Pese a la dictadura turística de los no lugares -quién podría o querría distinguir un aeropuerto de otro-, hay sitios especiales. Por ejemplo, el volumen de trabajo intelectual engendrado en Formentor obliga a considerarlo un instrumento literario, como el violín para un músico. En su último verano alrededor de esa biografía, Carlos Fuentes resaltaba hace un año el reto del escritor, "obligado a crear arte con un material que todo el mundo domina, las palabras". Cabría concluir que las palabras renuevan su sentido en la península mallorquina. Se adentran en resonancias inesperadas. Estoy pensando en otro escritor mexicano, Octavio Paz, cuando en el ya lejano 1959 expresaba su sensación en el libro del hotel. "Sombra del Paraíso. Yo no conocía Formentor, pero lo intuía y ahora lo habito". Hemos avanzado un grado en la precisión. Formentor es lo que un escritor necesita, aunque no siempre lo sabe. Y ha llegado el momento de contabilizar la segunda visita de Paz al enclave mallorquín, en 1987. El escritor contaba 72 años y, aunque le contó a su entrevistador que el futuro "es el territorio de lo desconocido", empezaba a desesperar de recibir un día el Nobel. Máxime cuando Cela obtuvo el galardón sueco en 1989, lo cual hacía previsible un paréntesis antes de volver a premiar a otro autor en castellano y conservador. A este respecto, el mexicano sostenía en Mallorca: "Creo haber triturado la falacia de quienes me etiquetan como un intelectual de derechas". La redundancia se produjo contra todo pronóstico, y Paz bailó con la reina de Suecia en diciembre de 1990. Habían transcurrido tres años de una visita a Formentor en la que evocaba a los semimallorquines Borges y Robert Graves para certificar: "Son muchos más los olvidados que los galardonados". La península mallorquina lo atrajo a Estocolmo, y aceptaremos condescendientes la crítica de que tres años es un lapso demasiado holgado para hablar de augurio. Así que lo comprimiremos notablemente en el próximo ejemplo. Miguel Ángel Asturias recala en Formentor en 1966, a instancias del bullicioso Cela. Experimenta un deslumbramiento cegador, que le obliga a verterlo al papel con su prosa volcánica. "Sésamo que me traslada a mi lago de Atitlán, en Guatemala, sin moverme de la ventana de mi cuarto. Gracias por tanta gracia. Soñar con los ojos abiertos, ¡oh maravilla!". La fascinación se hizo irreversible, por lo que el escritor guatemalteco pasó a vivir a caballo entre París y Mallorca. Sin embargo, lo significativo para nuestra argumentación es el Nobel que recibiría en 1967, tan próximo a su cosmovisión en la costa mallorquina. Figura en la lista de los galardones inesperados, lo cual confiere un valor añadido al peso de Formentor en la concesión. Los escépticos profesionales insistirán en que Asturias debió visitar otras geografías no tan deslumbrantes, en vísperas del reconocimiento sueco. Esta peliaguda cuestión obligaría a trazar un mapa de las conjunciones viajeras de Paz y el guatemalteco, por si Formentor fuera un ungüento mágico que obra en conjunción con otros parajes. En todo caso, no nos desaniman las objeciones, porque poseemos un ejemplo de impacto fulminante y más reciente, por lo que hablamos de un fenómeno perdurable. En agosto de 2010, Mario Vargas Llosa se recluye en el hotel Formentor. Empleamos el término adecuado, tanto por la duración de la estancia como por el rechazo de cualquier intromisión periodística en el retiro. Al escritor lo acompañaba su hijo Álvaro. En el mismo establecimiento había pulido la redacción definitiva de Pantaleón y las visitadoras, pero interesa remarcar que no se trata de un visitante habitual, para engrandecer el prodigio de que un par de meses después recibe el Nobel. Su aislamiento en el balneario de la montaña mágica había surtido efecto. La maduración instantánea justifica el titular de este texto, y establece la definitiva relación causal entre el paraíso mallorquín y sus premiados. No olvidamos a Winston Churchill, otro Nobel de Literatura que enlazó sendas estancias en Formentor y en la Mamounia de Marraquech, uno de los pocos hoteles del mundo equiparable al mallorquín por las fidelidades que desata entre los grandes del planeta. Y por supuesto, Cela es un premiado por Estocolmo que está enraizado en el Premio vinculado a la península mallorquina, amén de agitador de las Conversaciones Literarias adyacentes. En este caso, cabría decir que la porfía del escritor galaico-mallorquín en sus visitas a Formentor acabó por doblegar las reticencias de la Academia ante su conservadurismo. Podemos preguntarnos qué suerte hubiera corrido Henry Miller en Suecia, si un inoportuno resfriado no lo hubiera confinado en su habitación mallorquina, sin opción de empaparse del ambiente. Samuel Beckett no pisó el hotel fetiche, pero fue galardonado con el Prix Formentor que también en su caso supondría la antesala del Grand Prix Nobel. Abrumados por la multiplicación de ejemplos, ha llegado el momento de plantearse la esencia del bálsamo que expende el entorno para subyugar a los impávidos suecos. Por desgracia, la ciencia periodística nos abandona aquí sin respuesta. Si el secreto fuera fácil de descubrir, también sería imitado sin mayores problemas. Con todo, apuntemos como ingredientes una contención monacal y una pretensión escurialense, que suponen un reto para la remodelación del establecimiento. Hay diferentes clases de lujo, pero puede definirse en esencia como lo que no tienen los demás. Por tanto, el siglo XXI impondrá el silencio como la adquisición más cotizada. En Formentor, ayuda a percibir el misterio acechante. Las excepciones al Nobel se deben a que no existen años suficientes para premiar a todos los escritores de talla que han desfilado por Formentor. Hay autores aguardando su embrujo para asaltar al Nobel. Pienso en Ian McEwan, frecuentador también de la Tramuntana pero que nunca ha recalado en la península. Más allá de la oportunidad de saquear el minibar de la habitación, el hotel más enigmático que emblemático catapulta a escritores de talla, pero una revisión científica debe incluir cuando menos un contraejemplo. Y así, Baltasar Porcel le escribe a Lorenzo Villalonga: "Llegué a hartarme de Formentor, pasando allí magníficos aburrimientos". No se me ocurre eslogan publicitario más logrado que "el lugar que aburrió a Porcel".