Los tres primeros capítulos de esta nueva entrega de la Historia de la Literatura Española que viene editando la editorial Crítica bajo la dirección de José Carlos Mainer se pueden leer como si se tratase en realidad de una historia de la cultura en España entre el final de la guerra civil y el año 2010. Siguiendo la línea de anteriores volúmenes se habla aquí de cultura en general, de baja y alta cultura, de música rock, pop y canción protesta, de cine y de medios de comunicación, de teatro y de espectáculos, de arte, de política, de filosofía, del mercado y de las industrias culturales... todo ello girando alrededor de la literatura y sus entornos: los escritores y las obras en primer lugar, pero también las editoriales, los premios, el marketing, los best-seller, los lectores y los agentes literarios... en fin, el universo de los libros. Su lectura resulta estimulante para los que hemos vivido una parte más o menos amplia de este periodo histórico y nos reconocemos en el relato, pero además porque está bien escrita y tiene un desarrollo muy preciso y todo lo objetivo que puede exigírsele a un trabajo de este tipo.

El proceso que aquí se cuenta es el de un movimiento cultural que poco a poco fue restituyendo la tradición humanista e ilustrada a una sociedad a la que se la habían arrebatado interrumpiendo el proceso de modernización iniciado durante la república y ahogando sus logros en un tradicionalismo católico y de corte conservador (el título de este volumen es precisamente Derrota y restitución de la modernidad). Los vencedores de la guerra civil española se identificaban con la ideología de los totalitarismos fascistas europeos de la primera mitad del siglo, influida además, en el caso español, por la iglesia católica más reaccionaria. Un poder que detentaba el control absoluto de los medios de comunicación y mantenía una férrea censura sobre toda idea contraria al régimen, convirtió durante demasiado tiempo el panorama cultural español en un desierto en el que, ocasionalmente, surgía algún que otro brote verde, originado más desde la disidencia que desde la sumisión y el conformismo. Los tramos históricos en los que se desarrolla el relato de este itinerario se centran en la posguerra, la década de los sesenta (como época de preparación hacia un nuevo panorama de la cultura en España), la transición política y la democracia.

POSGUERRA

En los años de la posguerra la cultura española descendió hasta uno de los niveles más bajos de su historia. Algunas de las mentes más lúcidas y de los creadores más vigorosos se vieron obligados a un exilio desde el que, aunque siguieron escribiendo, pintando o componiendo, sus obras no podían llegar, sino con excepciones, a sus lógicos destinatarios. La obra de los escritores del exilio (Max Aub, Ramón J. Sender, Corpus Barga, Juan Ramón Jiménez) era más valorada que la del interior incluso por algunos de los que se habían identificado con el régimen en sus primeros años, como Torrente Ballester. Las revistas y las editoriales, verdadero barómetro del nivel literario de un país, estaban fuertemente mediatizadas por los intereses políticos del poder totalitario. Algunas novelas de Rafael Sánchez Mazas, Agustín de Foxá o Rafael García Serrano tenían ciertamente valores literarios, sesgados de una fuerte ideología política identificada con los planteamientos más reaccionarios del régimen. Autores procedentes de la etapa anterior, como Azorín o Baroja, flirteaban con los poderes políticos cuando no se mostraban abiertamente críticos con la cultura de la república, aunque sus obras mantuvieron una destacada calidad literaria. La literatura tremendista de Camilo José Cela fue en estos años el único resquicio por el que se coló algún tipo de denuncia social, tal vez debido a la cercanía del escritor al régimen, al que habría prestado sus labores como censor, mientras Sánchez Ferlosio, hijo de uno de los novelistas más populares del franquismo, publicaba El Jarama, una de las cumbres del periodo. La poesía se redujo durante estos primeros años a la celebración de la victoria franquista mientras el teatro estaba dirigido a complacer a un público burgués sólo dispuesto a la diversión y a la humorada. En una prensa controlada por el poder político brillaban como fogonazos algunos artículos de González Ruano o Julio Camba, más por el estilo que por las propuestas. El mundo del pensamiento, exiliados Ortega y María Zambrano, se rendía a los pies de la brillantez expositiva de Eugenio d'Ors y Antonio Tovar y al catolicismo militante de Zubiri. A finales de los 50 y sobre todo después de la movilización universitaria del 56, el régimen comenzaba a registrar sus primeras debilidades. El pulso entre los postulados políticos del falangismo y la apuesta tecnócrata del Opus Dei se reflejó también en las revistas del régimen, que dieron algunos resultados, más mediáticos, diríamos hoy, que otra cosa. El regreso de algunos exiliados y el nacimiento de fenómenos que dotaban a la España del interior de instrumentos de análisis de la realidad fuera de los circuitos oficiales (la editorial Ruedo Ibérico) marcaron el final de la etapa más dura del franquismo.

