Se cumplen 100 años de la muerte de Rubén Darío. El escritor nicaragüense falleció el 6 de febrero de 1916, dejando un gran legado literario. El poeta, considerado el máximo representante del modernismo hispanoamericano, es autor de Cantos de vida y esperanza, El cisne o Canción de Otoño en Primavera. En el aniversario de su muerte repasamos 10 de los versos más célebres del denominado príncipe de las letras castellanas.

Félix Rubén García Sarmiento nació el 18 de enero de 1867. Se crió con sus tíos maternos, en un hogar donde eran habituales las tertulias de los intelectuales del país. En este entorno, el joven Rubén Darío comenzó a desarrollar su gusto por las letras.

En 1892 llegó a España, aunque unos meses después tuvo que regresar a Nicaragua por la muerte de su mujer. Tras el fallecimiento de su esposa, el escritor se entregó a la bebida y durante esta época fue engañado para que se casara con otra joven.

A principios del siglo XX, regresó a Europa, donde vivió en París, Madrid o Mallorca (ciudad a la que se trasladó para recuperar su deteriorada salud) y visitó varios países del viejo continente como Italia, Inglaterra o Bélgica. Es en esta época en la que escribe sus obras más conocidas: Cantos de vida y esperanza, El canto errante, El poema de otoño y El oro de Mallorca.

Uno de los elementos básicos de su obra es la búsqueda de la belleza que se encuentra oculta en la realidad. Según Darío, uno de los objetivos de los poetas es hacer accesible al resto de los seres humanos la parte divina de la realidad, y para ello cuenta con la metáfora y el simbolismo. Por ello, el escritor rechaza la estética realista y crea escenarios fantásticos.

Darío fue un hombre lleno de dualidades que se reflejaron tanto en la temática de su obra como en el estilo de escritura. Más allá de la poesía, el autor desarrolló también su carrera como periodista y diplomático. Tras vivir varios años en Europa, regresó en 1916 a Nicaragua donde falleció un mes después.

Juventud

Juventud, divino tesoro,

¡ya te vas para no volver!

Cuando quiero llorar, no lloro

y a veces lloro sin querer...

(Canción de Otoño en Primavera)

Princesa

La princesa está triste... ¿qué tendrá la princesa?

Los suspiros se escapan de su boca de fresa,

que ha perdido la risa, que ha perdido el color.

La princesa está pálida en su silla de oro,

está mudo el teclado de su clave de oro;

y en un vaso olvidado se desmaya una flor.

(Sonatina)

Amar, amar, amar, amar siempre, con todo

el ser y con la tierra y con el cielo,

con lo claro del sol y lo oscuro del lodo;

amar por toda ciencia y amar por todo anhelo.

(Amo, amas)

A Valle-Inclán

Este gran don Ramón de las barbas de chivo,

cuya risa es la flor de su figura,

parece un viejo dios altanero y esquivo

que se animase en la frialdad de su escultura

Ocaso

Hora de ocaso y de discreto beso;

hora crepuscular y de retiro;

hora de madrigal y de embeleso,

de "te adoro", de "¡ay!" y de suspiro

(Cantos de vida y esperanza)

A Juan Ramón Jiménez

¿Qué signo haces, oh Cisne, con tu encorvado cuello

al paso de los tristes y errantes soñadores?

¿Por qué tan silencioso de ser blanco y ser bello,

tiránico a las aguas e impasible a las flores?

(El Cisne)

Dolor

La tierra está preñada de dolor tan profundo

que el soñador, imperial meditabundo,

sufre con las angustias del corazón del mundo

(Canto de Esperanza)

No pidas paz a mis brazos

que a los tuyos tienen presos:

son de guerra mis abrazos

y son de incendio mis besos

(Prosas profanas y otros poemas)

La musa del poeta

Margarita, está linda la mar,

y el viento

lleva esencia sutil de azahar;

yo siento

en el alma una alondra cantar:

tu acento.

Margarita, te voy a contar

un cuento.

(A Margarita Debayle)

El tiempo

Tú que estás la barba en la mano,

meditabundo,

¿has dejado pasar, hermano,

la flor del mundo?

Te lamentas de los ayeres

con quejas vanas:

¡Aún hay promesas de placeres

en los mañanas!