Ni la artística mirada de Julian Schnabel sobre Palestina en Miral ni la sinfonía emocional escrita por Haruki Murakami en Tokio Blues y comprimida para el cine por el vietnamita Anh Hung Tran convencieron ayer en la Mostra de Venecia. Pese a las expectativas o probablemente a causa de ellas, ambas películas decepcionaron en la competición oficial de Venecia.

En el caso del estadounidense, su error resulta imperdonable en un artista de su dimensión: ha retratado Palestina con brocha gorda. Y en el de la adaptación de Tokio Blues, era más previsible que el mundo de Murakami, en el que conviven de manera orgánica y discreta la vida, el sexo y la muerte, se diluyera en su traslación en imágenes.

La empresa de Schnabel no era menos ardua: basándose en el guión de la palestina Rula Jebreal aspiraba a componer un mural equilibrado y profundo del pueblo palestino desde la creación del estado de Israel en 1948 hasta los acuerdos de Oslo de 1993.