-Siempre se le recordará por el mítico Estudio 1 de la tele.

-En televisión hice más de 500 espectáculos dramáticos, entre novela seriada y teatro, la vida se paralizaba mientras duraba Estudio 1. Ahora no dan teatro en ninguna cadena: está demodé.

-Aunque ya no hay censura.

-Y en el franquismo, habiéndola, se hizo todo: Brecht, Sartre, Camus, Pirandello?

-¿Y cómo sorteó la censura?

-Con mucha mano izquierda.

-Hablemos de usted, ¿por qué se escoró hacia el teatro?

-Estuve a punto de que fuera el cine pero no pudo ser; en España el cine hay que gestionarlo, buscar productor, distribuidor? y yo no estoy hecho para esas labores. Soy químico, hice las milicias universitarias, me casé, tuve un hijo y nos fuimos a Madrid a hacer teatro; antes lo había ejercitado en Rojales, y antes en el TEU de Murcia, donde fui director cinco años. Ahí me envenené con el teatro.

-Y hasta hoy.

-Sí. Se iba a hacer un Priestley, que deseché porque se había estrenado en el María Guerrerro de Madrid, y propuse hacer Emperador Jones de Eugene O´Neill, que no se conocía en España, un estreno absoluto de autor y de obra. Y fue tal éxito que la alcaldía de Murcia nos llevó al Gran Vía de Madrid, algo insólito en un grupo universitario. Eso fue en el 49, el año en que Buero Vallejo estrenó Historia de una escalera.

-¿Qué ha hecho últimamente?

-Un trabajo sobre el Tiestes de Séneca, encargado para el Teatro Romano de Mérida para este año. Séneca escribió sus tragedias para ser leídas, no representadas; me empeñé e hice una versión teatral absolutamente fiel, en verso libre, como está en verso latino el original. Se publicó, mi buen amigo Salvat me la pidió y está editada, pero el director del Festival de Mérida, que fue ayudante mío, me dijo: 'no tenemos un euro'. Y ahí se ha quedado aparcada.

-¿Cuál es el secreto de su vitalidad, su lucidez, sus ganas de trabajar, su contagiosa energía?

-La pasión hacia mi profesión, el amor que he puesto ahí. Mi vida ha sido la expresión dramática, tanto en teatro como en televisión, durante 60 años.

-¿Y su mujer cómo lo llevaba?

-Si no hubiera sido por ella yo no me hubiera dedicado a esto. Fue su apoyo y el de mi madre, en contra de toda mi familia, lo que me sostuvo. Luego en Madrid la verdad es que tuve suerte. En aquel momento no existía el puesto de director escénico, las obras las dirigía el autor, el primer actor o la primera actriz y, en el peor de los casos, el empresario. No había directores más que en los dos teatros públicos: el Español, que dirigía Cayetano Luca de Tena, y el María Guerrero, que dirigía Luis Escobar. Y se hablaba de un muchachito de Granada que emprendía las tareas profesionales y se llamaba José Tamayo.

-Tamayo, ahí es nadie.

-En ese contexto entré yo. Creo que lo hice bien; tuve suerte, y el apoyo de una murciana, alta funcionaria del Ministerio de Trabajo y creadora del teatro de cámara Dido Pequeño Teatro, Josefina Sánchez Pedreño, que trajo a Madrid y España todo el teatro contemporáneo. Ella me dio la posibilidad de dirigir a Camus, a Chejov? a partir de ahí ligué con la empresa privada y luego pasé a televisión, primero como colaborador y después en plantilla. El teatro, la televisión, y mis clases en la facultad y las escuelas: ésa ha sido mi vida. Hubo unos larguísimos años en que yo salía de mi casa a las 06.30 de la mañana y regresaba a la 1 de la madrugada. A mi mujer la veía porque me esperaba siempre, pero a mi hijo sólo dormido, salvo los fines de semana. Ha sido una vida dura, pero fabulosa. De pasión, amor, entrega? de todo.

-Es usted el decano de los directores de teatro de España.

-Sí, porque todos han fallecido: soy el último mohicano.

-Pero aquí está, resistiendo.

-Lo último que he hecho, con lo cual teóricamente me despedía del teatro, ha sido una versión muy, muy politizada de La prudencia en la mujer de Tirso de Molina. Dicen que los clásicos aburren, pero es porque se hacen mal. Yo he procurado hacerlos bien, y el secreto está en aproximar esos textos del XVII a los contextos sociopolíticos actuales y sociales. Porque el teatro es un hecho vivo, próximo y operativo, y los textos del XVII son pura arqueología si no se remozan.

