Punto y final. O mejor, punto y seguido. Lejos de resolver de manera definitiva el enigma sobre el ya célebre claustro de Palamós, los técnicos que elaboran el informe acerca del origen y grado de autenticidad de la obra se inclinan por las tesis del experto José Miguel Merino de Cáceres, quien expuso hace un mes en este diario que las galerías son "una imitación" fabricada en los años treinta por el anticuario zamorano Ignacio Martínez para comercializarla, aprovechando el furor extranjero de la época por el patrimonio artístico español. La Generalitat publicará un documento en esta dirección en los próximos días, aunque en un primer momento apostó por el origen medieval -siglo XII- del conjunto.

La sólida argumentación de Merino de Cáceres parece haber sido definitiva. La falta de información sobre el claustro en los catálogos monumentales, la impecable factura de la obra en los años treinta y su rápido deterioro en el último siglo, la mezcla iconográfica de los capiteles y las "perfectas" medidas de la galería contradicen su autenticidad y se pelean con los posibles orígenes apuntados por los historiadores: ni San Pedro de Arlanza ni Gumiel de Izán (ambos en Burgos), tampoco Benevívere (Palencia).

Días atrás, el director de Patrimonio de Madrid Alfonso Muñoz -participante en una de las reuniones celebradas ex profeso en Barcelona- comunicó al arquitecto segoviano que los técnicos se decantarían por su argumentación. "Es una imitación, un pastiche, un conjunto que imita un estilo y que no copia ninguna obra determinada, una recreación con un resultado torpe", reitera el profesor de la Universidad Politécnica de Madrid. La supuesta falsedad del claustro no desdice la apasionante historia que ha trascendido desde que el profesor Gerardo Boto apreciara las arcadas en la versión francesa de la revista de decoración AD.

Redescubierto el claustro, los historiadores se encuentran con el primer escollo. La obra no aparece en ningún catálogo monumental. "¿Cómo es posible que un conjunto de estas dimensiones pasara desapercibido a nuestros historiadores de la época, buenísimos muchos de ellos?", se pregunta Merino de Cáceres. En efecto, ni una sola pista en los trabajos de catalogación de Torres Balbás o Gómez Moreno.

La única fuente documental es el Archivo Moreno, digitalizado y conservado por el Ministerio de Cultura. Allí, Merino de Cáceres y la historiadora María José Martínez Ruiz hallan abundantes fotografías sobre las galerías y los capiteles. Corresponden a la colección del anticuario zamorano Ignacio Martínez, afincado en el barrio madrileño de Ciudad Lineal. A los investigadores les extraña que el claustro, de estilo románico, aparezca tan nuevo en aquellas instantáneas y visiblemente desgastado en las imágenes recientes de la finca de Mas del Vent, emplazamiento actual. "La piedra no fue tratada, no es muy buena y ha estado en un lugar húmedo y sin protección", recuerdan los investigadores. Con 44 años de ejercicio en la restauración, Merino de Cáceres sostiene que el material procede de la cantera salmantina de Villamayor, una piedra "blanda" y que se modela con facilidad.

El procedimiento que empleó el anticuario zamorano tampoco era el habitual en una época, principios de siglo, en la que partieron para Estados Unidos conjuntos románicos -o partes- como los monasterios de Sacramenia y Fuentidueña (Segovia) o Santa María de Óvila (Guadalajara). "Los claustros se compran, se embalan y se transportan", detalla.

Sin embargo, Ignacio Martínez adquiere las piezas y las "vuelve a montar" en el barrio madrileño de Ciudad Lineal para fotografiar la galería, promocionarla y venderla. Al arquitecto tampoco le cuadra que el conjunto tarde once años en erigirse, desde 1931 hasta 1942, y ahí radica la pieza clave del puzle. "Lo va fabricando en Salamanca, lo lleva a Madrid y lo monta", argumenta.

El resultado, a ojos de cualquiera, impresiona. El doctor en Arquitectura obtiene información documental y mide las proporciones de la galería. "Son sorprendentes, demasiado perfectas" si se las compara con obras originales de monasterios del medievo. "He revisado el catálogo monumental de Burgos y un claustro de estas proporciones no cabe en ninguno de ellos", añade.

Por último, a los expertos les llama la atención la iconografía. La historiadora Inés Ruiz Montejo confirma a Merino de Cáceres que el programa es "disparatado". Para los profanos en la materia los relieves de Palamós, "son tan extraños como mezclar temas románicos con renacentistas", ejemplifica.

Y el círculo parece cerrarse. Ignacio Martínez encargó a un arquitecto la fabricación de un claustro de estilo románico, posiblemente con ayuda de la lotería que acababa de ganar en Zamora. Las piezas se fabricaron en Salamanca y se transportaron a la finca madrileña de Ciudad Lineal, donde fueron montadas durante once años por la familia Ortiz. El conjunto no se vendería hasta finales de los años cincuenta, cuando el hijo de Martínez, Federico, cerró la operación con el millonario alemán Hans Engelhorn, abuelo del actual propietario.

Sin embargo, son muchos los interrogantes que permanecen. ¿Por qué gastaría una fortuna Ignacio Martínez en construir un claustro? ¿Sería una operación rentable? ¿Qué arquitecto en la Salamanca de los años treinta dirigió la fabricación? El profesor de la Politécnica deja un posible nombre sobre la mesa: el arquitecto Ricardo García Guereta, restaurador de la catedral de Salamanca.