El artista coruñés Gerardo Porto falleció ayer en Amsterdam a los 85 años. Porto, vinculado a uno de los monumentos más emblemáticos de la ciudad, el obelisco Millennium, cuyas vidrieras fueron elaboradas precisamente en Holanda, tuvo siempre una gran relación con la llamada Venecia del norte, donde trabajó 25 años como técnico para la televisión holandesa y donde se casó.

Fue asimismo el promotor de la gran exposición gestionada por Caixanova que trajo hace un año por primera vez a Galicia las joyas pictóricas de la escuela de La Haya, obras maestras pertenecientes al Rijksmuseum de Amsterdam, uno de los museos más afamados del mundo, que se expusieron en A Coruña y Vigo.

Otras obras de Gerardo Porto son las cariátides de la nueva fachada de la joyería Malde en la calle Real coruñesa, murales en San Diego o el Club del Mar, o los vitrales de las terrazas de María Pita y del rectorado de la Universidad de Vigo, entre otras. Todas las posibilidades de expresión han sido experimentadas por este artista multifacético, pintor, diseñador de vidrieras, ceramista, cartelista, y decorador escénico.

Muchas de sus obras se encuentran en bancos e instituciones, aunque también en colecciones particulares. Una de ellas es propiedad del industrial Emiliano Revilla, célebre por el secuestro sufrido hace algunos años.

Gerardo Porto nació en 1925 en la plaza coruñesa de Santa Catalina. El mismo año que nacen en A Coruña los pintores José María Labra y Manuel Mampasso o el crítico de arte Bonet Correa. Su padre, que construía carruajes, trabajó en la construcción del landó que en 1906 condujo a Alfonso XIII y a Victoria Eugenia a la iglesia para casarse y que acabó destartalado en la calle Mayor madrileña en el histórico atentado perpetrado por el anarquista Mateo Morral.

En el bohemio café Gijón, en la segunda mitad de los años 40, el periodista Alfredo Marquerie le daría el número de télefono del marqués de Lozoya, influyente director de Bellas artes, al que llamó con está pregunta: "¿Es usted el que protege a los artistas?". El atrevimiento le valió una beca en el depauperado París de la posguerra mundial. En la capital del Sena trató a María Casares y fue discípulo de Matisse. Cuenta el historiador González Catoyra que el cuadro que le regaló Matisse, como tenía por costumbre hacer con todos sus alumnos una vez acabado el aprendizaje, se lo quedó una mujer de la que Porto estaba enamorado.

Porto se relacionó con don Juan, el padre del actual Rey, que le invitó a sus bodas de plata con María de Saboya en Lisboa -donde compartió tertulia con Pemán y Joaquín Calvo Sotelo, unas amistades entonces peligrosas que le valieron la visita de unos agentes de la policía política franquista-. El incidente le avaló ante el entorno de Don Juan como un monárquico perseguido, lo que propició, a través del duque de Baena, hombre de confianza de don Juan, su ingreso en el cuadro de responsables artísticos de la televisión holandesa.

La familia del artista gestiona el traslado de los restos para su entierro en A Coruña.