Acaba de llegar de Nueva York. Fue a conocer los orígenes de la profesión a la que ahora dedica sus días en el estudio coruñés de Katattoomba. Cuenta que visitó los lugares donde se utilizaron las primeras máquinas eléctricas. Y allí dejó su impronta. Iván Pérez hace dibujos y canciones sin más pretensión que hacer lo que le gusta. Quizá sea eso lo que mueve a la gente. Y a eso se dedica. A mover pasiones. Algunos le prestan su piel y otros sus oídos y así, poco a poco, va haciendo camino y creciendo como profesional, manteniendo intactas sus raíces y las ideas con las que ha ido aprendiendo y forjando su propio modo de vida.

Atrás queda la asociación cultural que dio a luz una referencia musical como el Resurrection Fest de Viveiro. Fue uno de sus padres, una de las muchas personas que ayudaron a levantar el gigante empresarial que hoy en día mueve a un centenar de bandas internacionales, cosecha premios y decenas de miles de seguidores que traspasan fronteras cada año para ver a sus grupos favoritos.

También sus días en la Universidade da Coruña, donde logró sacarse el título de Arquitectura Técnica mientras componía para un sinfín de bandas, entre ellas las todavía activas Twenty Fighters y True Mountains, y hacía sus primeros dibujos en las pieles que le prestaban sus amigos. Un bagaje que lleva en una mochila llena de experiencias que no olvida.

Experiencias como la que acaba de vivir en el punto cero de la cultura americana. Nueva York, Long Island... Vieron su trabajo por internet y lo invitaron a tatuar donde todo comenzó allá por el 1846, cuando se abrieron los primeros estudios en la Gran Manzana. Fue entonces cuando se creó un movimiento que cubre la epidermis de generaciones enteras como modo de expresión artística, estética, por diferentes motivos y sin distinción social.

Esta conexión con lo original y la esencia, con la causa primera de las cosas que diría Aristóteles, lo ha llevado a definir su trabajo como ´old school´ o tradicional. Es un sello que lleva a todas sus creaciones. Bien sean dibujos o canciones. Y así, con este ´agarimo´ por lo propio y lo original sigue dibujando, viajando y evolucionando para no parar nunca de aprender. "Me costó separarme quince días de mi hijo", reconoce. Y es que, además de compatibilizar sus pasiones como los tatuajes y la música, desde hace un año y medio la prioridad es Elio. Elio y Paula. Una gran familia de la que aprender.