Colita es una fotógrafa catalana a la que "le pone muchísimo" "poseer" la imagen de una persona. Estos días llega a las librerías Colita, un libro que reúne una parte de sus "retratos, que más o menos tienen un estilo simpático", de artistas e intelectuales famosos, de gente de la calle y de animales.

El volumen, editado por PHotobolsillo, es "un guiño", según comenta en charla telefónica con Efe, a la carrera de "una de las fotógrafas de Barcelona que han retratado mucho su ciudad" y "a las personas con humor y amabilidad".

Colita, dice ella misma, se muere por tirarse "encima de alguien para fotografiarlo", y ha trabajado con cámaras de todos los formatos -salvo el 18x24, porque no ha hecho nunca bodegones ni publicidad- pero sin trípode ni flash, porque, dice, literalmente los detesta.

Valora el sentido del humor: "Cuando alguien te hace reír, te alarga la vida", recalca. Y ella muestra en ciertos retratos reunidos en ese libro cierta influencia del surrealismo: "el movimiento (artístico) vital del siglo XX", que "adora" aunque no se considere una fotógrafa surrealista.

Colita (Barcelona, 1940), que es el nombre profesional y familiar de Isabel, que proviene de un cuento que trata sobre los niños que nacen en una col, presume de haber hecho lo que ha querido.

Ha capturado el pulso de la vida de artistas del flamenco, la gauche divine barcelonesa y la Nova Cançó Catalana, y también de políticos, escritores, pintores, escultores, intérpretes... desde los años sesenta y casi hasta principios de este siglo. Sus fotos, que aguantan el paso del tiempo, tienen además la virtud de arrancar sonrisas a medida que se hojean las páginas de Colita.

La fotógrafa con el lenguaje mudo de las imágenes en blanco y negro muestra a la bailaora Carmen Amaya, que posa haciendo una mueca junto con un chimpancé; al cantautor Joan Manuel Serrat ligando con una escultura; a Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura 1982, en calzoncillos, y al pintor Antoni Tapiès riéndose.

"Los fotógrafos somos vampiros", explicó. Y la fotografía es un oficio con el que "te apropias de alguna manera de una fracción de tiempo de un personaje", como los diez minutos que recuerda con satisfacción haber pasado con Orson Welles. Pero no todos sus retratos son de famosos, como la foto de La Singla, una niña gitana que juega con una cámara Rolleiflex de Colita.

El juego es una de las claves también en su carrera, porque "hacer fotos es a veces jugar". Para ella, "cuando hay complicidad" con el personaje retratado, "el juego está implícito" en cada toma.

Cuando va a hacer una foto, Colita, que cree que "el saber mirar es un don", no piensa, tan sólo mira, y actúa tratando de "destrozar las poses", es decir, que hace lo que cree conveniente a pesar de que el artista le diga cuál es su lado fotogénico.

Esta "fotógrafa de la calle" aprendió técnica entre 1961 y 1962 cuando trabajó en el taller de Xavier Miserachs, aunque indica: "A mí me hablan de técnica, y me voy al cine, o a tomar un café".

En la fotografía profesional empezó a los 18 años desde que conociera a Oriol Maspons y pasase a formar parte del grupo de Catalá Roca, Paco Rebés y Beatriz de Moura.

Siempre ha estado en "los círculos que mueven el tinglado cultural", que "no son más de cien personas", y como "periodista" ha trabajado en prensa: Fotogramas, Interviú, Reporter, Mundo Diario y para la editorial Destino.

Y ahora, lejos de la palabra "jubilación", Colita, que nació hace casi 70 años "a la hora de la siesta" y que dice lo que piensa, está inmersa -desde hace dos años y durante dos años más- en rescatar del olvido a las fotógrafas pioneras a nivel mundial, y ya se ha ocupado de unas seiscientas.