-Llama la atención la facilidad con que transita entre la calle y la academia. Y la prueba más reciente es ese disco con Loquillo.

-Es increíble que unos poemas musicados, la antítesis de lo que puede considerarse un disco de cantautores, se conviertan en un disco de rock. Son poemas míos y parece como si hubiera escrito esas letras para que las cantara Loquillo. Se ha producido esa especie de milagro, de simbiosis auténtica y no buscada, espontánea. Estoy contentísimo con el resultado de este disco que lleva once años de gestación porque Loquillo pensaba sacarlo, yo estaba en política, no se podía hacer en esas circunstancias, y fueron pasando los años hasta convertirse ahora en esa fruta madura. No es habitual ese paso, ese tránsito entre lo académico y lo más popular, pero yo lo vivo con absoluta naturalidad y a la vez, casi, como una obligación. He nacido para eso, para armonizar en mi persona eso que se llama 'gran cultura', que puede ser la lectura y el análisis de los clásicos, la crítica textual, y la cultura popular, el cómic, el rock... que a veces es más alta que la otra.

-En España hay fronteras insalvables entre ambas.

-No solo en España, en Estados Unidos también. El cómic tuvieron que rescatarlo en Europa, fueron los franceses y los italianos quienes descubrieron el cómic norteamericano de la época clásica. España ha seguido el modelo norteamericano y Lovecraft, por ejemplo, no figura en el diccionario de autoridades americano porque los académicos no se enteran de muchas cosas. Que en Rhode Island preguntes por la casa de Lovecraft, que es lo más importante que ha ocurrido allí, y tengas que descubrirla tú de una manera azarosa significa que no se enteran. Y que luego hagan tesis doctorales atroces sobre el último poeta español en un departamento universitario parece lamentable. La corrección política es muy de las universidades norteamericanas, el disco que hemos hecho con Loquillo tiene un tema contra la corrección política, Political incorrectness, dedicado a mi mujer, Alicia Mariño.

-Aquí de corrección política no vamos nada mal...

-Durante ocho años hemos vivido en el infierno, espero que ahora pasemos al purgatorio, no digo al cielo porque nunca se está en el cielo.

-Esos tiempos en los que, como dice un poema suyo que ahora canta Loquillo, las mujeres le habían retirado su protección; los dioses, su asistencia; y la literatura, su cobijo, ¿no coincidirán con su período como secretario de Estado de Cultura en el Gobierno de Aznar?

-Eso es muy anterior, es de finales de los ochenta y responde a momentos personales críticos de la vida de cada uno y a razones íntimas, relaciones sentimentales que se fueron a pique,y que no tienen nada que ver con la política. El dolor humano es el que nos acompaña y el que hace posible la literatura. Tiene más incidencia en el lector el sufrimiento que la celebración o el entusiasmo. Y hablo en el sentido griego del término, de encenderse por dentro ante la maravilla de la existencia.

-¿La dedicación política es ya solo pasado?

-Me queda un recuerdo bueno porque yo soy positivo. Si uno se envenena por dentro e intenta abolir parte de su pasado se equivoca de medio a medio. Yo asumo mi pasado, todo lo contrario de lo que le ocurre a este país nuestro, uno de cuyos grandes problemas es que no asume absolutamente todo su pasado. Borges dice que 'no es el hombre el que elige, es la puerta'. Pues yo no elegí estar en política, fue la puerta la que me eligió a mí.

-¿Y cómo fue la experiencia?

-Enriquecedora. Ya tengo una edad en la que lo que hay que repetir sobre todo son las lecturas. Y vuelvo a Borges, que para mí es una referencia continua, cuando afirmaba 'yo ya no leo, releo'. Bueno, le releían.

-La cultura, desde la perspectiva política, se ha transformado en la gran dádiva del poder.