LA DÉCADA PRODIGIOSA

Al filo del cambio de década se publicó Tiempo de silencio, de Luis Martín Santos, novela que marcó una inflexión en la literatura española del siglo. Nuevas revistas como Triunfo y Cuadernos para el Diálogo tomaban el relevo a un periodismo rancio y marcaban una nueva frontera en los mismos límites de la oposición al régimen. El impacto de la nueva novela hispanoamericana actuó también de revulsivo en el ambiente cultural español de los primeros años sesenta. La nueva ley de prensa del ministro Fraga Iribarne en 1966 apenas incidió en la apertura de una censura que continuó multando y cerrando medios y expedientando a periodistas, pero por alguno de sus resquicios se colaba de vez en cuando un llamamiento a la protesta. En estos años algunas editoriales (Taurus, Fondo de Cultura Económica, Revista de Occidente) comenzaron a publicar ensayos de jóvenes universitarios que enlazaban con la tradición de la izquierda y se atrevían a criticar al régimen. La universidad se puso en la vanguardia del movimiento de insatisfacción social, aunque a algunos profesores les costase la cátedra (Aranguren, Tierno Galván, García Calvo, José María Valverde...) y, pese a las barreras de todo tipo, llegaban a la sociedad española los ecos del Mayo del 68, las movilizaciones anti-Vietnam, el movimiento hippie y la contracultura, las canciones de los Beatles y los Stones... fenómenos que aquí adoptaron nuevas formas de expresión en movimientos como la nova cançó catalana y la nova canción galega, revistas libertarias como Ajoblanco y La Luna de Madrid, crítico-humorísticas como Por Favor, Hermano Lobo y El Papus, a lo que hay que añadir un eficiente cine social y un teatro independiente que poco a poco y para públicos aún minoritarios, iba rescatando las obras de los autores prohibidos. El fenómeno más acusado era la alianza entre la izquierda política y la vanguardia literaria. En este clima, Cela, Delibes y Torrente Ballester, iban a publicar algunas de sus mejores novelas.

TRANSICIÓN Y DEMOCRACIA

Poco antes de la muerte de Franco ya se empezaban a publicar ensayos historiográficos sobre el franquismo y análisis de la cultura durante este periodo. Iniciada la transición política comenzaron a recuperarse las obras de los autores exiliados y a reeditarse las de los escritores de la edad de plata (Juan Ramón Jiménez, Valle-Inclán, Lorca, Gómez de la Serna). El memorialismo literario y político, tanto de los vencedores como de los vencidos (Julián Marías, Tierno Galván, Ridruejo, Caro Baroja) interesó profundamente a una sociedad que ignoraba casi todo sobre la guerra civil y la república. Los nuevos periódicos como El País y Diario 16 retomaban la tradición de una prensa ilustrada y culta anterior a la guerra, y nuevos pensadores (Savater, Trías) iniciaban la renovación de una izquierda libre de prejuicios. Una novela de Eduardo Mendoza, La verdad sobre el caso Savolta, marcó la pauta de una nueva literatura, mientras escritores como Juan Benet practicaban una escritura de calidad en la que se inspiraron jóvenes autores. La utilización de la cultura de masas en la nueva literatura (la copla, el cine popular, los programas de radio) supuso el nacimiento de nuevas formas y estilos en los mensajes políticos, sobre todo a través del magisterio de Vázquez Montalbán. Todo ello preparó el tránsito hacia una sociedad de mercado fuertemente capitalista y produjo un cierto desasosiego mezclado a una cierta frustración en la izquierda más radical, que había soñado un mundo diferente. Este sentimiento se bautizó con el nombre de desencanto, ayudado del éxito de una película en la que la familia del poeta Leopoldo Panero exhibía sin pudor sus enfrentamientos intestinos. La realidad democrática, en efecto, había dejado fuera de lugar las esperanzas de cambio radical, tanto político como cultural.

La democracia trajo también consigo fenómenos contradictorios como la desaparición de las grandes revistas que habían marcado el camino de la transición (Triunfo, Cuadernos para el Diálogo, La Calle, Cambio 16). Aparecieron nuevas manifestaciones culturales a la sombra de la movida madrileña: el cine de Almodóvar, la fotografía de García Alix, la música de Alaska y Los Pegamoides y Radio Futura... La presencia del Estado en la cultura iba a crecer a través de los grandes premios (El Cervantes, los Príncipe de Asturias, los Nacionales...), el nacimiento de instituciones importantes (Instituto Cervantes, los nuevos museos nacionales), la potenciación de la red de bibliotecas y el apoyo a la creación literaria, cinematográfica y teatral. La literatura en gallego, catalán y euskera conoce también un nuevo renacimiento, aunque falta de apoyo institucional. Pero el protagonista de la literatura de estos años va a ser el afianzamiento del mercado, con todas sus ventajas y sus inconvenientes. Los grandes premios literarios (Planeta, Nadal, Espasa...) se convierten en plataformas de promoción para ventas masivas. La concentración editorial persigue la fabricación de best-seller a través de la popularidad mediática, mientras se crean nuevas relaciones entre los editores, los escritores y sus agentes literarios. La crítica pasa de la seriedad analítica de las revistas especializadas a la superficialidad orientativa de los suplementos literarios. Pero junto a la mercantilización de la literatura surge la búsqueda de nuevos caminos de experimentación y transgresión de códigos literarios, la subversión de valores y el mestizaje de estilos. Todo ello supuso no sólo la aparición de una nueva literatura sino también la de una animada vida literaria. Francisco Umbral, Javier Cercas, Javier Marías, Antonio Muñoz Molina, Andrés Trapiello, Juan Marsé, Luis Mateo Díez, Enrique Vila-Matas, entre otros, configuran la nueva vanguardia de una literatura entre la calidad y el impacto comercial.

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