Tras un lustro de silencio como director, Bryan Singer intenta ganarse el favor de la taquilla con una extraña superproducción que por momentos parece el hermano pobre de El señor de los anillos, aunque su razonable metraje y la condensación de peripecias la hacen mucho más divertido que el tostonazo de Peter Jackson. Se queda en tierra de nadie: a los críos les parecerá un poco farragosa y lenta, y a los adultos demasiado superficial y simplona. Lo normal es que no contente a nadie, salvo que se vaya al cine sin prejuicios y olvidándose de que su director tuvo unos inicios fulgurantes que auguraban una carrera mucho más interesante. Aquí brilla con desigual intensidad en los momentos más espectaculares (esos gigantes muy logrados) y en la vertiente más aventurera, que destila un simpático toque clásico de serie B, aunque demasiado dependiente del dichoso 3D, pero el armazón argumental es demasiado liviano y previsible, tontorrón a veces. Y el reparto presenta una evidente desigualdad entre unos secundarios de postín y unos protagonistas impostados.