"Tenía una pena muy grande, lloraba, como si llegase el fin del mundo", así describe Juan Manuel Pérez, Juan de Belucho, percebeiro de Camelle, los últimos días de vida de Manfred Gnädinger, el alemán anacoreta que llenó de arte la costa de Camariñas, muerto ahora hace siete años.

Manfré, como se dirigían a él los vecinos de Camelle, se había levantado una mañana fría de principios de diciembre y, sin previo aviso, encontró que la marea negra provocada por el buque Prestige había sepultado cuarenta años de su incansable trabajo bajo más de doscientas toneladas de fuel pesado, un chapapote que aún hoy tiñe de negro algunas de las rocas de su museo al aire libre junto al mar.

El 28 de diciembre de aquel año, Juan de Belucho se percató de que la bolsa de revistas que dejaban en la puerta de la pequeña casa del Alemán llevaba colgada varios días, así que, de camino al mar, se detuvo junto a la vivienda del artista y miró por la rejilla de la puerta.

"Llamé por teléfono a las autoridades, porque lo ví así, tendido en el suelo, no sabía si vivo o muerto", recuerda Juan, mientras extiende sus manos como si quisiera abarcar toda la extensión del cuerpo de Man, cuya silueta sigue gravada en el hormigón del dique exterior del puerto de Camelle, en tres figuras que la lluvia constantemente llena de agua.

Man, el único fallecido que se ha relacionado con el hundimiento del Prestige, llevaba ya varios días muerto dentro de su casa, y fue enterrado en la ampliación nueva del cementerio, en un nicho cedido por el párroco; una tumba que no está adornada por flores, sino por pulseras, caracolas marinas, colgantes y brazaletes.

¿Murió Manfré de pena al ver petroleada su obra?. José Casal, un marinero retirado cuyos ochenta años le permitieron vivir toda su historia, recuerda que el Alemán, en tiempos capaz de nadar desde Camelle hasta la Punta de Traba, sufría una severa gangrena en su pierna izquierda, que los médicos de Cee "intentaron curarle, recetándole medicamentos, pero él no siguió el tratamiento, no quiso curarse", quizá porque el fuel ya había acabado con su vida.

Cuando los funcionarios municipales entraron en su casa, encontraron una abundante biblioteca en la compartían espacio Nietzsche, Thoureau y Lao Tsé, miles de fotografías; fundamentalmente autorretratos que recuerdan al estilo de Francesca Woodman, textos escritos en alemán en todo tipo de papeles que caían en su poder, dibujos y poemas; además de un meticuloso archivo de los cuadernos en los que debían pintar los visitantes del museo de Man.

Una fastuosa producción artística, desconocida hasta el momento, que había que sumar a sus ya conocidas obras de land art; esculturas con piedras, hierros, redes, raíces, ramas y conchas; y a los cientos de círculos de vivos colores con que adornó todo Camelle y que hoy palidecen después de siete años sin que nadie se encargue de su restauración.

"Respete el legado de Man", pide un cartel, pero acercarse al museo del Alemán es hoy visitar una ruina. Su casa, antes vívida y volcada al mar, está descolorida y resquebrajada, sin suelo, con sus cristales rotos, los mismos que, iluminados de noche por las velas desde el interior, creaban un "espectáculo de colores fabuloso", como recuerda José Casal.

Tras siete años de abandono, el 28 de diciembre de 2008, el Ayuntamiento de Camariñas constituyó la Fundación Man de Camelle, que intenta recuperar el legado del artista, clasificar todo el material encontrado bajo su casa, dignificar su figura y catalogar todas sus obras.

Por ahora, ha conseguido ya poner a disposición del público transcripciones de los archivos de Man, en la Casa do Alemán, el centro cultural de Camelle que conmemora la figura del artista; aunque el esfuerzo que resta por hacer hasta recuperar del olvido su obra y su figura es inmenso.