Pau Gasol se desayuna cada día con alguna nueva elucubración mediática sobre su futuro destino. El catalán sabe que existe un poso de verdad bajo la corteza de la especulación. "Parece que los Lakers están esperando a que llegue la oferta adecuada para apretar el gatillo", resume. Aunque cerebral, la situación se le atraganta. "Cada día me digo que tengo que olvidarme de los rumores", confiesa. "Es complicado".

El catalán entiende bien la naturaleza del negocio en la NBA. Los jugadores venden su libertad a buen precio. Son piezas en manos de la aritmética del mercado. Su vida cambió aquella mañana del 1 de febrero de 2008, en un traspaso considerado como el mayor "robo" de la historia por parte de varios técnicos rivales. El último servicio a los Lakers de Jerry West, entonces manager de los Grizzlies. Pero los sueños, incluso los sueños californianos, pueden transformarse en pesadillas con igual facilidad.

Jamás una operación frustrada ha resultado tan perjudicial para una franquicia. El edificio púrpura y oro empezó a derrumbarse en el preciso instante en que David Stern vetó el pase de Chris Paul a los Lakers. La operación a tres bandas con Hornets y Rockets enviaba a Gasol a Houston. El comisionado, con la solución al lock out pendiente de firma, se doblegó a las presiones de otros dueños (los Hornets pertenecen a la NBA). El general manager de los Angeles Lakers, Mitch Kupchak, se quedó con las vergüenzas al aire. Había descubierto sus cartas. Lamar Odom, incluido en el trato, montó en cólera y forzó su marcha a los Mavericks. Gasol se quedó sabiéndose señalado.

La situación no ha variado. En el triángulo ofensivo de Phil Jackson, el juego giraba sobre la claridad interpretativa de Gasol. Mike Brown, un especialista defensivo de encefalograma plano en ataque, exige un base de gran nivel. El técnico se muestra ambiguo al valorar la incertidumbre sobre Pau Gasol. No lo ampara: "Incluso cuando crees que el equipo está cerrado puede pasar cualquier cosa".

Los Lakers quieren además ser fieles a su tradición y recuperar la figura de pívot dominante que Bynum no acaba de desempeñar. Dwight Howard, ahora o en verano cuando se proclame agente libre, es su gran objetivo.

Deseos difíciles de cuadrar. Excluido Bryant de la ecuación, Gasol es el mejor valor con el que trapichear. Pero su contrato de 18,7 millones de dólares al año expira en 2014. No sirve a quien lo fiche para liberar masa salarial. Tampoco el de Bynum (15,1), que además no justifica tal dispendio.

Bryant ha movido ficha. Los Lakers van sobreviviendo mediante el Kobe system. El astro se lanza 24 tiros por partido. "No sé si es bueno o malo. Pero seguirá sucediendo", decía Gasol, irónico sin quebrar su habitual elegancia. Eran momentos de frialdad en la relación entre ambos. Dicen que han hablado y han recuperado la sintonía. Bryant, en consecuencia, se decanta: "Pau lleva un par de días pasándolo mal. Nosotros lo apoyamos. Lo necesitamos. No entiendo la mierda que están haciendo con él".

Con todo, el egoísmo de Bryant prevalecerá si el trueque le convence. El asunto exige una precisa ingeniería. Hay que equilibrar salarios y conjugar intereses. Al menos, algunas opciones resultarían más apetitosas para Gasol que aquella de unos Rockets que quedaban laminados. Se habla de los Celtics. Fiabilidad competitiva inmediata incluso sin Rondo, mientras el Big Three aguante. Mejor es otra alternativa de prestigio, los Bulls, aspirantes al anillo de la mano de Rose, que al parecer ha pedido a Pau, con el que comparte agente (Arn Tellern). A la afición española le encantaría que coincidiese en Minnesota con Ricky Rubio, aunque este proyecto es de crecimiento a más largo plazo. La ruleta está girando. Gasol cruza los dedos.