Un plan perfecto, remake de Ladrona por amor (Ronald Neame, 1966) con Michael Caine y Shirley MacLaine, pululó por múltiples estudios y múltiples directores (incluso Altman, Mike Nichols o Bo Welch) antes de caer en las manos de Michael Hoffman y en el guión adaptado de Joel & Ethan Coen. Ninguna novedad para los hermanos estadounidenses: la tarea de la reescritura ya había sido explorada por el dúo de cineastas en diversas ocasiones. Desde la revisión de La odisea de Homero en Oh, Brother hasta Los ladykillers, basada en El quinteto de la muerte (Alexander MacKendrick, 1955), o su extraordinaria Valor de ley, que actualiza (y ensombrece) el western de mismo título de Henry Hathaway. Con Un plan perfecto el reto parece muy diferente porque el producto final no va a estar manejado de forma absoluta por los Coen, sino por un director alejado, muchísimo más convencional, como Michael Hoffman (Sueño de una noche de verano, La última estación).

En el resultado del filme se nota esta falta de control desde el arranque. La intención inicial (con reminiscencias de F de Fake) deriva hacia una comedia de enredos en la que casi nada funciona. Uno no sabe bien por qué: quizá sea por la desubicación de Firth o la sobreactuación de Rickman, pero el avance de esta película deslavazada solo se aguanta por la maravillosa Cameron Díaz. Aparte de su faceta dramática, alguien debería valorar con numerosos premios la capacidad de esta intérprete para adaptarse a casi cualquier discurso cómico. En este caso, aprovechen, si pueden, para verla en versión original: la Díaz destaca como una "hillbilly" desbocada que aprovecha la mínima oportunidad para salirse con la suya. Lo que podría haber acabado como otra de estas estupendas comedias de motor transatlántico (las últimas, y muy recomendables, serían las televisivas Little Britain USA o Episodes), nunca cuaja y se nos queda en una película olvidable.