Entró silencioso. Observando con esa mirada suya, tan ágil, el auditorio repleto de personas. Carlos Oroza, acostumbrado al silencio de sus paseos por la ciudad, en los que las palabras le salen al encuentro y él las atrapa con tiento, abandonó su disfrazada timidez cuando comenzó a recitar. Allí, ya satisfecho en el hábitat de sus palabras, el poeta logró hacer temblar al público con su Évame en una voz arrolladora y le reencontró con la magia de la poesía oral.