-No estoy de acuerdo en absoluto con esa idea de la cultura, que no tiene que emanar del poder, ha de ser independiente. En la época en que estuve en política intenté huir de todo sectarismo y no creo que nadie pueda decir lo contrario. Nunca he pensado que la cultura sea de izquierda, de derecha o de centro, es de todos, es universal. Hemos localizado la cultura de una manera bestial, pero yo soy cosmopolita. Hay que hacer cosas con pretensiones de universalidad. Mis personajes poéticos pueden ser españoles o de cualquier otra parte, aunque siempre occidentales. Occidente es una tribu a la que me honro en pertenecer, que nos marca queramos o no.

-¿Cómo es eso de convivir con más de 30.000 libros?

-Hace doce años iba por los 33.000, con lo que ahora ya serán muchísimos más. Pero es algo que me agobia, se salen por todas partes. Mi casa es una casa normal porque vivo en la de mi mujer y habrá 3.000 o 4.000 libros. Pero la otra, que es la que yo tenía antes de casarme con Alicia, es en realidad una librería de viejo. Y eso que tengo los libros totalmente nuevos porque para mí no son de nadie, son de todos y por eso no pongo mi nombre. Intento que lleguen a mis hijos igual que llegaron a mí y que ellos los puedan vender, donar o regalar, pero que estén en esas condiciones que las librerías de viejo etiquetan como 'ejemplar impecable'.

-Alguien capaz de desenvolverse en esa acumulación ¿cómo ve el libro electrónico?

-Con simpatía y como algo inevitable. De la misma manera que cuando hice las letras para temas de la Orquesta Mondragón en los primeros años ochenta llegamos a vender millones de copias, ahora que un disco se venda bien supone 15.000 ejemplares. Va a ocurrir lo mismo en el área de la lectura. Estoy en contra de la piratería, pero va a ser muy complicado, es muy difícil poner puertas al campo. Tengo amigos sesentones a los que, cuando les recomiendo una novela policiaca, me contestan: 'Voy a mirar en internet'. No se les ocurre ir a la librería. Es imparable. Pero lo que hay que editar cada vez más son productos bonitos estéticamente, bien terminados, legibles. El libro va a ser una cosa muy selecta.

-¿Los libros se salvan siendo más libros?

-Efectivamente. El fenómeno del libro de bolsillo, con el e-book, ha pasado a la historia, se acabó. No he leído un solo libro en formato electrónico, tengo ya muchos años y creo que no lo voy a hacer, aunque no se puede decir 'nunca jamás'. De momento, como lector, me basta con el papel. Me parece bárbaro internet porque yo cuando escribo un artículo tardo mucho menos con su auxilio. Hay que contrastar todos los datos pero hay cosas que te les da internet. Internet es más importante que la invención de la imprenta y creo que estamos en un cambio del esquema vital de la Humanidad. Ya no vamos a poder hablar de tribus, estamos globalizados y cortados por un patrón muy parecido.

-Usted es también uno de esos cinéfilos maravillados con las series de televisión.

-El mejor refugio del cine son las series de televisión norteamericanas. Son prodigiosas en cuanto al guión: El ala oeste de la Casa Blanca, Los Soprano, The wire y tantas otras. No las sigo, porque no tengo tiempo, pero me las compro para verlas de un tirón.

-Pero por encima de todo, la poesía.

-Es la parte más importante para mí. Si algo me considero en este mundo es poeta, aunque así dicho me parece una presunción. La tarea que más satisfacciones me da, aunque no la perpetro a diario, es la de la poesía.

-Reconoce que es un mal lector de poesía contemporánea.

-Sí. He leído a los grandes, pero no sigo mucho a mis contemporáneos. Tengo grandes pasiones poéticas pero soy mal lector de poesía, pero soy un gran lector de novela de género. Leo mucha novela de aventuras, policiaca. Me gustan las novelas en las que pasan cosas, soy un niño grande como casi todos los escritores, porque nuestra patria es la infancia.

-Para un filólogo, el abandono educativo de los clásicos tiene que resultar doloroso.

-La educación en España no ha hecho más que retroceder desde principios de los años setenta. Yo pondría el latín como asignatura obligatoria común para ciencias y letras. Y el griego, obligatorio para los de letras. Los clásicos están siempre ahí, mostrando el camino. Renunciar a ellos es renunciar a nuestra identidad, a nuestra cultura.