Martirio, la voz desnuda que desde hace veinticinco años se refugia detrás de un icono moldeado con lentes oscuras y peinetas imposibles, confiesa que de no haber sido cantante, habría sido terapeuta.

"Cualquier tipo de terapia que hiciera crecer y que ayudara a curar", admite en su camerino una de las voces más universales de la copla que, tras celebrar anoche en París sus bodas de plata con el escenario, apretuja sus bártulos en una maleta que le cuesta cerrar, para poner rumbo a latitudes menos desconocidas.

La sala Alhambra de París, donde Martirio ha servido el repertorio que envuelve la gira con la que hace más de un año celebra sus veinticinco años de conciertos, es otra conquista más de una artista que prefiere el detalle de la caligrafía al hostigamiento de la imprenta.

"La vida, conmigo es generosa. Va despacito, me va llevando a sitios que yo nunca soñé", dice mientras apura un cigarrillo Maribel Quiñones (Huelva, 1958) y repasa algunos de los países donde ha volcado su amalgama de copla, jazz, tango, sevillanas, flamenco o rap.

No ha actuado en Londres, detecta con apetito. Le quedan paraísos por descubrir. "He cantado en Nueva York, en Miami, en muchas partes de Latinoamérica, en Italia, en Portugal, en Bélgica, en Noruega..." pero tampoco "he ido nunca a Asia", señala.

Y si la lista de tarjetas de embarque que colecciona Martirio apabulla, no lo es menos el plantel de músicos con los que se ha globalizado en las casi tres décadas de carrera que atesora.

Kiko Veneno, Raimundo Amador, Vicente Amigo, Javier Ruibal, Hilario Camacho, Chano Domínguez, Pedro Guerra, Amancio Prada... Una copiosa lista de talentos a la que sólo quiere sumar nombres de artistas que se dejen "la vida cantando" y que consigan aportarle "un pellizco" de emoción extraordinaria.

"He cantado con tanta gente, tan distinta... con la última que me ha gustado mucho cantar ha sido con Lila Downs. Pero creo que lo más emocionante para mí ha sido cantar con Compay (Segundo) y con Chavela (Vargas)", explica.

No en vano, la mexicana más universal -con permiso de Frida Kahlo- le presta una canción que Martirio sube a escena y adereza con el piano de Jesús Lavilla y con la guitarra de Raúl Rodríguez, el hijo de la tonadillera.

Con el cubano fue con el último con quien actuó en París, en aquella ocasión en la mítica sala Olympia. Corría 1999.

"Me entrego mucho y remuevo mucho los sentimientos. Creo que nadie se va de un concierto mío sin haber pensado en lo suyo, comparte una Martirio sin peineta y sin gafas de sol que sigue hablando con garganta de artista, aunque sus trajes de gala cuelguen de una percha en el camerino.

En el escenario "me vacío pero me lleno. Salgo absolutamente renovada. Es increíble lo que me pasa antes y después. Antes, tengo un miedo que no se lo creería nadie", se sincera, colocando dos dedos alrededor de la nuez.

Y es que a pesar de sus más de veinticinco años de carrera en solitario, desde que un productor (al que le dedica una irónica canción de amor en su último disco, Martirio. 25 años) apostó por el devenir de la que entonces era corista de Kiko Veneno, la cantante sigue llevando de compañero al miedo escénico. "Solamente mis colaboradores saben cómo estoy de temerosa y de miedosa porque, un concierto para mí es como una ceremonia sagrada. La comunicación... nunca sabes si se va a dar", explica, relajada, sabedora de que el público en París ha respondido con complicidad.

En parte porque ella se entrega y arriesga. Además de conducir el concierto íntegramente en francés, se atrevió con una canción de Bárbara (1930-1997), en la lengua de Molière. Un guiño al público, pero también un homenaje a una lengua y a una historia musical por la que siente especial predilección, desde Jacques Brel a Georges Brassens.

"En Francia hay una especial amor al cabaret. La soledad acompañada de un cantante. Se aprecian mucho la capacidad teatral, el drama, la risa...", explica.