Para la historia quedará que en el camino hacia la novena final de Copa Davis, quizá de la sexta Ensaladera, Asturias catapultó al equipo español. La primera piedra se puso en febrero, en la destemplada eliminatoria frente a Kazajistán en el Palacio de los Deportes de Oviedo, y el último impulso llegó desde Gijón, en un escenario majestuoso y con un público entregado a la vertiente más apasionada del tenis. Encarrilada la semifinal desde el viernes, cuando David Ferrer y Nicolás Almagro cumplieron como jabatos, la llave de la final quedó en manos de un valor seguro.

Ferrer llevaba quince victorias en sus quince partidos de la competición en tierra batida y no iba a fallar ayer, cuando podía ratificar su condición de líder, a falta de Rafa Nadal. El valenciano cumplió como lo que es, un gran tenista con un acentuado sentido de la profesionalidad. Con su estilo habitual, el de un diésel que tarda en coger su velocidad de crucero, fue minando al explosivo Isner, uno de los mejores sacadores del mundo. El norteamericano se encontró con la horma de su zapato, ya que Ferrer es de los pocos tenistas capaces de devolver esos bombazos a doscientos y pico kilómetros por hora.

Ahora que todo el mundo se pregunta qué será del tenis español tras Rafa Nadal, no estaría de más reparar en la figura de David Ferrer, un jugador de esos que no salen por generación espontánea. Con unas condiciones naturales inferiores a otros compañeros de generación, el alicantino ha sabido ganarse el respeto y la admiración de propios y extraños. Porque Ferrer ha ido mejorando con los años hasta convertirse en el mejor del mundo detrás de los cuatro magníficos: Roger Federer, Novak Djokovic, Andy Murray y Rafael Nadal. Un tenista con una regularidad ejemplar que, de vez en cuando, da un paso adelante en escenarios donde otros se arrugarían o, directamente, se borrarían.

Torneo al dedillo

Por ejemplo, en la Copa Davis. Muchos jugadores que lo bordan en el circuito, incluso en los grandes torneos, se ven superados por una competición en la que se sienten observados por todo un país. A Ferrer le ocurre todo lo contrario y saca lo mejor de sí mismo. En Gijón dio una buena muestra de ello. Cuatro días después de aterrizar en Asturias procedente de Nueva York, Ferru se quitó de encima a un buen jugador como Querrey, en un partido que sirvió, entre otras cosas, para que Almagro saltase a la pista con más confianza. Llegados al domingo con el esperado 2-1, el tenista se encargó de despejar cualquier duda sobre el desenlace de la semifinal, pese a ceder el primer set.

Y eso que, como ocurriera el viernes, cedió el primer set. Fue tras una manga con alternativas, que se decidió en el primer tie break, y único, de la eliminatoria. Antes, con empate a cinco, Ferrer dispuso de dos bolas de rotura, que Isner solucionó a su manera: con un saque de 221 kilómetros por hora y otro por el estilo que dobló el brazo del español. Encendido, Isner siguió su recital de servicios en la muerte súbita, hasta imponerse por 7-3.

Pese a esa impresión final, casi nadie se inmutó en el Parque Hermanos Castro. Y el que menos Ferrer, que despejó cualquier duda con un arranque de segundo set disuasorio: rotura a la primera de cambio y otra en blanco que puso una distancia insuperable (5-1), con un dato esclarecedor: de los siete aces iniciales del gigante norteamericano al cero de la segunda. John Isner, que demostró su orgullo frente a Almagro, apretó los dientes en un tercer set que se presumía decisivo. Pero como a terco nadie gana a Ferrer, el español logró el break decisivo en el séptimo juego (4-3) para resolver con su saque.

Ferrer ya tenía inmovilizada a la pieza y sólo quedaba rematarla. Lo logró con un ejercicio de precisión, al aprovechar sus oportunidades y salvar algún momento de apuro, como la bola de rotura que tuvo Isner en el cuarto juego con 30-40. El alicantino respondía a cada cañonazo de su rival hasta que se desviaba su punto de mira. Ferrer apretaba los puños y recibía la admiración de la gente, que coreó su nombre en reconocimiento al hombre que, a falta de Nadal, resulta decisivo para entender la grandeza de España en la Davis.