Las verdades de Chavela Vargas están desde hace dos domingos donde siempre quiso: con ella, en el paraíso de los cantantes. Ya solo serán especulaciones el secreto que compartió con Frida Kahlo, por qué se distanció de su familia y cómo hizo para regatear a "la pinche muerte" durante tantos años de excesos.

Dos de sus mejores amigas españolas, Isabel Preysler y Elena Benarroch, la recuerdan ahora, en declaraciones a Efe, con la certeza de haber compartido un tramo de vida con alguien que venía "de un mundo raro" y "nunca había llorado". Preysler la conoció un día que Benarroch la llevó a almorzar con ella en la Residencia de Estudiantes, en Madrid, en los años 90, y desde entonces disfrutó tratándola en lugares como el Palacio de la Moncloa, en casa de la peletera, en la suya propia y en algunos restaurantes de la capital, detalla en referencia a los locales "elegantes" a los que se complacía en invitarla, según recuerda la propia Vargas en sus memorias.

"Era una mujer genial que se reía de ella misma y del mundo, llena de talento y sensibilidad, inteligente y anticonvencional", señala Preysler, que recalca que todos los que tuvieron "la suerte de estar cerca de ella en algún momento" están tristes y la echarán de menos.

Benarroch tuvo su primer contacto con ella cuando Manuel Arroyo, fundador de la editorial Turner, la llevó a la Sala Caracol, de Madrid, en 1993. Era, dice, una persona muy especial y complicada, "de carácter fuerte pero con unas genialidades que desarmaban. Era una persona llena de vidas, de verdades, y muy amena", resume Benarroch, su anfitriona en varias ocasiones.

En su última visita a Madrid, cuando la escuchó en el recital que dio junto a Miguel Poveda y Martirio y comió con ella y Pedro Almodóvar, no tuvo la impresión de que fuera una despedida.