En dos alejados lugares del mundo, como son Galicia (extremo occidental de Europa) y la península de Taimyr, en Siberia (extremo septentrional de Asia), aparece un primitivo instrumento musical muy similar, un idiófono que produce extrañas sonoridades metálicas. En la helada tundra siberiana, se llama bargan; en el finisterre europeo, recibe la inapropiada denominación de trompa gallega. Rosinskij, en su homenaje a la gélida tierra donde vivió durante doce años en su juventud, utiliza el instrumento dentro de una obra de notable interés, rigor compositivo y no fácil escucha. El siempre recordado Quiggle y la violista rusa, realizaron una asombrosa lectura de una partitura erizada de dificultades; y la orquesta estuvo magnífica. Sonaron repetidos aplausos y exclamaciones de entusiasmo. Como bis, los dos solistas tocaron una Danza, de Rosinkij en que puede identificarse, aunque tratada con mucha libertad, la popular canción rusa, Kalinka. Floja versión de la Obertura trágica que no hará historia; buen pretexto para repetir una obra tan bella. Y acaso también haya que repetir la Tercera, de Chaikovsky. No porque saliera mal -al contrario, fue una interpretación sobresaliente- sino porque se toca muy poco y La Polaca es una preciosa sinfonía que, por momentos, recuerda muchos pasajes de los mejores ballets del gran músico ruso.