Gordon West tenía diecinueve años cuando pisó por primera vez Anfield para enfrentarse al Liverpool. Anhelaba ese día, pero también lo temía. Acababa de convertirse en el portero más caro de la historia de la Liga inglesa después de que el Everton hubiese pagado la friolera de 27.000 libras al Blackpool, una cifra desproporcionada en 1962 y mucho más al tratarse de un portero.

Titular desde su llegada a Goodison Park, sentía un respeto gigantesco ante su primer derbi en Anfield y un considerable pánico a The Kop, el legendario graderío por el que respira el Liverpool. Enfrentarse a aquel ambiente era duro, pero hacerlo con la camiseta del Everton suponía un reto que en buena medida iba a medir su capacidad para enfrentarse a los grandes desafíos que le esperaban en su carrera.

El partido se jugó el 8 de abril de 1963, en el tramo final del campeonato y con el Everton en la zona alta peleando un título de Liga que al final caería de su lado. La cuestión es que a West, al margen del desenlace de la Liga, le obsesionaba la idea de salir reforzado de Anfield, estadio que a lo largo de la historia se había tragado a muchos futbolistas, incapaces de sobreponerse a su terrible ambiente.

The Kop, entonces, tenía una capacidad para 25.000 espectadores que veían el partido de pie, completamente apretujados lo que provocaba continuos desmayos y que el pobre infeliz que perdía el conocimiento fuese sacado por los aficionados en volandas, momento que aprovechaban para vaciarle los bolsillos. "El que se desmaya paga la siguiente ronda" se solía decir entre risas. Los días de derbi ante el Everton el infinito fondo del estadio reunía a cerca de 30.000 seguidores del Liverpool que parecían darle a la grada la capacidad "de aspirar el balón" como llegó a asegurar en su momento Phil Neal, mítico integrante del Liverpool de los ochenta.

West sabía todo eso y era consciente de que sus 19 años iban a ser sometidos a un importante examen aquella tarde en Anfield y que la hinchada local iba a tratar de hacerle pagar su evidente bisoñez. Los augurios se cumplieron de forma escrupulosa y el público le dedicó mil gritos con la idea de ponerle nervioso. Años después West explicó en una entrevista que en el descanso tomó la decisión de "hacerse el gracioso", algo que a la postre acabaría por revelarse como una pésima elección. En el segundo tiempo le tocaba la portería que hay junto a The Kop, el momento de la verdad, el que aceleraba su ritmo cardiaco. Asediado por los gritos y los cánticos, West y su defensa resistieron las embestidas del Liverpool para mantener la puerta a cero y lograr un importante empate para sus aspiraciones ligueras. Pero en los ratos muertos, en los parones de juego, aprovechaba para desafiar a The Kop con toda clase de gestos. Lanzó continuos besitos a los hinchas e incluso cuentan que llegó a mostrarles el trasero. Se sentía en esos instantes como Dixie Dean, el legendario delantero del Everton de los años treinta que cada vez que marcaba un gol en Anfiel le hacía una reverencia de mofa a The Kop.

El portero del Everton regresó a casa aquella tarde feliz porque sentía que había salido indemne de uno de las mayores pruebas que le depararía su carrera. Por eso no le concedió demasiada importancia a la siguiente visita a Anfield que llegó poco después, en pleno mes de septiembre, en el arranque de la temporada en la que el Everton defendía el campeonato. Cuando volvió a The Kop sintió el rugido contra él, los gritos de los aficionados, pero no se inmutó en exceso. Siguió a lo suyo como si tal cosa. De repente, en un momento del partido, un aficionado del Liverpool saltó de la grada y le entregó un bolso con una inscripción en la que se podía leer con claridad Dulce West. El desconcierto le tuvo un instante allí de pie, bajo su portería, con un bolso de mujer en sus manos. Una imagen tan inusual como ridícula. El fondo de Anfield estalló en una carcajada gigante y dio paso a nuevas canciones preparadas para la ocasión. El meta del Everton se quitó aquel complemento de encima y volvió a su trabajo, pero esa imagen acompañaría ya siempre su carrera. West defendió más de diez años la portería del Everton, ganó dos Ligas y una Copa, incluso disputó tres partidos con la camiseta de la selección inglesa (renunció a acudir al Mundial de 1970 porque prefería quedarse con su familia, lo que puso el punto final a su etapa internacional). Sin embargo, el mismo admite que su exitosa vida estuvo condicionada por lo que sucedió en Anfield aquella tarde. Aún ahora, mucho tiempo después, cuando entra en un pub de Liverpool siempre aparece algún gracioso que le grita desde una esquina aquello de "Gordon, ¿dónde dejaste el bolso?". Nadie lo resumió mejor que el propio West en una entrevista hace unos años: "He jugado más de diez años para el Everton, incluso lo hice para la selección, pero aquel tipo de The Kop arruinó mi carrera".