo hacerlo sola. Tengo que encontrar a alguien que sea como un director para mí en el mundo de la canción, alguien que me ayude y me guíe, tal vez otro cantante. No se trata tanto de dar con un buen compositor. Es otra cosa. Necesitaría a alguien que me ayudase al margen de escribir la letra, alguien que, de algún modo, me reinventase como cantante. Y no lo he encontrado todavía.

-¿Se considera usted una actriz dócil?

-Sí. El director es el que tiene el poder y el actor avanza según sus indicaciones. Si no se tiene una confianza absoluta en él, es mejor no aceptar el papel. Pero, a ver cómo te lo explico... Al mismo tiempo, llega un momento en el que tengo la sensación de que la película me pertenece también a mí, sea quién sea el director. Cuando estoy rodando una película, se convierte en mi propio territorio.

-¿Y cómo es su relación con la película una vez concluido el rodaje?

-¡Ah, es diferente! Para un actor es complicado ver la película que ha hecho, porque siempre hay una especie de frustración, y no es un sentimiento muy agradable. Quiero decir, durante el rodaje necesito tener la sensación de que la película me pertenece, pero luego, cuando la veo una vez terminada, siento una especie de decepción al comprobar que no me pertenece a mí, sino al director. Se requiere algo de tiempo para soportar esa pequeña decepción. Ese sentimiento no siempre es igual. Cuando las historias giran totalmente en torno a mi personaje, como sucede en La pianista, en las cosas que suelo hacer con Chabrol o en la última película que he hecho con Benoît Jacquot, Villa Amalia, este sentimiento es menor. Pero cuando la película no está centrada en mi personaje, sino en otras cosas, tengo la impresión de que se me escapa. Es algo que tengo que aceptar.

-¿El hecho de que una historia sea intensa implica que el rodaje también lo sea?

-No necesariamente. Un director como Haneke es intenso, pero es muy fácil trabajar con él. Quiero decir que es intenso por el trabajo en sí, porque puede llegar a hacerme repetir una escena más de cuarenta veces, algo que también hace Jacques Doillon, frente a Chabrol, que suele tener bastante con dos o tres tomas, pero no es complicado. Aunque parezca extraño, rodar La pianista, por ejemplo, fue relativamente fácil, porque me gusta Haneke como director y me interesa su modo de trabajar. Está muy concentrado en lo que hace, pero es muy agradable.

-¿Cómo lleva usted el tema de la popularidad?

-Bien, porque suelo ser una persona bastante invisible. Hay actores a los que la gente reconoce enseguida y otros que pasamos más desapercibidos. Yo formo parte de estos últimos. Incluso cuando la gente me reconoce por la calle, no está totalmente segura de que sea yo. Además, me siento a gusto en el barrio donde vivo. Si estoy en otro sitio, puede que me sienta un poco menos cómoda, pero donde vivo no tengo ningún tipo de problema.

-Tal vez en Francia no sea como en España...

-No lo sé, porque desconozco las costumbres españolas. Pero con las actrices no sucede el mismo fenómeno que, por ejemplo, con las cantantes. En Francia tenemos cantantes muy populares. Su caso es distinto. Yo soy actriz y no tengo problemas con la celebridad. Sólo veo las ventajas de mi oficio, no los inconvenientes.