Bolt corre directamente en los libros de historia del atletismo, de los que desde 2008 es el indiscutible protagonista. Esta tarde (14.55, hora española) tratará de sumar su décima medalla de oro en mundiales y convertirse en el primero que es capaz de ganar siete de ellas en pruebas individuales.

El jamaicano librará en el Nido del Pájaro su segundo duelo con Justin Gatlin, el hombre al que hace cuatro días le arrebató por una centésima el oro en los 100 metros tras una demostración extraordinaria de su capacidad para competir, de alcanzar el punto de rendimiento máximo a la hora en que se acaban las bromas y las azafatas preparan las bandejas con las medallas. Esa es su hora.

El duelo se escenifica hoy en los 200 metros, la prueba que Bolt adora, en la que su dominio resulta más abrumador. Nada le dolería más que perder su corona en la carrera que más placer le genera. Sin la tensión propia de la salida del 100, el jamaicano alcanza un punto de relajación en el doble hectómetro que le ha convertido en un elemento intratable. Ayer se pudo comprobar en las semifinales. Se siente en su casa. Es el Bolt guasón y descarado que coquetea con la cámara y que se siente tranquilo y confiado aunque sus piernas no sean las que pararon el crono en 19.19 hace seis años en Berlín. Tampoco es el diablo que se tragaba a los rivales desde la misma curva. Mide más esa clase de esfuerzos. Pero la impresión de ser un atleta inaccesible permanece. En la semifinal de ayer entró en la recta por delante y a setenta metros de la meta ya tenía la mirada puesta en los vídeo marcadores, controlando a los rivales con la ayuda del realizador televisivo. Parecía un tipo trotando alegremente por el parque mientras a su alrededor el resto de atletas se dejaba la vida por seguir su estela en busca de la segunda plaza que daba acceso a la carrera de hoy. Al final paró el crono por debajo de 20 segundos, la primera vez que lo hace en esta complicada temporada para él.

Mientras tanto, Gatlin llega a la final en condiciones parecidas a las que irrumpió en la del 100 el pasado domingo. Ha sido con diferencia el mejor del año (19.57), la mejor marca de su vida en esta distancia. También lo fue la pasada temporada para añadir más argumentos a los que reclaman que los dopados no vuelvan a competir después de ser cazados. El americano trata de combatir esa banda sonora que resuena a su paso por Pekín. Nadie olvida que corre más rápido ahora, con 33 años, que cuando fue pillado en un control antidopaje hace años. Debería acostumbrarse porque le acompañará siempre y si gana el ruido será insoportable. En las semifinales volvió a ser el mejor aunque hizo una entrada en la prueba mucho más colérica. Salió de forma maravillosa y atropelló a sus rivales antes de irrumpir en la recta final. Ahí se le vio progresar con tranquilidad, pero mantuvo la máquina a altas revoluciones hasta que restaban menos de treinta metros y detuvo el reloj en 19.87. Una gran marca, pero no mucho mejor que la del jamaicano que se dejó ir mucho antes que el americano. Si hace unos días el favoritismo de Gatlin en la final de 100 metros era casi indiscutible, las cosas han cambiado. Bolt ha dado la vuelta a la tortilla. Llegó a Pekín como la víctima ansiada por Gatlin. El tipo malo, el que viene del lado oscuro, iba a destronar al favorito del público. Final infeliz para el cuento. Pero cambiaron las tornas, Bolt sacó su instinto y ahora lleva la pelea con Gatlin a su terreno, a la carrera donde no le preocupa salir mal, donde su capacidad para no perder velocidad y mantener su figura erguida cuando el resto comienza a sentir el ahogo le convierten en imbatible. Bolt sale otra vez a la caza de oro; el mundo vuelve a contener el aliento.