-¿Y eso no cambia el sentido de la obra?

-No, porque no se trata de donde el autor dijo Diego decir digo, no. Se trata de aproximarlos en la intención y en el sentido de la puesta en escena. Según mi criterio y el de algunos, hay dos maneras de entender la dirección de escena. Una que es simplemente un armonizador que conjuga todos los elementos de la representación como un director de orquesta. Y otra que se compromete con el espectáculo, y que a través de él da su propia visión de la vida y de las cosas. Yo he militado en esta segunda manera, mis espectáculos clásicos han sido sobre todo discursos políticos y sociológicos.

-¿Y cuál es el discurso actual de La prudencia en la mujer?

-Que María de Molina luchó contra viento y marea, con un par de ovarios que tenía la dama, para defender la unidad territorial de España. Y ahora que España se está como desintegrando a través de los nacionalismos, el tema está de una vigencia extrema. Es un espectáculo tan comprometido que no lo he podido hacer en Cataluña, ni en el País Vasco, ni en Galicia, ni en algunas otras plazas que se han solidarizado con la desintegración española

-¿Hablamos de la censura?

-He tenido los problemas de todo el que ha intentado decir algo en contra de la situación. Yo fui cinco años director del Teatro Español de Madrid y debuté con La estrella de Sevilla de Lope de Vega. En principio, quién iba a censurar a Lope. Pero yo a través de mi visión personal de la obra hice una feroz diatriba contra el poder absoluto, contra la tiranía política.

-Con Franco en el Pardo.

-Sí. Y se organizó tal revuelo que me llamó el director general: '¡nos has metido un gol!' ¿Yo? no, yo he seguido a Lope, que fustigó el poder absoluto; si la historia se repite? Pero es que ahora anuncias Los persas de Esquilo, una obra antimilitarista, y vamos a tener problemas con los militares, ¿por qué no haces la Medea de Séneca? La hice, con Nati Mistral. Pero trasladé la historia griega al Perú colonial, fustigué nuestro tratamiento de los aborígenes y quedó mucho más politizada que Los persas. Fue el segundo espectáculo que hice en el Español. Luego con Marta la piadosa de Tirso, que la convertí en musical, fustigué la beatería y los meapilas. Sin inventarme nada, todo de acuerdo con el texto.

-Ángel Fernández Santos escribió mucho sobre el sentido de aquella Medea.

-Es mi montaje favorito. Antes la había hecho Margarita Xirgu con la versión de Unamuno, una versión castellana espléndida? pero en prosa.

-La época de Marsillach, Rodero? ¿cómo la recuerda?

-Esos vinieron luego. Yo hice el Otelo de Shakespeare en versión íntegra, que duraba tres horas y media. Otelo era Carlos Ballestero, y Yago, José María Prada. Y Lola Cardona, Desdémona. Y Mejuto, Brabancio.

-Menudo reparto de lujo.

-Estuvo medio año en cartel, y en Barcelona batió récords. Luego hice El buscón de Quevedo, con Cardona y Prada.

-¿Cómo se trabaja con los "monstruos" del teatro?

-Con un látigo en la mano porque si no te pisotean. Y ¡ay! del pobre hombre que se deje amilanar y sojuzgar por estos monstruos sagrados. Yo he dirigido nada menos que a doña Lola Membrives y le dije: usted no acepta mis indicaciones, yo rescindo mi contrato. Se quedó patidifusa y el empresario que era don Conrado Blanco, que llevaba Lara y el hoy desaparecido Goya, vino a intentar mediar, y le dije ¿para qué me has contratado? Me quedé porque me lo rogó, pero no figuré en los carteles ni dirigí la obra, que era de Pemán, El río se entró en Sevilla. Eso a ella le sentó a cuerno quemado. Presumía de que quien mejor le ponía la luz era su hijo (que era médico), pero el técnico del teatro habló con Conrado: 'que venga Vergel, que esto es un desbarajuste'. Y eso sí lo hice, iluminé. Entonces ella, al agradecer los aplausos del estreno, se vengó: "y a González Vergel, que ha dirigido en la sombra".

-Cuánta anécdota, oiga.

-Pues oye ésta. Le digo a Conrado que pida los derechos de Madre Coraje porque a doña Lola le iba muy bien, les enseño fotos, y a ella sólo le ocurre: 'huy, ese pañuelo en la cabeza me va a sentar a mí de maravilla'. ¡Ese fue su único comentario ante una obra magna!

