-¿Por qué estas 300 páginas de mala uva? ¿Un desahogo personal? ¿Lo necesitaba el país?

-Sería petulante decir que el país lo necesitaba. Yo, sí. Pero he procurado que sea algo más que un desahogo. Es una propuesta política y narrativa. Recupero el antiguo realismo novelesco, con su capacidad de intervención pública.

-Una novela política, algo que parecía ya del pasado...

-Es política, pero menos que las de Philip Roth, Pérez-Reverte o Vila Matas. Se nota más, porque las suyas son novelas a favor de la ideología dominante, que es como las gafas, no sabes si las tienes sucias hasta que te las quitas.

-¿Puede dar lecciones España de algo con su Transición?

-Fue un éxito, pero hay que saber cuál era el objetivo. Para mí, era impedir una revolución, desposeer a la izquierda de su herencia antifranquista e instaurar una democracia limitada y administrada por dos partidos de derecha: PSOE y PP. En ese sentido es modélica. Si en Libia quieren seguir el modelo español, Gadafi debería quedarse y sus ministros pasar a ser ministros del nuevo sistema, como Fraga.

-En la novela lo resume diciendo que el objetivo era que los hijos de los que ganaron la guerra ganaran ahora la paz...

-Como un corcho. Una cosa lampedusiana: cambiar alguna cosa para que todo siga igual.

-¿Franco estaría contento entonces con lo que vino?

-No me cabe ninguna duda. El esquema fundamental de Franco a partir de 1956 fue el desarrollismo: Seiscientos, minifalda, turismo y aumentar el nivel de vida.

-Como dice uno de sus personajes: 'Contra el comunismo, la mejor arma es el nivel de vida'...

-Y no ha cambiado mucho. Lo que hacía Franco, hoy lo hacemos con la tele de plasma, Zara y los vuelos low cost. Es el mismo régimen, en el que se renuncia a todo por vivir mejor. Es una ambición de clase media. La que hay ahora sigue siendo franquista, como es normal. Es que somos los hijos de aquellos.

-Se mofa con nombres y apellidos de algunos 'revoltosos' del 56 y de actores de la Transición. ¿Se le ha quejado alguno? -No. Tampoco tienen mucho tiempo de leer novelas. Llevan instalados en el poder desde entonces. ¿Qué esos señoritos de buena familia del 56 fueran una generación y los mineros de la Calamocha que se estaban jugando la vida, no? ¿Y que España se hiciera a la medida de estos tipos y no de los mineros?

-Tira también contra la burguesía que se pretende de izquierdas hasta que al niño le toca compartir aula con el hijo del vaquero... -Sí, porque ¿quién cree de verdad en la igualdad? Lo cierto es que nadie cree en la verdadera igualdad de oportunidades. Nadie es capaz de renunciar a sus privilegios y el pueblo da mucho miedo, se diga lo que se diga. Es lo que pasó en la segunda República.

-Al final siempre ganan los mismos. ¿El resultado no es el desánimo?

-En mi novela, no. Porque el personaje que me toca más el nervio es Rosario, una persona avasallada, pero indoblegable, que tiene claro que esto es una empresa colectiva y que el individualismo no conduce a nada. Que se puede estar a favor de la alegría y no de la explotación.

-Mezcla distintos registros, fragmenta, el tiempo salta. ¿Es la literatura que toca en este confuso siglo XXI?

-Creo que sí. Toca una vuelta al realismo. Estoy harto de la literatura del yo. El que quiera expresarse que coja unas ceras Dacs y un bloc. Cuando uno asume la responsabilidad de tomar la palabra, ha de ser para decir algo que concierne a los demás, no sólo a tu divorcio o a tu viaje a EEUU. Por eso había que volver al realismo decimonónico y a las técnicas narrativas más complejas.

-Su Menéndez tiene sexo con una niña de doce años. ¿No se planteó modificarlo tras el lío de Sánchez Dragó?

-¿Vamos a modificar Lolita, a Dante, a Petrarca? Han retocado ahora a Mark Twain en el colmo de la desvergüenza. Es un síntoma del cretinismo generalizado de la clase política.

-Seremos hipócritas o cretinos, pero hemos ganado la Eurocopa y el Mundial y cantamos 'oe, oe, oe'...

-Me sentía como en tiempos de Franco y del Madrid de las cinco copas. Por eso está el ambiente del fútbol en la novela? Hasta qué punto nos hemos dejado llevar...