En un spot de hace unos años de una conocida marca deportiva, una selección de los mejores jugadores mundiales se enfrentaba sobre la arena del coliseo romano a un equipo formado por monstruos. Triunfaban los Figo, Ronaldo y compañía con un Eric Cantona que se subía el cuello de la camiseta con su habitual estilo, decía au revoire y fusilaba al líder de las criaturas, un diablo con alas gigantes al que el balón convertido en misil atravesaba y hacía explotar. Así me imagino la final entre el Liceo y el Barcelona. Los jugadores azulgranas no son monstruos que dan patadas y lanzan bolas de fuego, pero son la bestia negra de los verdiblancos. En teoría, una misión imposible de superar para los simples mortales. Pero, como en la ficción, si cada uno ofrece lo mejor de sí, se puede derrotar al monstruo. El Liceo necesita hacer el partido perfecto. Sin fallos, sin despistes. Con Malián dispuesto a ponerse el traje de muro. Con Eduard convertido en el Maldini del anuncio, alejando el peligro de sus dominios. Con Miras más acertado que nunca a bola parada. Con Toni y Matías aprovechando al cien por cien sus minutos y ocasiones. Con Josep y Barreiros desplegando su magia para que la bola llegue a Bargalló, el Cantona verdiblanco, y que fusile a Egurrola, el gigante azulgrana.