A las 15.00 horas (TVE), y si el tiempo lo permite -el parte meteorológico anuncia una tormenta de calor en el distrito 16 de París, donde está ubicado Roland Garros-, Rafael Nadal se juega su quinto título en el Bosque de Bolougne y la posibilidad de recuperar el número uno ante el sueco Robin Soderling, que parece tenerle tomada la medida, a tenor de los dos últimos resultados entre ambos, con victoria para el nórdico.

En el recuerdo, el partido que disputaron el pasado año en París, que supuso la primera derrota del mallorquín sobre la tierra de Roland Garros. Soderling, que luego perdería la final ante Roger Federer, causó un auténtico terremoto en la capital francesa. Por primera vez en 32 partidos Nadal doblaba la rodilla frente a un tenista que ha tardado en madurar, pero de qué manera, cuando lo ha hecho.

Ambos protagonistas llegan de diferente manera a la cita de hoy con respecto a aquel ya inolvidable 31 de mayo de 2009. Soderling, ganador este año en Rotterdam y finalista en el Godó, es mejor tenista que hace doce meses. Muy peligroso, como lo definió Nadal, tras plantarse en la final.

Por su parte, el de Manacor llega mucho mejor a la final, tanto física como anímicamente. Aquel fatídico día las rodillas, que ya le habían obligado a descansar por espacio de 73 días, fueron todo un problema. Si a eso le añadimos que se acababa de hacer público la separación de sus padres, el cóctel acabó por explotar. Sin embargo, a día de hoy Nadal ha recuperado sus mejores sensaciones. Aunque no ha brillado en este Roland Garros -no ha jugado ante ningún top ten y nadie le ha exigido para que diera lo mejor de sí-, se le ve feliz por volver a disputar todos los títulos en juego de esta temporada.

Se presenta a la final de hoy como el auténtico rey de la tierra, por si no lo fuera ya, con sus triunfos en Montecarlo, Roma y Madrid y continúa batiendo récords ya que, es la primera vez en la historia que un tenista logra de forma consecutivalos tres Masters 1.000 de tierra. Pero, a la vez, en algunos partidos ha sembrado la duda. Sólo pudo con Nicolás Almagro en dos muertes súbitas jugadas a cara de perro. Ante el austriaco Melzer, en las semifinales del viernes, por un exceso de confianza, o por lo que fuera, se fue a un tercer set tras ir con ventaja por 5-3 y 15-30, a dos pelotas del partido. Ante Robin Soderling, hoy, debe evitar tener estos altibajos porque los puede acabar pagando caro.

Tanto Nadal como Soderling se ven las caras con prácticamente el mismo número de horas sobre la pista, doce el mallorquín por trece del sueco, pese a que Nadal ha jugado cuatro sets menos que Soderling (18 por 22). Éste, además, ha marcado un hito en la historia de su país, ya que es el primer sueco que repite final en Roland Garros desde que, en 1988, lo hiciera Mats Wilander, que barre para casa y considera favorito a su compatriota en la final. El helvético conlleva mucho peligro pero, en ninguna otra faceta del juego como en el servicio directo. Con los 18 que le endosó al checo Berdych en semifinales, acumula 75, convirtiéndose en el que más suma en este apartado.

Aquí es donde puede tener problemas Nadal, que es consciente de que se le complicarán mucho las cosas si su rival mete muchos primeros servicios. El de Manacor, mientras, jugará a la táctica de pelotas anguladas con el objetivo de que Soderling se desgaste lo máximo posible. El mallorquín no lo dice, pero sabe lo que no tiene que hacer ante el sueco. Nadal tiene muy bien estudiado el partido del pasado año, en el que se suicidó dejando llevar la iniciativa a su rival. Por aquí es por donde ha de empezar a ganar el enfrentamiento.

El duelo, si se inclina para el de Manacor, le hará batir récords. En esta novena final que disputa de un torneo de Grand Slam busca su séptimo título grande -sólo ha perdido dos de las tres finales de Wimbledon que ha disputado-, su quinto trofeo en Roland Garros -se colocaría a uno de los seis de Borg- y el cuadragésimo título de su carrera. Y, todo esto, con 24 años recién cumplidos. Como colofón, de ganar, desplazaría del trono a Roger Federer un año después. Una final con demasiados alicientes como para perdérsela.