Se ha dicho que la aspiración patriótica de los canadienses es agradar al resto del mundo. Canadá es lo que Estados Unidos no ha podido ser como país, con un bienestar social muy superior, seguridad, cuidado por el medio ambiente, riqueza mejor distribuida y una convivencia generalmente feliz y envidiable entre sus habitantes. Incluso ha mantenido y mantiene un respeto por la población indígena muy por encima del que tradicionalmente ha caracterizado al poderoso vecino del sur. Sin embargo, unido a sus interminables inviernos, Canadá no ha sabido desprenderse de esa prosperidad metálica de tonos grises que le hace parecer aburrido e insustancial a los estadounidenses. De existir, su sueño idealizado se convierte para los que cruzan la frontera en dirección al norte, más que en un paso adelante, en un camino sin retorno.

Richard Ford maneja ese sentimiento desde el punto de vista de unos fugitivos en la segunda parte de la gran novela que ahora publica Anagrama, con traducción de Jesús Zulaika. Dell Parsons, profesor de Inglés, en la víspera de su retiro mira hacia atrás sin amargura pero remontándose a las calamidades de su adolescencia hace 50 años. La suya es una confesión descarnada. Hay algo inquietante en la voz tranquila, modulada del narrador. Cuanto más cuenta, su temperamento emerge como la única respuesta saludable a los traumas de un hombre ya débil al que persiguen los fantasmas de la infancia y del pasado.

La historia comienza en 1960, en la América que aspira con Kennedy a traspasar la Nueva Frontera. Dell y su hermana gemela, Berner, de 15 años, viven en Great Falls (Montana) una deriva adolescente aislada del pequeño mundo que los rodea. Su madre es una mujer desarraigada e intelectualmente ajena a las preocupaciones pueblerinas del Medio Oeste. Su origen polaco-judío acentúa la alienación. Su padre, un sureño atractivo y con cierto don de gentes, piloto bombardero en la guerra del Pacífico, no encuentra un trabajo tras haber abandonado la Fuerza Aérea y, sin embargo, espera que la familia secunde su desbordado optimismo. Vende coches de ocasión y ve pasar la oportunidad por delante de sus ojos cuando se implica con unos indios en un negocio de carne robada del que obtiene beneficios, hasta que se produce el hecho inesperado que desencadena la tragedia. Cuando entra en conflicto por causa de una deuda de dinero que pone en riesgo su seguridad y la de su familia, monta un plan ridículo para atracar un banco. Él y su mujer terminan en la cárcel, mientras que los pequeños se ven empujados a un mundo desconocido para ellos y nacen a otra vida sin haber empezado a vivir la que les correspondería.

La gemela huye y Dell cruza la frontera canadiense en busca de una segunda oportunidad. Desesperadamente solo, o bajo la sombra de Remlinger, un americano de presencia siniestra, empieza a darse cuenta de que lo que Canadá proporciona a los extranjeros que ponen tierra de por medio es una choza poblada por ratas y una árida pradera. En medio del espacio infinito no deja de preguntarse por el torbellino de locura que arrastró a sus padres a creer que robar un banco resolvería sus problemas. Al final de todo recuerda cómo su madre le dijo que tendría miles de mañanas para despertar y pensar en todo ello cuando ya no hubiera nadie para decirle cómo sentirse.

Canadá es un colosal relato, una novela plena y hermosa, llena de magia y suspense, que obliga al lector a volver sobre el párrafo para recrearse en él. Desde Conrad no había dado tantas veces marcha atrás en busca de belleza y pulsión literaria. "Nuestros padres, en mi pensamiento, iban cambiando otra vez; fundiéndose el uno en el otro; no como si se hubieran vuelto a enamorar sino como si fueran una sola persona y los dos hubieran renunciado a sus rasgos distintivos. Lo cual no era cierto; ambos eran quienes eran. Y si el día había sido de una gran confusión para mí, había sido mucho peor para ellos. Sin embargo, sentir lo que sentía -que nuestros padres no eran tan diferentes en mi mente- era un alivio. Como ya he dicho, quizá había perdido en parte la cabeza aquel día. Perder la cabeza probablemente no es nunca como uno lo imagina" (página 233).

La novela de Ford muestra cómo los errores, propios y ajenos, influyen decisivamente en el destino. Los personajes adultos de Canadá toman decisiones equivocadas que causan efectos profundos sobre los adolescentes, operando una angustia para el resto de sus vidas. En un momento de la novela, Dell se pregunta qué hubiera sido de ellos y de sus padres si no les hubieran detenido, poniendo fin a su carrera de atracadores. En el caso de su madre, cree que tenía el propósito de hacerlo únicamente una vez, y posiblemente la esperanza de reemprender una nueva existencia menos recluida en sí misma. "Sólo tenía treinta y cuatro años". En cuanto a su padre no se muestra tan seguro. "Si el atraco hubiera salido bien, su naturaleza, como he dicho, le habría llevado a pensar que cualquier otro atraco futuro también le saldría bien, e incluso que podría mejorar su ejecución. Al menos una vez más. También había creído siempre -aunque los hechos demostraban fehacientemente que estaba equivocado- que no tenía el aspecto de alguien que atraca un banco. Éste fue, por supuesto, su gran error de juicio" (página 135).

De un modo preciso y detallado Canadá, de Richard Ford, contiene en sus páginas un agudo sentido de la observación. Cuenta cómo siendo víctimas de dramas ajenos caminamos solos en medio de nuestras propias historias. Sus personajes son gente huyendo del pasado que preferirían no mirar hacia atrás si pudieran evitarlo. Pero es algo que resulta imposible. La novela, una de las mejores de este siglo, condensa algo de Cormac McCarthy y Twain, imágenes de Bonnie y Clyde y de Edward Hopper, la tierra vacía y el fracaso de la familia, la determinación de Dell Parsons y el conmovedor encuentro del final con su hermana gemela, en un fresco monumental marcado por la soledad, la tristeza y la violencia. Háganse un favor, léanla.