-¿Qué actor o actriz le ha dado más quebraderos de cabeza?

-Yo no he tenido problemas con los grandes sino con los mindundis. El que está arriba sabe con quién se juega los cuartos y te respeta como tú a él; pero el mindundi es muy osado, sin saber nada cree saberlo todo y es capaz de querer enmendarte la plana. Y claro: a ésos les he machacado.

-¿Qué piensa de que grandes figuras del teatro, sobre todo mujeres, hayan acabado en series de televisión haciendo papeles, a veces, penosos?

-Es que yo ahora no veo televisión. Veo los informativos, los culturales y los documentales de la 2. Programas dramáticos no porque hablan ininteligiblemente, les oigo pero no les entiendo. Pero es que en la fila tercera del teatro, tampoco. Y pienso: qué será de los pobres que estén en la fila veinte. Y es que desdeñan la técnica. El fundamento del drama es la palabra, pero hoy la desdeñan.

-La Gran Vía de Madrid ahora es la gran calle de los musicales, ¿qué piensa de eso?

-No me parece mal. Pero claro, han entrado los musicales pero han eliminado el Palacio de la Música, el Imperial, el Avenida se lo ha quedado el Corte Inglés? Antes a la Gran Vía le decían el Broadway madrileño; ahora es? otra cosa.

-Tiene usted todos los premios de teatro y televisión.

-Solamente hay uno que no se me ha otorgado, la Medalla de Oro de las Bellas Artes; será que no la merezco. Aunque veo gente que la tiene, que?

-Le falta otra: la del Trabajo.

-Sí, es verdad. Esas dos no me han alcanzado.

-Nunca le bailó el agua a ningún poderoso.

-Y he tenido ocasiones. A Adolfo Suárez yo le conocí desde el nivel más bajo; fue íntimo amigo mío, pero me alejé de él en el momento en que llegó a presidente del Gobierno. Habré sido un imbécil pero qué se le va a hacer, he nacido así. Y me ha ido relativamente bien.

-Ha sido íntegro y coherente toda su vida, ¿le parece poco?

-Profesionalmente lo he sido, sí. No me he dejado manosear ni dirigir, y lo que no me ha gustado no lo he aceptado.

-Ha sido director de escenografía, de iluminación? ¿pero cuántas cosas hacía?

-La iluminación, siempre. Y diseñar la planta del decorado, sin el cual no puedo trabajar, lo necesito para poder mover los personajes. Yo cuando me siento la primera vez con los actores llevo ya la obra hecha, no sé improvisar.

-A usted lo que le gustaba era el cine, pero nunca hizo.

-Yo me enamoré del cine de niño, a mi pueblo, Rojales (Alicante), traían películas buenísimas en la República. Y luego estuve a punto de hacerlo. Con el cineasta Miguel Rubio estructuramos un guión sobre la temática chejoviana el año de su centenario y en el concurso del sindicato obtuvo el tercer premio, que era el real porque el primero se adjudicaba políticamente, el segundo al amigo y el tercero era el bueno. Pero el empresario se echó atrás y yo no luché; nunca he sido activo en eso de ofrecerme.

-Sus memorias, ojalá se tarde mucho en publicarlas, van a levantar ampollas.

-Son muy sinceras, digo lo que pienso de cada quién y hago un recuento de todos los que han trabajado conmigo. Yo he tenido predilección especial por Julio Núñez, José Mª Prada, Julián Mateos, Carlos Ballesteros, Lola Cardona, Lola Herrera, Ana Mª Vidal, todos los Gutiérrez Caba? A la actriz que más he admirado, Irene López Heredia, no me dio tiempo a trabajar con ella. Era inmensa. Y como suele pasar en este país, no se le hizo justicia. En cambio se le hizo excesiva justicia a otras como Margarita Xirgu, que tenía sólo un pulmón y no podía hacer tragedia, pero por sus amistades la hizo. Y he oído un disco de ella recitando a Lorca francamente mal.

-Pues rematemos con Lorca: fue una de sus primeras obras.

-Sí, Doña Rosita la soltera. Fue el estreno de Lorca después de la guerra, que no se había hecho porque estaba prohibido. Pero no por Franco, sino porque la familia no quería que se representara bajo el mismo régimen que lo asesinó. Esto es algo que no se sabe: a Lorca no lo censuró Franco, fue su familia la que prohibió representarlo.