Llegar (a las librerías) y vencer. A los seguidores de Javier Sierra no les han bastado los doscientos mil ejemplares de la primera edición de El ángel perdido y la segunda ya está en imprenta. El escritor que consiguió situar La cena secreta entre la lista de los libros más vendidos en Estados Unidos escogió Galicia para iniciar la gira de presentación de su nueva obra, que le llevará a cuarenta ciudades a lo largo de unos diez mil kilómetros de recorrido, bastantes más que los que separan -4.000- la comunidad gallega del monte Ararat, en Turquía, los dos principales escenarios de su novela.

-¿Por qué escogió Noia y no Fisterra, por ejemplo?

--La importancia de Noia tiene que ver con la etimología. Noia es la ciudad de Noé. La tradición dice que el arca embarrancó en el vecino monte Aro. Descubro que existe una geografía bíblica secreta en el corazón, el ADN de Galicia, y eso me dio muchísimo juego en la acción de la novela.

-¿Tiene que venir siempre alguien de fuera a salvar a la humanidad?

-En la novela no es gente de fuera la que salva a la humanidad. Es la humanidad la que tiene que salvarse. No puedo dar más pistas porque tiene que ver con la esencia de la novela. Es verdad que ponemos mucho énfasis quizás en lo sobrenatural. En el más allá. En que pueda venir alguien del exterior a avisarnos de que pueda llegar un diluvio o una catástrofe para salvarnos, pero eso era en el mundo antiguo, cuando escuchábamos las voces de los dioses. Ahora los dioses ya no nos hablan, así que nos tenemos que sacar nosotros las castañas del fuego. Quizás sea ese uno de los mensajes también de la novela.

-¿Estamos elaborando nuestro propio apocalipsis con el cambio climático?

-Lo que estamos viviendo son tiempos circulares. Hace miles de años se gestó el mito del diluvio. Es un mito universal. Tiene hasta 240 versiones distintas en diversas culturas del planeta y ahora estamos creando una actualización de ese mito. Ya no esperamos una inundación global, pero sí esperamos algún tipo de catástrofe climatológica general, que puede venir, o bien por el calentamiento del planeta, o bien, que es quizás la teoría más novedosa y más emergente, por algún tipo de desajuste del sol. El sol ocupa el 98 por ciento de la materia de nuestro sistema solar. Nos afecta muchísimo y una tormenta solar desmedida, una tormenta de protones solares, podría hacer que nos quedáramos, por ejemplo, sin fluido eléctrico, sin sistema de comunicaciones. Sería un apocalipsis. Ese temor a una nueva inundación, en este caso una inundación de radiación solar, está implícito en mi novela, pero es en realidad una metáfora también de lo que ya pasó o de lo que creemos que ya pasó. Continuamente estamos reactualizando nuestros mitos.

-¿Este libro suponía un reto muy grande tras La cena secreta?

-Quien diga que el éxito no paraliza, miente porque es vedad que un éxito como ese te bloquea un poco, te hace muy responsable y te hace medir también los pasos a dar para la siguiente novela. Yo tenía dos opciones. La opción, digamos, fácil, que era repetir fórmula, volver a escribir una novela histórica, ambientada en un enigma del arte, donde yo ya me había dado a conocer y que hubiera sido el camino rápido, o la opción de seguir siendo fiel a los principios que me habían llevado al éxito, viendo los temas que me interesan, investigando las cuestiones que me importan, y al final opté por esto. Es un camino más largo, es más duro, pero yo creo que a la postre es más satisfactorio. Aunque hayan pasado siete años desde la cena secreta para el lector no hay tiempo.

-¿Fue más difícil escribir que escalar el Ararat?

-Escribir, aunque la experiencia de la montaña es muy literaria. Tanto para escribir como para escalar tienes que dar pasos cortos, ser constante y mirar hacia donde vas para no errar en el camino porque te puede costar caro.

-¿Por qué parece tan necesario creer en algo?

-Porque sin creer no hay esperanza. Esa es la pura verdad y en una sociedad como esta, que se empeña a diario en robarnos la esperanza, en apegarnos a la tierra, poder caminar a dos palmos del suelo significa ser más felices. No hace falta creer, cuidado, porque el término es ambiguo, en una religión. No. Yo no estoy diciendo que haya que ser musulmán o mormón o buen cristiano; lo que hace falta creer es en la chispa trascendente que yo creo que tenemos los seres humanos. El vincularlo a una religión, a un secta, en el fondo es entregar tu libertad. Yo creo que hay que mirar al cielo más.

-¿Cree que tiene un ángel de la guarda?

-Y tú también. Todos lo tenemos. Y además todos podemos ser ángeles para los demás y creo que esa es también una lección importante.

-Julia tiene miedo a sus poderes ancestrales. Parece ocurrir lo mismo? -Claro, y quién no. El escepticismo de buena parte de la sociedad hacia este tipo de cuestiones es una manera de protegernos. La gente se dice 'eso no lo comprendo, luego lo arrincono y hasta digo que no existe', pero es esconder el tema debajo de la alfombra. Esas percepciones, esas sensaciones, están en todos nosotros. Es más, si me apuras, hay una parte importante de nuestra vida que está conectada con eso y que es cotidiana, que son los sueños. Todos dormimos y cuando dormimos entramos en un universo intangible, pero que es capaz también de modificar nuestro comportamiento y nuestra manera de entender las cosas. Luego lo invisible existe y lo invisible importa. Así que lo que hago simplemente es recordarlo en lo que escribo.

-No aprovechó el tirón del Xacobeo?

-No, mis libros llevan su ritmo. Yo intento mantenerme en la medida de lo posible al margen de modas y corrientes. Yo escribo lo que tengo que escribir y lo publico cuando está listo . Mi umbral de exigencia en ese sentido, también por le éxito del que hablábamos antes, es cada vez mayor y últimamente es verdad que desescribo más que escribo y borro más de lo que perdono en las cosas que preparo. Esta novela tiene 534 páginas. Si hubiera entregado a imprenta todo hubiera sido una novela de 800 y pico páginas. O sea, que he tirado mucho.

-¿Ve una película en este libro?

-Yo no tengo que verla. La tienen que ver los productores y sobre todo productores con cierta holgura económica porque hay escenas que yo quisiera ver en el c ine. Yo quisiera ver un submarino nuclear norteamericano en la ría de Noia. ¿Pero por qué no? ¿Por qué nos vamos a quitar el privilegio de imaginar? ¿Por qué no vas a colocar un artefacto de alta tecnología en la plaza del Obradoiro? Es que muchas veces los escritores españoles tenemos como vergüenza, 'uy, no, no, eso es de los americanos'. Un momento, Santiago es nuestro, y el helicóptero lo podemos poner. Si además quieres incluir al presidente de Estados Unidos en la novela, por qué no. Hay que hacerlo. El nuevo autor español creo que se va quitando un poco todos esos complejos. La novela tradicional española es una novela de sufrimiento, de dolor, escribimos como exorcismo para conjurar la guerra civil, para conjurar la conquista de América... Estamos todo el día conjurando cosas. Yo creo que ya está. Basta. También hay que aprender a volar. Al fin y al cabo, escribir novelas y novelas de este tipo es enseñar a volar a los lectores.